EL MUNDO DE LOS APÓSTOLES
Vamos a continuar con nuestro texto epígrafe, Mateo 5:14-16, que dice:
“14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”
La sesión anterior, estuvimos introduciéndonos a este texto y estuvimos considerando algunas cosas que se desprenden de la primera frase del versículo 14 que dice “vosotros sois la luz del mundo”. Lo que hice, fue mostrar que “la luz” es, de alguna manera, sinónimo de la imagen que se ha de proyectar y mostrar al mundo. Y, respecto a la imagen, específicamente me referí al carácter. Expliqué que el Señor Jesús, es la Imagen del Padre, el Dios invisible; mientras que nosotros, somos la imagen del Hijo para el mundo. El hecho de que nos habite el Espíritu Santo, debido a la regeneración que nos ha ocurrido por la fe en Cristo, es la razón por la que podemos proyectar la imagen del Hijo, que es la Luz para el mundo y que se encuentra en proceso de formación en nuestra vida (Ga. 4:19).
Ahora bien, expliqué que el “vosotros sois” es un plural inclusivo, que nos señala no solo al grupito de discípulos que se encontraban en presencia del Señor Jesús al momento de impartir esa enseñanza, sino que se refiere a todos los que conformamos la Iglesia universal. En otras palabras, es una referencia a todos los cristianos que conformamos “una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas” (Ap. 7:9-10). Cristianos regenerados de toda la historia y alrededor del mundo.
Se darán cuenta que, cuando hablo de cristianos, siempre le agrego el calificativo “regenerados” o menciono el nuevo nacimiento. Esto lo hago por tres razones principales:
- Porque hoy en día se le llama “cristiano” a muchas personas que realmente no lo son.
- Porque se le llama “cristiano” a cualquier institución que tome el nombre de Cristo para sí o simpatice con Su ética.
- Porque puedes encontrar lo que se conoce como “cristianismo cultural”, que hace referencia a todo lo que de la fe cristiana encontramos en la cultura que conforma el paradigma de la sociedad; así encontramos agnósticos que se declaran “cristianos culturales”, ateos que se declaran “cristianos culturales”, y personas que no tienen nada de cristianos piadosos y regenerados, sino solo simpatizan con todas las cosas que del cristianismo se encuentran en la sociedad.
Entonces, cuando hablo de “cristianos regenerados”, me refiero a las personas que, por la fe en Cristo, han recibido el Espíritu Santo, volviendo a nacer. Y que por esto, forman parte de la Iglesia universal del Señor, es decir, el único Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, no todo el que se dice “cristiano” es realmente miembro del Cuerpo de Cristo y se encuentra unido a la Iglesia universal.
MEMBRESÍA INSTITUCIONAL V/S NUEVO NACIMIENTO.
Esto último trae a colación una serie de cosas que debemos tener presente, como que estar inscrito en una institución religiosa que se profesa ser cristiana, no necesariamente te hace miembro del Cuerpo de Cristo. Es decir que, tener una membresía en una congregación reformada, bautista, metodista, etcétera; no te hace pertenecer a la Iglesia universal. Es más, hay una denominación que se conoce como “Iglesia universal”, cuyo slogan es “Jesucristo es el Señor”, con un programa de televisión llamado “Pare de sufrir”. Seguro lo conocen. Ellos tomaron para sí mismos el nombre “Iglesia universal”, pero eso no es garantía de que sean parte de la verdadera Iglesia universal de Cristo[1]. ¿Qué es lo que hace a una persona pertenecer a la verdadera Iglesia universal del Señor? El haber nacido de nuevo por causa de la fe en el Señor Jesucristo. Por ende, es posible que en las congregaciones de la denominación “Iglesia universal”, conocidos por muchos como “Pare de sufrir”, existan personas que verdaderamente pertenecen al Cuerpo de Cristo y otros que no. Es más, entre nosotros mismos y nuestras reuniones periódicas, podemos decir con total seguridad que hay personas que pertenecen a la Iglesia universal de Cristo y otros que no. En nuestras reuniones, hay personas regeneradas por el Espíritu a causa de la fe en Cristo y otros que no. Y esta es una realidad que no se puede negar, nos guste o no.
Desde aquí se desprenden un sin número de asuntos respecto a la Iglesia que debemos ir abordando, para lo que iremos echando mano del pasaje de Mateo 5:14-16.
Entonces, “vosotros sois la luz del mundo” es algo que el Señor les dice a Sus discípulos transversalmente, considerando a todos los que conformamos la Iglesia universal del Señor. Esto incluye a personas de todo el mundo, de la historia, denominacionales y no denominacionales, siempre y cuando, nacieran de nuevo por causa de la fe en Cristo. Luego de esto, el Señor añade la siguiente frase:
“14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.”
Aquí se suma la frase “una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”. Noten lo siguiente: La frase “la luz del mundo”, viene a ser una mención global y universal. Es más, una de las connotaciones a la frase “del mundo” hace referencia a todas las gentes y de todas las naciones. Es una expresión que trasciende limitaciones geográficas. Por lo que “vosotros sois la luz del mundo” podría perfectamente interpretarse como una referencia a todas las personas que han pasado por la historia, desde la venida de Cristo, incluyendo a los que nos encontramos presentes y los que vendrán. Es decir que, a través de la historia que se ha desarrollado después de Cristo, los cristianos han venido a ser lumbreras para todas las gentes y sus sistemas contemporáneos. Todos hemos sido constituidos y señalados como lumbreras para todas las naciones y gentes a lo largo de la historia que nos ha tocado vivir en nuestros determinados contextos. Esto quiere decir que, el carácter del Señor en los cristianos regenerados, debería ser la proyección de la imagen del Hijo –el Deseado de las naciones– para todas las gentes. Y saben, así ha sido en parte, aunque existen excepciones históricas lamentables, sobre todo, desde el siglo IV al XVI; por lo que creo que nosotros debemos detenernos a considerar esto, lo que amerita observar la historia para ver cómo la fe y el carácter acuñado en las iglesias del Señor en el primer siglo, fue transformando al mundo a su alrededor, hasta el siglo III. Con esto entenderemos muchas cosas.
LA RELIGIOSIDAD DEL IMPERIO ROMANO.
Dicho todo esto, lo primero que debemos preguntarnos es, ¿cómo era el mundo para el tiempo de los apóstoles?
Bueno, el mundo de los apóstoles se encontraba bajo el orden mundial del conocido Imperio Romano. Este imperio –debemos señalar– era conocido por su espíritu de conquista y guerras, además de su sincretismo; es decir, la combinación de ideas, teorías, opiniones, creencias y doctrinas diferentes. En este sincretismo adoptaron para sí –conservando y enseñando– todo lo relacionado a la cultura y filosofía griega; además de sus creencias teológicas politeístas, haciéndose de un panteón de dioses, semidioses y lares, los que veneraban y adoraban. Los lares, incluían familiares muertos que se veneraban y se usaban de protectores, y otros que protegían en las guerras, o en los caminos al viajar, y otras cuestiones de lesa superstición. Eran de uso diario, no necesitabas ir a un templo para venerar y rogar protección a los lares, sino que bastaba una imagen o un altar domestico o en el camino. Los lares, era lo que son hoy los altares domésticos que se levantan en honor de algún santo o familiar muerto, grutitas con imágenes, cosas que el catolicismo romano (por algo llamado “romano”) trajo a los países americanos, cuyas enseñanzas son heréticas y supersticiosas. En resumen, el Imperio Romano, era sincretista en el más amplio aspecto: Religioso, cultural y filosófico.
La religiosidad del imperio era cotidiana, no solo de cultos y templos, sino costumbres diarias y momentos familiares. Aunque veneraban muchos dioses, ellos podían escoger algún dios al cual servir de forma especial; pero esto, no significaba que podían desligarse del resto o faltarles el respeto. Ellos consideraban que los dioses se heredaban, es decir que, los dioses de los padres, venían a ser los dioses de los hijos, a los que debían venerar. No había una relación personal con los dioses, solo se esperaba que se atendieran sus oraciones y que los dioses no estuvieran enojados con ellos; para lo que se realizaban sacrificios y ofrendas periódicas. Sus creencias no exigían lecturas sagradas, pues estas solo pertenecían a los sacerdotes, los que gozaban de un prestigio exclusivo. En el imperio, la política estaba muy relacionada a las creencias religiosas, tanto así que el propio Imperio Romano tenía su diosa Roma, además del culto al emperador. En definitiva, era un mundo –principalmente– religioso y pagano, no había exclusivismo en cuanto a los dioses, todos debían ser adorados y venerados; y, quién no lo hiciera, era considerado un “ateo”.
LA IMAGEN DE LOS DIOSES EN LA SOCIEDAD Y CULTURA.
Ahora bien, hay algo que nos servirá bastante para entender –desde la perspectiva negativa– el asunto del carácter, en relación a la luz e imagen representada. Y creo que de alguna manera, tanto el Señor Jesús como los escritores neotestamentarios tenían esto muy presente al hablar de la luz del mundo. Bueno, debemos saber que los dioses romanos, así como los griegos, provenían de los mitos. Y los mitos los creaban los hombres, por lo que sus dioses proyectaban su propia imagen humana y pecaminosa. Es más, alrededor del año 500 a.C., un filósofo llamado Jenófanes de Colofón, señaló lo siguiente:
“Homero y Hesíodo atribuyeron a los dioses todo cuanto entre los hombres es digno de censura y vituperio: robar, cometer adulterio y engañarse unos a otros” (Jenóf. B 11).
Esto era de esperarse pues, como nos enseñan las Escrituras, los dioses paganos son inventos de los hombres y, como son creaciones de los hombres, se parecen a estos en su corrupción (Ro. 1:23). En los mitos vemos las cualidades humanas reflejadas, las concupiscencias, las pasiones y las traiciones, todo eso se encuentra presente en sus representaciones. Y esto, es debido a que son “obra de manos de hombres” (Sal. 115:4), es decir, inventos de los hombres. Entonces, los dioses paganos eran una proyección de la imagen y semejanza de los hombres corruptos. ¿Cuánta importancia tiene todo esto? La verdad es que mucha, ya que esto dio a luz una sociedad y cultura donde se normalizaban y justificaban todas las pasiones y corrupciones humanas; pues, el hombre romano y su sociedad, vino a ser la proyección de sus dioses inventados, no teniendo restricción moral, ya que todo se podía justificar en el nombre y acciones de sus ídolos y héroes. En otras palabras, si entre sus dioses el poder, la fuerza, el robar, el adulterio, el engaño y las perversiones, eran cualidades manifestadas, entonces qué podía esperarse de una civilización que los veneraba.
Contrario a esto, el verdadero Dios revelado en la Historia de forma especial y registrado en las Escrituras, no se parece en nada a nosotros los hombres caídos, es totalmente otro, diferente. Como dice una frase atribuida a C. S. Lewis:
“Dios no puede ser producto de mi imaginación, porque, para nada, Él es lo que yo pude imaginar de Él”.
Y no solo no se parece a nosotros, sino que nos ha creado para ser portadores de Su Imagen, la cual tiene como proyecto acuñar paulatinamente en nosotros (Ro. 8:28-29). Resumiendo, los dioses paganos eran proyecciones de los hombres, porque son hechos por los hombres; pero el Dios de la Biblia, el Dios de los cristianos, el Dios invisible, solo tiene una Imagen oficial: El Hijo. Y es muy diferente a los hombres caídos, nunca se vio a un hombre así. Este vino al mundo y, por ser tan distinto a los hombres, lo rechazaron, porque los hombres amaron más las tinieblas que la luz (Jn. 3:19).
En conclusión, el mundo en el que vivieron los apóstoles y los primeros cristianos, era un mundo donde las pasiones y pecados de los hombres se encontraban impresos y acuñados en sus propios dioses; por lo que el carácter (imagen) que proyectaba la sociedad, era tal cual lo vemos señalado en las palabras de Pablo, en Romanos 1:24-31, donde dice:
“24 Entonces Dios los abandonó para que hicieran todas las cosas vergonzosas que deseaban en su corazón. Como resultado, usaron sus cuerpos para hacerse cosas viles y degradantes entre sí. 25 Cambiaron la verdad acerca de Dios por una mentira. Y así rindieron culto y sirvieron a las cosas que Dios creó pero no al Creador mismo, ¡quien es digno de eterna alabanza! Amén. 26 Por esa razón, Dios los abandonó a sus pasiones vergonzosas. Aun las mujeres se rebelaron contra la forma natural de tener relaciones sexuales y, en cambio, dieron rienda suelta al sexo unas con otras. 27 Los hombres, por su parte, en lugar de tener relaciones sexuales normales, con la mujer, ardieron en pasiones unos con otros. Los hombres hicieron cosas vergonzosas con otros hombres y, como consecuencia de ese pecado, sufrieron dentro de sí el castigo que merecían. 28 Por pensar que era una tontería reconocer a Dios, él los abandonó a sus tontos razonamientos y dejó que hicieran cosas que jamás deberían hacerse. 29 Se llenaron de toda clase de perversiones, pecados, avaricia, odio, envidia, homicidios, peleas, engaños, conductas maliciosas y chismes. 30 Son traidores, insolentes, arrogantes, fanfarrones y gente que odia a Dios. Inventan nuevas formas de pecar y desobedecen a sus padres. 31 No quieren entrar en razón, no cumplen lo que prometen, son crueles y no tienen compasión.” (NTV).
Esa era la imagen que se destacaba y los estándares de la moral de la civilización romana en la que vivieron los apóstoles. Esa era la forma de vivir que gobernaba, con sus excepciones evidentes, como el caso de Cornelio (Hch. 10) o el centurión que creyó en el Señor Jesús (Mt. 8:5-13), o los estoicos buscadores de la virtuosidad.
LAS PERVERSIONES SEXUALES EN EL IMPERIO.
Entonces, el mundo en que vivieron los apóstoles y los primeros cristianos, era un mundo donde la maldad, el pecado, la rebeldía, la traición y las concupiscencias humanas, formaban parte de las cualidades de la sociedad y no había necesidad de ocultarse. Todo eso constituía al hombre estándar del imperio; y, sus dioses, no eran más que una proyección de la pecaminosidad humana que gobernaba y se había normalizado. Y no pensemos que esto era el estándar de las clases más bajas de la población romana, donde se pensaría hoy en día que la educación escaseaba y sólo era un privilegio de la alta alcurnia, sino que todas las clases sociales[2] se encontraban involucradas, letradas y analfabetas.
Es más, se sabe de las perversiones de los emperadores, como las de Tiberio César, quién, como relata el Dr. César Vidal[3]:
“Aborrecía las religiones orientales y, en especial, la egipcia y la judía y, por encima de todo, albergaba un temperamento depresivo y una mentalidad pervertida. En el año 26 d. de C., decidió abandonar Roma y, tras dejar el poder en manos de los prefectos pretorianos Elio Sejano y Quinto Nevio Sutorio Macrón, se marchó a Capri. Allí se entregó a una verdadera cascada de lujuria. A la vez que recopilaba una colección extraordinaria de libros ilustrados con imágenes pornográficas, disfrutaba reuniendo a jóvenes para que se entregaran ante su mirada a la fornicación. Por añadidura, mantenía todo tipo de relaciones sexuales –incluida la violación– con mujeres y hombres y, no satisfecho con esa conducta, se entregó a prácticas que el mismo Suetonio relata con repugnancia”
Lo que leemos de Tiberio, sin embargo, era parte de la normalidad del imperio, era el hombre que encontramos en la civilización romana. Se sabe que la promiscuidad sexual –en especial de los varones– era algo tolerado y parte de la vida cotidiana. Las mujeres tenían la obligación de mantenerse fieles y respetar los derechos del marido, quién prácticamente, tenía a su mujer solo para engendrar hijos; pues, para lo que era el placer sexual, se hacía uso de prostitutas, esclavas, esclavos y pederastia; sí, pederastia. No se esperaba de los varones fidelidad, ni se condenaba que varones jovenes y adultos fueran clientes frecuentes de la prostitución. Ni se consideraba una aberración las relaciones sexuales con menores de edad. El sexo, sobre todo la violación, era un acto de dominación que buscaba demostrar la superioridad de los varones. Permítanme una cita de Rebecca McLaughlin (PhD)[4]:
“En el pensamiento grecorromano, los hombres eran superiores a las mujeres y el sexo era una forma de demostrarlo. ‘Así como las ciudades capturadas fueron para las espadas de las legiones, así eran los cuerpos de las que fueron usadas sexualmente para el hombre romano’, escribió Holland. ‘Ser atravesado, hombre o mujer, era ser tildado de inferior’. En Roma, ‘los hombres no vacilaron en usar esclavas y prostitutas para aliviar sus necesidades sexuales de la misma manera en que no lo hicieron para usar el costado de una carretera como baño’. La idea de que toda mujer tiene derecho a elegir lo que haga con su cuerpo era ridícula.”
No hace falta que explique en detalle el eufemismo de la expresión “Ser atravesado, hombre o mujer”. Esto demuestra los estándares de la sociedad, donde la sexualidad no tenía nada de santo, y donde la fidelidad no era un valor para los varones.
EL ABANDONO INFANTIL.
Además de lo anterior, se saben de otras cosas que parten el corazón, pues en aquella época había leyes que permitían tener prácticas repudiables, como la posibilidad de deshacerse de los hijos no deseados que nacían. Esto fue conocido como el «abandono de infantes». Lo que se hacía, era echar al recién nacido a un basural, o dejarlo abandonado en algún lugar para que se muriera o alguien lo tomara para criarlo como esclavo. ¿Saben lo más tremendo de esto? Es que era algo que la sociedad aceptaba, era parte de su cultura y sistema. Existe la carta de un hombre llamado Hilarión, escrita para su mujer, Alis, del siglo I a. C. Permítanme citar al historiador Larry W. Hurtado[5]:
“Después de saludar a su esposa y a otros parientes que están con ella en su casa, Hilarión le pide que «cuide del pequeño», hijo suyo, prometiéndole enviar dinero tan pronto como le paguen. Luego, señalando que Alis espera otro hijo muy pronto, escribe: «si es niño, que viva; si es niña, tírala»” (pp. 206-207).
Esto era una práctica del hombre de aquella la sociedad, no se veía como algo malo e inmoral, sino que se aceptaba como “parte de la vida”. Imagínense ir caminando por cierto lugar y ver que había un bebé llorando en el basural. Un bebé no aceptado ni deseado en la familia, algo que incluso era considerado como un acto humano racional, cuando no se contaba con los recursos suficientes. Se cree que los bebés que más fueron abandonados a este destino, fueron las niñas. Imagínense a dichos bebés siendo devorados por bestias salvajes o desmembrados por aves de rapiña. En el “mejor” de los casos, esos niños eran recogidos para ser criados como esclavos; no obstante, la mayoría de los niños recogidos eran criados para ser explotados sexualmente en burdeles.
LOS GLADIADORES Y LAS CACERÍAS.
Otra de las cosas que se daban en el imperio y formaban parte de la cultura de la civilización romana, eran los sangrientos combates en la lucha de gladiadores. Combates que podrían durar varios días y en la que podían participar decenas o centenares de luchadores. La gente se amontonaba para ver los combates y “disfrutar” de las muertes violentas que ocurrían. Aparte de esto, en aquellos combates también se daban cacerías de animales de África. Actualmente se cuenta con una cita de César Augusto, donde dice:
“Ofrecí combates de gladiadores tres veces en mi propio nombre y cinco en el de mis hijos o nietos. En estos combates lucharon unos diez mil hombres… Bien en mi nombre o en el de mis hijos o nietos, ofrecí por veintiséis veces, en el circo, en el foro o en los anfiteatros, cacerías de animales de África, en las que fueron muertas unas tres mil quinientas fieras” (Ibid., pp. 213).
Como verán, la violencia era parte de la cultura, eran las distracciones que el imperio le ofrecía a sus súbditos para que disfrutaran y se entretuvieran. A este “entretenimiento” fueron entregados los cristianos por centenas.
En resumen, la sociedad en la que vivieron los apóstoles y los primeros cristianos, era una en la que era normal la discriminación arbitraria de las mujeres, en la que los hombres se entregaban a los desenfrenos sin ningún pesar, en la que los niños podían ser abandonados al nacer para ser devorados o, en el mejor de los casos, criados para esclavos; una sociedad en la que los esclavos eran “cosas” y donde los pobres, las viudas, los huérfanos, los discapacitados, eran marginados y despreciados. Donde la igualdad ante la ley no era un tema, ni menos había justicia para el desvalido. De todas estas cosas y de muchas más, hay registro en la historia.
Podrán observar que la declaración de Pablo en Romanos 1:24-31 no es una hipérbole ni exageración, sino que resulta ser una descripción verdadera de la sociedad en la que vivían. Para que se entienda mejor, la forma en que se concebía el matrimonio, la crianza de los hijos, la educación, la fidelidad, el poder del Estado, la libertad individual, la moral y las buenas costumbres, no eran las que hoy conocemos y que –dicho sea de paso– se encuentran en peligro de extinción; sino que la forma en que se vivía la vida familiar, el matrimonio, la crianza de los hijos y todas esas cosas, fue:
“2 […] siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, 3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Ef. 2:2-3).
Entonces, la forma de vivir no tenía restricciones ni estándares de moralidad en los que surgió nuestra civilización, ni había estorbo en sus conciencias, ya que sus propios dioses vivían de la misma manera; y la frase del versículo 31 de Romanos 1 donde dice que “son crueles y no tienen compasión”, queda muy bien representada en las terribles persecuciones y carnicerías que ocurrieron en el circo romano, y en la crueldad de usar cristianos para alumbrar las calles de Roma, prendiéndoles fuego como antorchas vivas. Personalmente, creo que esta es una de las ironías satánicas de la historia, pues el Señor Jesús dijo: “Vosotros sois la luz del mundo”; y, literalmente, los cristianos fueron objeto de la crueldad diabólica de ser encendidos como antorchas para iluminar las calles de la capital del imperio.
Ese es el contexto histórico en el que vivieron los apóstoles y primeros cristianos. Ese era el mundo en el que vivían. Fue en ese mundo que el Señor les dijo a los discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”. El mundo, es decir, todas las personas y sus sistemas se encontraban en tinieblas, por lo que no veían que sus obras eran malas. El mundo había normalizado cada una de las cosas que se hacían, sus propios dioses eran representantes de las pasiones humanas caídas. Ese era el imperio en el que sirvieron los apóstoles, ese era el hombre “civilizado” de aquella época, cuyos poetas, emperadores, reyes, filósofos y sacerdotes más connotados celebraban y practicaban lo mismo, en virtud de una supuesta civilidad superior, racional, basados en una cosmovisión forjada entre el mito, la fuerza y la racionalidad de los filósofos.
LA LUZ QUE VINO A SACUDIR LOS CIMIENTOS DE LA SOCIEDAD.
En ese mundo comenzó a existir la Iglesia universal del Señor, a la que el Espíritu Santo, a través de Pablo, le escribió:
“14 Haced todo sin murmuraciones y contiendas, 15 para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; 16 asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.” (Fil. 2:14-16).
Hermanos queridos, puedes tener ojos, pero si no tienes luz, de nada te sirven los ojos. Eso es lo que pasaba con el mundo de los apóstoles, se encontraban a oscuras, en tinieblas, procuraban pensar, hacer filosofía, incluso teología pagana; sin embargo, estaban en oscuridad, sin luz y los dioses de su mitología no tenían estándares superiores con los cuales sacudirlos, sino que les servían de excusas para entregarse a la maldad, el pecado y la rebelión. Pero vino la Luz al mundo (Jn. 3:19), vino en carne, para mostrarle al mundo lo que significa ser humano. Las civilizaciones y culturas que han surgido del ser humano caído, desde la perspectiva de Dios han sido como animales, bestias. Es cosa de que miremos la visión de Daniel, en el capítulo 7, donde veremos los distintos imperios y civilizaciones que surgirían desde los babilonios, pasando por el Imperio Medo-Persa, continuando por el Imperio Griego y concluyendo con el Imperio Romano. Lo que el profeta vio, era representado por bestias. La Palabra de Dios nos dice que el hombre tiene un corazón de piedra, duro de cabeza y sin misericordia. El hombre, separado de su Creador, se volvió semejante a las bestias (Ec. 3:17-19), algo que el hombre comenzó a considerar intelectualmente, justificando así su maldad, declarándose una especie en evolución. Así lo encontró el Hijo que vino al mundo y que es la Luz para todos los hombres. Y cuando vino al mundo, fue el único hombre que no era semejante a una bestia. Los hombres pudieron ver al único que tenía corazón humano. Y cuando Él apareció, ¿saben lo que ocurrió con los cimientos del Imperio Romano? Fueron sacudidos. Como lo que Daniel reveló al Rey Nabucodonosor, permítanme citarlo:
“44 Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, 45 de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación.” (Dn. 2:44-45).
Eso fue precisamente lo que pasó, las bases de la civilización edificada hasta ese entonces, fueron sacudidas. Vino la Luz y, en Su luz, los hombres comenzaron a ver la luz (Sal. 36:9). Desde ese momento, comenzó una verdadera batalla por las almas de los hombres. Batalla que afectó todas las áreas de la sociedad, incluso la cultura, trayendo una cosmovisión que cambiaría el curso de la civilización humana hasta ese momento conocida. Un Nuevo Hombre aparecía en la historia, lo que trajo algo extraordinario. Y la luz que el Señor puso en Sus discípulos, se esparció por todo el Imperio Romano, a través de dos cosas:
- La Palabra de Dios: Oral y escrita.
- La vida de los cristianos.
El Señor les dijo a los discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo” y, los apóstoles, junto a los primeros cristianos –llenos del Espíritu Santo– comenzaron a vivir como “hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil. 2:15). Y todo esto lo hicieron “asidos de la palabra de vida” (Fil. 2:16). Lo primero que hicieron fue divulgar el Evangelio de Cristo y Sus enseñanzas por todos lados. Siendo empujados por la Providencia hacia los gentiles, llenándolo todo con el Evangelio; pero, además, viviendo vidas muy distintas al resto de los hombres.
Si bien, hubo romanos que denunciaron las perversiones de la sociedad en que vivían, e incluso judíos, los que más hicieron esto fueron los cristianos, a los que, incluso, les costó sus bienes, la marginación familiar y hasta la vida misma. Los cristianos, no se escondieron. ¿Y saben por qué no se escondieron? No se escondieron, debido a que:
“14 […] una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.” (Mt. 5:14-15).
[1] Esto mismo aplica a los que se congregan en los templos de la llamada Iglesia Católica Romana. La palabra “católica”, proviene del latín tardío catholĭcus y significa “universal”.
[2] “Las clases sociales en la república se agrupaban inicialmente en: Cives, ciudadanos; patricci, los patricios y plebeii, los plebeyos. A estos, sin categoría civil, se unían los non civies, constituidos por los liberti, esclavos liberados y los servi, siervos.”
Pérez Millos, S. (2011). COMENTARIO EXEGETICO AL TEXTO GRIEGO DEL NUEVO TESTAMENTO: ROMANOS. Barcelona: CLIE.
[3] Vidal, C. (2024) Lucas, un Evangelio universal (vii): El contexto (3:1-2). Disponible en: https://blog.cesarvidal.com/p/lucas-un-evangelio-universal-vii?utm_source=publication-search (Revisado el 11 de febrero 2025).
[4] McLaughlin, R. (2022). El Credo Secular: Respuestas a cinco argumentos contemporáneos. Nashville, TN: B&H Español.
[5] Hurtado, L.W. (2017). Destructor de los dioses: El Cristianismo en el mundo antiguo. Salamanca: Sígueme.