LECTURA SEGUNDA: 2ª TIMOTEO 3:16-17.
«16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.»
En esta lección continuaremos considerando Hechos 2:42, lo que tiene relación a la doctrina de los apóstoles. La lección anterior, finalizamos enfatizando la importancia de leer la Biblia, señalando que la doctrina de los apóstoles se encuentra disponible para todo cristiano en las páginas del Nuevo Testamento. Esta sección de la Biblia, junto al Antiguo Testamento, forman parte de lo que se conoce como «Santas Escrituras», «la Escritura», «las Escrituras» e incluso «la palabra de Dios». Entonces, tenemos que el Antiguo Testamento junto al Nuevo, conforman lo que se conoce como «la Escritura». ¿Qué nos dice Pablo respecto a la Escritura? Nos dice que “toda la Escritura es inspirada por Dios”. ¿Qué significa que sea inspirada por Dios? Significa dos cosas esencialmente:
- Que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento provienen de una obra extraordinaria de Dios, quién las exhaló desde Su interior para ponerlas a disposición del hombre; es decir que Dios dio una revelación textual en lenguaje humano, utilizando idiomas humanos, considerando los géneros literarios del hombre y todo recurso lingüístico que sirviera para revelarse al hombre de forma especial. Esto lo hizo libremente, es decir que Dios quiso darse a conocer.
- Que Dios condujo extraordinariamente a ciertos hombres a escribir todo lo que Él estimó necesario para que Su revelación especial, textual y oficial, fuera suficiente en esta vida para conocerle y entenderle. Todo lo escrito en los originales, palabra por palabra, proviene de Dios. Él exhaló, reveló y condujo a los santos hombres de Dios a escribir con fidelidad las Santas Escrituras (2P. 1:19-21), que gracias a los trabajos de traducción han podido llegar a nosotros.
Entendemos con esto que todo lo que nos dicen las Escrituras se corresponde con las palabras reveladas por Dios al hombre, con el fin de que podamos conocerle de forma especial a través de un medio humano. A Dios le plació usar este medio de revelación para salvar y edificar a los creyentes, sujetándolo todo a la fe, mediante la cual otorga Su gracia o condena al que la menosprecia (Ro. 1:17, 5:1-2; Ef. 2:8; Heb. 11:6). Y según lo que se nos enseña en el Texto, la fe está condicionada a las influencias de la palabra de Dios; por lo que la persona que quiera crecer en la fe necesita de la Biblia. La fe tiene que ver con convicción y certeza (Heb. 12:1), y debemos tener presente que estas no son ciegas intelectualmente ni se fijan en la nada; pues tienen relación a creerle a Dios (Ga. 3:6-7), a fiarse de Él (Pr. 3:5), a tener confianza en lo que Él ha hablado (Lc. 5:5; Heb. 1:1-2). Miren lo que Romanos 10:17 nos dice:
«Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.»
No creceremos en la fe si no oímos o leemos la Escritura, si no la tomamos en serio como lo que es (la palabra de Dios). Muchas veces los cristianos quieren que el Señor les hable y piden sueños. Otros quieren tener sabiduría y discernimiento, entonces le piden al Señor que se los otorgue milagrosamente y desde la nada. Pero hermanos, Dios nos ha hablado y se ha revelado de forma especial, y lo que ha dicho y hecho, ha quedado registrado en las Santas Escrituras. ¡Y muchos no quieren leerla! Se excusan con diferentes cosas, pero ni siquiera hacen el esfuerzo. Si quieres que Dios te hable y la Biblia es la palabra de Dios, ¿qué es lo que debes hacer? ¡Leer las Escrituras! Así de simple. Si la palabra es atesorada, valorada, respetada y guardada en nuestro corazón, seremos santificados en la verdad de Dios (Jn. 17:17). Y cuando la palabra es recibida con el corazón correcto, entonces da fruto. Pensemos un momento en esto. Noten lo siguiente.
En los versículos que encabezan esta lección, junto con señalar que toda la Escritura es inspirada por Dios, Pablo nos señala que es útil para varias cosas:
- Enseñar: Predicación, adoctrinamiento, aprendizaje.
- Redargüir: Sacar al descubierto, además de dar certeza y convicción.
- Corregir: Enderezar nuestros pensamientos, rectificación completa en la manera de ver las cosas, volvernos del error.
- Instruir en justicia: Disciplina, entrenamiento, instrucción en el caminar con rectitud en presencia del Señor.
Todo esto con el fin de que “el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Esto nos indica que mediante las Escrituras, el Señor nos quiere enseñar para que aprendamos la doctrina de Dios, para que aprendamos Su verdad (Sal. 119:105, 160), para que lo conozcamos y entendamos correctamente (Jr. 9:24; Os. 4:6; Hch. 5:42; Ef. 1:16-17). También, quiere sacar al descubierto aquellas cosas que son tinieblas en nosotros y que muchas veces ignoramos (2R. 22; Sal. 139:23-24; Jn. 3:19), dándonos certeza y convicción en Su palabra, la cual nos redarguye (Jn. 7:17). Además de esto Su palabra nos corrige, señalándonos el error en nuestra manera de pensar (Ef. 2:1-3), cambiando nuestros paradigmas y haciéndonos libres del engaño del pecado (Jn. 8:31-34; Heb. 3:12-13). Y finalmente, nos instruye en el caminar con el Justo, para que sepamos cómo conducirnos en Su presencia, con el fin que nuestra vida sea recta delante del Señor y Él sea glorificado en nuestra manera de vivir (Mt. 5:16; Ef. 4:22, 6:5-7; 1Tim. 3:14-15; 1P. 1:14-16). Todas estas cosas son con el propósito de que tanto el varón como la mujer –regenerados por supuesto– sean perfeccionados, es decir, sean completos y maduros en la vida cristiana, equipados para realizar toda buena obra de Dios.
Ahora, al leer que dice “perfeccionados” y “enteramente preparados” podríamos frustrarnos y señalar que la realidad de nuestra vida dista mucho de lo que entendemos por perfección y preparación completa. Es por esto que debemos tener muy presente que esto no es un hecho inmediato que ocurre al leer la Biblia. No hay nada instantáneo en el perfeccionamiento y preparación de los cristianos mediante la palabra de Dios y el Espíritu Santo; sino que todo esto es un camino que se debe transitar y que comenzó el día de nuestra regeneración y concluirá el día en que el Señor venga por segunda vez y aparezca públicamente en el cielo (Ro. 8:22-24; 1Jn. 3:2; Ap. 1:7). Entonces, el camino de perfección, madurez y equipamiento, concluirá. Por lo tanto, todo cristiano se encuentra en el trayecto de la madurez, el camino a la perfección cristiana. Y el fruto de este camino se va dando paulatinamente, y no consiste en la mortificación personal, ni en el duro trato del cuerpo, como bien Pablo señala en Colosenses 2:20-23 lo siguiente:
«20 Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos 21 tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques 22 (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? 23 Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.»
La vida cristiana no consiste en memorizar una serie de restricciones, ni asumir un tipo de vestimenta que agrade a la cristiandad; tampoco consiste en guardar ciertas fiestas judías y comer lo que aprueba el Talmud rabínico. Por otro lado, no consiste en pensar que el pecado ahora no existe y que podemos hacer lo que queramos, eso es una mentira. Más bien, la vida cristiana consiste en tomarse en serio la palabra de Dios y que esta habite en abundancia en nosotros (Col. 3:16-17), para que sepamos lo que a nuestro Señor le agrada y lo que desaprueba (1Tim. 3:14-15). Consiste en conocer y entender a nuestro Dios a través de las Escrituras y el Espíritu, para lo cual se nos ha dado vida eterna (Jn. 17:3). Y que comencemos a vivir conscientes de Su presencia (1Cor. 6:17), viviendo para el Señor y no para los hombres (Col. 3:23). Y para todo esto, necesitamos leer la Palabra, tomarla en serio y creerla, pues “sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6), y como vimos anteriormente, la fe viene del oír (incluye leer), y el oír la palabra de Dios (Ro. 10:17).
¿Es posible que el sólo hecho de leer la palabra del Señor, creerla y tomarla en serio transforme nuestra vida? Así es, el Señor nos suministra Su Espíritu y hace maravillas cuando leemos u oímos con fe (Ga. 3:5). En ese momento experimentamos lo que Hebreos 4:12 nos dice:
«Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.»
Vemos aquí el actuar del Espíritu y la palabra de Dios, ellas actúan y llevan fruto en nosotros. Esto es importante entenderlo, no es el fruto personal el que debemos manifestar, sino el del Espíritu (Ga. 5:22-23). Y este fruto proviene de una semilla, no de la tierra. Es la semilla la que es un fruto en potencia, sólo requiere de buena tierra. Les dejo como tarea para la casa leer Lucas 8:4-15, la llamada Parábola del sembrador. Se nos dice que el sembrador esparció por varios lugares semillas. Diferentes suelos. Una parte junto al camino, otra sobre piedra, otra entre espinos y otra en buena tierra. Al interpretarle a los discípulos la parábola, el Señor dijo que la semilla es la palabra de Dios (v. 11), mientras que los suelos en los que cayó la semilla, son las personas que oyen. Los cristianos pensamos y creemos que nosotros somos “la buena tierra”; pero siendo honesto, debo señalar que en mí veo todos esos tipos de suelos. A veces oigo o leo la palabra del Señor con un corazón despreocupado y sin atención; otras, con poca meditación, sin profundidad, sólo pensando en mi mismo y mis problemas; otras veces, mi corazón está en los afanes de la vida, en el trabajo, o en el ocio desmedido; pero hay veces –quizá las menos– en que vengo con mi corazón adecuadamente a la palabra de Dios, la oigo y/o leo con seriedad, con fe, y cuando eso ocurre, la semilla, es decir, la palabra de Dios, da fruto en mí. Note, ella da fruto en mí, porque es viva y eficaz. Ella separa, ordena, redarguye, corrige, instruye y el Espíritu hace las maravillas.
Piensen en lo siguiente, entre más leemos la palabra de Dios, más días tendremos de venir con un corazón adecuado, como buena tierra. Las probabilidades están del lado de Dios, es por esto que, cada día, a diario y no a veces, debemos leer la palabra de Dios. Porque no siempre tenemos el corazón adecuado. Y el corazón adecuado lo evalúa Dios, no se trata de nuestros estándares, sino los de Dios; por lo tanto, conviene venir cada día por el pan, y considerando probabilidades matemáticas, en más de una ocasión, más de una vez en 365 días del año, seremos buena tierra para la semilla; y cuando eso ocurre, es alimento para nuestra vida espiritual (Mt. 6:11).
Te animo a que consideres cada día, por lo menos, un capítulo de la Biblia, lo reflexiones y pidas al Señor que te ilumine, que te de comprensión, para conocerle y entenderle, pues de esa manera también le amarás con razón. El Señor, hable a nuestro corazón.