EL ORIGEN DE LAS IGLESIAS LOCALES

Volvamos a leer Mateo 5:14-16, que nos dice:

“14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

El capítulo pasado, estuvimos considerando las tinieblas en las que vivieron los apóstoles y primeros cristianos. Observamos asuntos históricos, respecto al mundo en el que se desenvolvieron, con lo que vislumbramos la oscuridad de las almas y la ceguera de los hombres de aquella civilización. Vimos cosas que la sociedad aprobaba, que eran legales y que se promovían culturalmente. Leímos sobre depravación sexual, el abandono de bebés recién nacidos, esclavitud, infidelidades, combates sanguinarios hasta la muerte, y otras cosas que nos mostraron lo que son las tinieblas entre las que vivieron los primeros cristianos.

Hemos visto que la Luz que se reflejaría en los cristianos, es la luz del Hijo reflejada en nosotros. Su imagen conformada en nosotros. Cuando leemos el Evangelio de Juan, se nos dice que la Luz misma vino al mundo (el Hijo), y que alumbró a los hombres; sin embargo, los hombres amaron más las tinieblas que la Luz (Jn. 3:19). ¿Cuál fue el resultado? Aborrecieron al Señor, lo odiaron, porque todas las cosas que el hombre había edificado como civilización, eran reprobadas en Su verdad. La sociedad que, para ese entonces debía ser la más civilizada, por cuanto tenían la Palabra de Dios (los judíos), era una de las más corruptas. Habían corrompido el sacerdocio, habían torcido las Escrituras por mandamientos de hombres, expusieron el Nombre de Dios a vituperio entre los gentiles, se volvieron legalistas, sin misericordia, religiosos, hipócritas y, sobre todo, no reconocieron a su Salvador, matándolo. Ese era el estado de la nación[1] a la que le fue encomendada la Palabra de Dios, ¡imagínense la sociedad pagana!

El Señor Jesús, como la Luz del mundo, expuso las tinieblas de la sociedad judía y, los que se acercaron a Su luz, fueron transformados. Luego, aquellos transformados por la luz de Cristo que vino por el Espíritu a morar en ellos, fueron esparcidos por todo el mundo conocido. De esta manera aquella Luz alumbraría a todos los hombres. Es por esto que el Señor dijo a Sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”; y, aparte de esto, añadió: “una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

LA IGLESIA Y LA LOCALIDAD.

Ya mencioné anteriormente que la frase “la luz del mundo”, viene a ser una mención global y universal, haciendo referencia a todas las gentes y de todas las naciones. No obstante, ahora el Señor añade algo que, personalmente creo, tiene mucha relevancia. El Señor pasa de usar la expresión “mundo” a la frase “una ciudad”; y si la expresión “mundo” es global y universal, debemos señalar que la expresión “una ciudad” connota límites, una localización particular y delimitada. De alguna manera, podemos entender que la misión cristiana de alumbrar, abarca todo el mundo; no obstante, esto se manifestaría de manera especial en los límites de lo que se conoce como ciudad.

Hemos visto en el plural de “vosotros sois” lo que se conoce como la Iglesia universal del Señor, el Cuerpo único de Cristo. El cual, está conformado por cristianos regenerados de toda la historia y alrededor del mundo. La “gran multitud” que Juan vio y registró en Apocalipsis 7. Ahora, por otro lado, con la mención de “una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”, debemos considerar lo que se conoce como la Iglesia local del Señor.

La palabra «local» es una referencia a la palabra «localidad». Cuando hablamos de localidad no necesariamente estamos hablando de la iglesia, sino que, más bien, estamos hablando de la polis, lo que en el Texto de Mateo se traduce como “ciudad”. Cuando hablamos de una ciudad o de una localidad, estamos hablando de un lugar geográfico determinado, con una organización política que la administra y donde hay habitantes que son identificados por un gentilicio en particular. Por ejemplo, la ciudad de Éfeso, tenía habitantes identificados como efesios; la ciudad de Jerusalén, tenía a los jerosolimitanos; la ciudad de Laodicea, tenía a los laodicenses; y así sucesivamente. Las llamadas «polis» eran ciudades-estados y, personalmente, creo que hoy se asemejaría mucho a lo que conocemos en Chile como «comunas».

En las Escrituras, por tanto, podemos deducir dos tipos de iglesias vinculadas al Señor:

  1. La Iglesia universal del Señor.
  2. La Iglesia local del Señor.

Ya hemos hablado rápidamente y explicado la primera; respecto a la segunda, debemos señalar que en las Escrituras se refiere a todas las personas regeneradas que habitaban una polis en particular. Por ejemplo, en Éfeso, había dos tipos de personas:

  1. Las regeneradas.
  2. Las no regeneradas.

Los cristianos regenerados de Éfeso, eran también ciudadanos efesios; lo cual compartían con las personas no regeneradas. La diferencia era espiritual, pues entre ambas clases de personas que habitaban Éfeso, los cristianos regenerados habían sido incorporados al Cuerpo único de Cristo, la Iglesia universal del Señor; mientras que los otros, no. Entonces, como los cristianos regenerados pertenecían a la Iglesia universal y, a su vez, habitaban la polis llamada Éfeso, entonces ellos conformaban la Iglesia local de Éfeso o, sencillamente, la Iglesia en Éfeso. En otras palabras, la Iglesia local la conformaban todos los cristianos regenerados que habitaban la polis.

Ahora, si observamos el escrito de Pablo a los corintios, especialmente la llamada Primera de Corintios, nos daremos cuenta que aquel apóstol denuncia que había divisiones entre los cristianos regenerados que vivían en Corinto. No obstante, al saludarlos no se refiere a los hermanos –en plural– como iglesias de Corinto, sino que –en singular– los llama “la iglesia de Dios que está en Corinto” (1Cor. 1:2).  Con esto nos damos cuenta que, independientemente de las divisiones, para el Espíritu Santo solo había una Iglesia de Dios en Corinto. En otras palabras, aunque en Corinto había partidismo entre los cristianos, aún con esto, el Espíritu habla de una única Iglesia local. Con esto entendemos que, el partidismo de los hombres no anula lo que Dios llama Iglesia local. Por lo tanto, aún con todas las divisiones que pudieran enfrentar los corintios, la Iglesia en la polis, era una sola desde la perspectiva de Dios.

MIEMBROS DE LA VERDADERA IGLESIA.

Ahora, permítanme preguntarles lo siguiente: ¿Cómo nos hacemos miembros de la Iglesia local?

La respuesta correcta es: Naciendo de nuevo por la fe en Cristo y siendo unido a la Iglesia universal del Señor por el Espíritu Santo. Prácticamente, si fuiste regenerado y el Espíritu Santo te habita, tú eres parte de la Iglesia universal del Señor y, por tanto, miembro de la Iglesia de Dios en tú localidad o comuna. No te haces miembro de la Iglesia local, por adquirir una membresía institucional. Lo que quiero decir con esto, es que si tienes una membresía de la llamada Iglesia Bautista, lo que tienes es una afiliación a una institución religiosa; pero, en estricto rigor, si volviste a nacer por la fe en Cristo Jesús, tú eres miembro del Cuerpo de Cristo, parte de la Iglesia universal del Señor y eres un santo que forma parte de la Iglesia en su comuna. Dicho de otra manera. Yo vivo en Quilicura y supongamos que tengo una membresía de la llamada Iglesia Bautista que se encuentra ubicada en la comuna de Recoleta. Institucionalmente, soy miembro de la Iglesia Bautista de Recoleta, pero espiritualmente, soy miembro de la Iglesia universal del Señor y parte de la Iglesia en Quilicura. Porque las instituciones de los hombres, no alteran los logros de Dios en Cristo.

Ahora, en Quilicura hay decenas de grupos cristianos, muchos de ellos institucionalizados, pero desde la perspectiva del Espíritu Santo, solo hay una Iglesia de Dios en Quilicura. Pregunta, ¿cuál es, por tanto, la verdadera Iglesia de Dios en Quilicura?

La Iglesia de Dios en Quilicura, está conformada por todos los cristianos regenerados que habitamos la comuna, independientemente que nos reunamos en distintos lugares, y estemos o no institucionalizados. Desde el lente de Dios, solo hay una Iglesia en la comuna de Quilicura, de la cual, los hermanos que nos reunimos en Rigoberto Jara[2], somos parte, siempre y cuando, vivamos en la comuna.

Esto saca a la luz muchas cosas que, en estricto rigor, no son bíblicas y frecuentemente se practican o se dicen. Como por ejemplo, pensar que un grupo determinado de cristianos regenerados, en una comuna en particular, debido a que tienen un conocimiento escritural superior a otros grupos cristianos de la comuna, son la verdadera iglesia. Ese, hermanos, es un típico pensamiento partidista y, por tanto, carnal. Piensen en lo siguiente: La Iglesia en Corinto tenía problemas con el partidismo. Cuando leemos los partidos que habían surgido, encontramos lo siguiente:

“12 Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo.” (1Cor. 1:12).

Esto significa que algunos cristianos se declaraban partidarios de Pablo y simpatizaban con sus enseñanzas y formas; mientras que otros, eran partidarios de Apolos; y otros de Pedro; y aún otros, que seguramente se pensaban espirituales, se declaraban partidarios de Cristo. ¿Cuál era el problema con estos partidos? Que se dividían y marginaban unos a otros. Ahora, observe lo siguiente: La reprensión de Pablo por el Espíritu, no es solo para los que dicen ser de Pablo, Apolos y Cefas, sino también para los “espirituales” que se dicen ser de Cristo. ¿Y por qué? Porque aún ellos, en la declaración “espiritual” de señalarse como de Cristo, se apartaban de los que se decían ser de Pablo, Apolos o Pedro. Si eran espirituales, ellos debían haber actuado como Pablo, exhortando a los hermanos y recordándoles lo siguiente:

“13 ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1Cor. 1:13).

O sea que, si ellos eran verdaderamente espirituales, en vez de apartarse de los hermanos por sus partidismos, debían llamarlos a considerar la centralidad de Cristo en la cual tenemos comunión y vida eterna. No alejarse pensando en crear una mejor congregación, sino sufrir el agravio y pagar el precio que trae el perseverar en la verdad.

Cosas como la señalada, son las que más ocurren entre cristianos en una localidad. Permítanme contarles algo. Resulta que en Quilicura, cada viernes por la noche, estamos saliendo a ser participantes de las misericordias de Dios para con la gente más vulnerable. Salimos con pan, té y café. Bueno, sucede que haciendo esto nos hemos encontrado con situaciones como la siguiente: Se nos acercan varios cristianos, de línea pentecostal y lo que nos preguntan es: ¿Cómo se llama su iglesia? ¿Quién es su pastor? ¿Dónde está el templo de ustedes?

Nadie se acerca a nosotros a preguntarnos: ¿Quién es Jesús de Nazaret para nosotros? O ¿recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron? Sin embargo, como nosotros hemos entendido estas cosas, procuramos mostrarles que tenemos a Cristo, que hemos creído en el Hijo de Dios y que Su Espíritu nos habita. ¿Y saben lo que ha ocurrido? Hemos disfrutado, en muchas de esas ocasiones, de la comunión del Cuerpo de Cristo en aquella plaza, con hermanos que se congregan en otros lugares.

LA UNIDAD DEL ESPÍRITU EN EL VÍNCULO DE LA PAZ.

Entonces, la Iglesia local está conformada por todos los cristianos regenerados que habitan una comuna en particular, independiente del lugar o el grupo con el cual se reúnan dentro de la comuna. Por consiguiente, en una comuna no hay muchas iglesias locales, sino solo una Iglesia local dividida o separada en grupos; algunos institucionalizados y otros no. ¿Qué implicancias tiene todo esto? La verdad, es que muchas. En primer lugar, somos llamados a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, vamos a leer Efesios 4:1-6, que dice:

“1 Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, 2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, 3 solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.” (Ef. 4:1-6).

Cuando leemos este pasaje, muchos piensan en mega reuniones que manifiesten que somos uno y hermanos en Cristo. Otros piensan en los mega templos que existen y que congregan en sus cultos a cientos y quizás miles de personas que se dicen ser cristianas. Lo que quiero decir, es que muchos relacionan la unidad del Espíritu con la reunión de los cristianos en un lugar; sin embargo, eso no es así. Noten que Pablo habla de la unidad del Espíritu y añade la frase “en el vínculo de la paz”. O sea que, en primer lugar, la unidad es del Espíritu (no en templos y mega reuniones) y, en segundo lugar, está directamente relacionada al vínculo que tenemos en la paz. ¿A qué paz se refiere Pablo? A la paz que nos ha dado Cristo para con Dios. En Juan 14:27 se nos dice lo siguiente:

“27 La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”

El Señor Jesús nos ha dado Su paz, es decir, Él nos ha dado la paz que ha logrado. Esta paz no es una paz sentimental, es decir, no tiene que ver con un bienestar mental, un estado emocional de tranquilidad. Claro, esas cosas vienen por consecuencia, pero no son la causa subyacente; sino, repito, consecuencia. La paz a la que se refiere el Señor, es un logro de Su obra en dos aspectos:

  1. Para con Dios.
  2. Entre los hombres.

Permítanme mostrarles dos pasajes. En primer lugar, vamos a leer Romanos 5:1 que dice[3]:

“1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Como verán, la paz que el Señor Jesús ha logrado y nos ha dejado, es el logro de la paz para con Dios. El ser humano caído tiene un serio problema con Dios, problema que se relaciona con Su justicia y santidad; no obstante, como ha venido el Hijo en carne a cumplir con toda justicia (Mt. 3:15), para reconciliarnos con Dios. El resultado de Su justicia ha sido la paz para con Dios. No hay nada contra nosotros debido a la justicia de Dios en el Hijo. Ahora Dios está en paz, se ha cumplido toda justicia y, Su santidad, en Cristo, en Su cruz, ha sido vindicada. Por tanto, este es el resultado de la justificación en Cristo: La paz para con Dios. Esto, por causa del cumplimiento de Su justicia en el Cordero de Dios. El pecador debía morir y el pecado ser condenado… y así fue. ¿Dónde ocurrió esto? En Cristo. En la cruz no solo vemos el amor de Dios, sino también la justicia y la ira de Dios aplicadas. Y una vez que Dios ha condenado al pecado en la carne de Cristo, entonces, ha venido la paz. Porque sin justicia, no hay paz (Is. 32:17).

Permítanme una ilustración. Un día estaba conversando con un hombre que había cumplido una condena de varios años por delitos cometidos cuando era menor de edad. Una vez que cumplió la mayoría de edad, la condena por los delitos de su juventud salió y él tuvo que pagar. En aquella conversación le hice una pregunta, queriendo encaminarlo al Evangelio. Le dije: “Cuando supiste de las condenas y que tenías que ir a la cárcel, ¿podías caminar tranquilo al lado de los carabineros[4]?”. Me respondió que no y me señaló que si el carabinero le realizaba un control de identidad, podía quedar detenido inmediatamente; por lo que, prácticamente, cuando supo de la condena, comenzó a vivir intranquilo, sintiéndose perseguido y paranoico, en cualquier momento vendrían por él y no quería eso. Entonces, le hice una pregunta final: “Ahora que has cumplido con la condena, ¿cómo andas para con los carabineros?”. Me respondió: “Tranquilo, en paz, porque ya pagué. Que me controlen, no hay problema, no debo nada”. Mis hermanos, el hombre sin Cristo no tiene paz en su conciencia, ni puede enfrentar la muerte con tranquilidad, ¿sabe por qué? Porque está en deuda con la justicia de Dios, no tiene paz para con el Juez justo. Esta es una de las razones por las que ha venido Cristo, a cumplir con la justicia, a sufrir en Su humanidad nuestra condena, para así reconciliarnos con Dios y hacer la paz. Esta es una de las primeras provisiones que recibimos en la regeneración: Paz para con Dios, reconciliación. Esta es la paz que tiene relación a Dios.

Por otro lado, vamos a leer Efesios 2:13-16, que dice:

“13 Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. 14 Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, 15 aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, 16 y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.”

Pablo nos señala que nosotros –los gentiles según la carne– estábamos lejos de Dios y de Su Palabra, no teniendo parte en el Pacto que Dios estableció con los judíos, siendo considerados paganos e impíos, además de pecadores y rebeldes. De alguna manera, la enemistad con Dios, era también la enemistad entre el pueblo de Dios y los otros pueblos; por lo que hay siempre una distinción muy marcada en el Antiguo Testamento, entre el pueblo del Pacto y los paganos, entre el Dios verdadero y los ídolos. Es más, podemos decir con total seguridad que la salida de Egipto y las guerras de los israelitas en Canaán, eran los juicios y batallas de YHVH contra los falsos dioses y sus pueblos (v. Ex. 12:12; 20:1-5; 23:24-33; 34:11-17; Nm. 33:4). Sin embargo, el pueblo judío siempre terminó pecando contra Dios y yéndose en pos de otros dioses, transgrediendo así el Pacto. Entonces, Dios hizo un Nuevo Pacto en Cristo. Y en este Nuevo Pacto, las enemistades con Dios terminarían para los que recibieran al Hijo; pero, también, terminarían las enemistades entre las personas por razón de su origen étnico. Ahora Dios haría un nuevo pueblo, un nuevo hombre colectivo, y quitaría las enemistades raciales que surgieron por causa del Pacto mosaico. En este Nuevo Pacto, fueras judío o gentil, tenías que nacer de nuevo y ser incluido en un Nuevo Hombre, para ser parte de un nuevo pueblo. Ya no importa si eres judío o gentil, ahora lo que importa es que creas de todo corazón en el Señor Jesús y que, en virtud de la fe, Dios te otorgue Su Espíritu como Sello de garantía; entonces, formarás parte del Nuevo Hombre, de un nuevo pueblo de Dios, es decir, el Cuerpo único de Cristo, la Iglesia universal del Señor. En Cristo tenemos la comunión entre las personas regeneradas; comunión que se basa en la relación filial que tenemos con el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, a través de la común fe en Cristo. Esa unidad debemos guardar y custodiar.

Entonces, cuando te encuentras con una persona que se dice ser cristiana en la plaza, en vez de preocuparte dónde se está reuniendo, o cómo se llama “su pastor”, o el nombre de “su iglesia”, preocúpate de si verdaderamente cree en Cristo Jesús y su fe ha sido confirmada a través del Espíritu Santo como Sello de propiedad de Dios. “¿Qué dices de Jesús de Nazaret?”, “¿Recibiste el Espíritu Santo al creer en Cristo?”, son las preguntas fundamentales. Y si te das cuenta que la persona es realmente cristiana y volvió a nacer, entonces son hermanos en Cristo. Y si viven en la misma comuna, entonces son miembros de la misma Iglesia local, independientemente de que se reúnan en el mismo lugar. Tus dones también son para él o ella. Tu generosidad debe también considerarlo a él o ella. Tu respeto y amor en Cristo, también debe considerarlo a él o ella. Cuando comprendes estas cosas de la Iglesia local, entonces comienzas a liberarte del partidismo y realmente puedes tener comunión con los santos.

Permítanme contarles algo. La segunda vez que salimos a la calle el día viernes, llegamos a un lugar donde unos hermanos pentecostales estaban predicando. Esto es en una plaza. Cuando llegamos, pasamos al lado de ellos y les dijimos que veníamos a colaborar. Ellos lo comprendieron y junto con la predicación, comenzaron a decirle a la gente que vinieran a disfrutar de las misericordias del Señor. Desde ese entonces, cada viernes que vamos nos encontramos con los hermanos y, mientras ellos predican, nosotros colaboramos con pan, té y café. Esto ha provocado que tengamos comunión con ellos en Cristo, allí en la plaza. Muchas veces conversamos temas de edificación, también hemos tenido que orar por los que llegan cargados. Hemos escuchado cánticos y, además, compartido alimentos con ellos. Les hemos mostrado que tenemos a Cristo, que somos hermanos, independientemente de las formas y de dónde nos reunamos.

LAS FORMAS Y LOS CULTOS.

Aquí aparece un tema adicional a considerar: Las formas y los cultos. Cuando hablo de esto, específicamente me refiero a las reuniones de los distintos grupos cristianos. Debemos señalar que las formas y los cultos, no constituyen ni conforman a una Iglesia local. Puede haber muchos cultos cristianos en una comuna, que varían en formas; pero, delante de Dios, solo tienes una Iglesia local. Muchas veces, son las formas en los cultos las que separan a los hermanos e impiden la comunión del Cuerpo de Cristo, atacando la unidad del Espíritu. Para que se entienda, si invitas a un bautista al culto de un pentecostal, probablemente el bautista salga totalmente hastiado, criticando los gritos y la falta de enseñanza de las Escrituras. Por otro lado, si invitas a un pentecostal al culto de un bautista, probablemente el pentecostal salga aburrido, debido a la seriedad de la reunión y la falta de emociones, además de la predicación con pocas emociones. Probablemente, debido a las formas en los cultos, ambos se enemisten o se distancien. Pero, si el bautista y el pentecostal se encontraran en la plaza y comenzaran a compartirse uno al otro la fe en Cristo, se podrían edificar mutuamente; es más, podrían tener comunión a través de las Escrituras, respecto al conocimiento de Dios que han ido adquiriendo.

Lamentablemente, las formas en los cultos suelen ser la razón y la problemática que tienen los cristianos de una Iglesia local.  Esto, debido a que las formas de reunirse suelen “canonizarse” y se señalan como el “todo” en la vida de los cristianos. Entonces, se piensa que la vida de la Iglesia local, solo consiste en los cultos. Los que constan de momentos de oración, cánticos, ofrenda, predicación y todo en manos de un coordinador. Después de todo esto, cada uno se marcha a su casa; pero, hermanos, debemos saber que la vida del Cuerpo de Cristo en una localidad, va más allá de las cuatro paredes de los templos a los que se han limitado para hacer cultos. Sí, es importante congregarnos en un lugar, para participar de las cosas que conforman nuestro culto cristiano; sin embargo, además de esto, debemos conocer que la vida cristiana también incluye una vida social, donde el evangelismo, la apología, la educación, el cuidado de las viudas que realmente lo son, la preocupación por los pobres y los huérfanos, forman parte de la vida cristiana de la Iglesia local.

EL EJEMPLO DE LA IGLESIA EN JERUSALÉN.

Permítanme contarles algo. La historia nos muestra que la Iglesia primitiva, la primera en oír que: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”. Al principio, no fue distinguida en el Imperio Romano como un grupo religioso. El concepto «religioso» significaba para las personas un templo, quema de incienso, sacerdotes ordenados, imágenes (entre los paganos), sacrificios, procesiones, entre otras cosas. Pero los primeros cristianos no tenían templos, ni sacerdotes ordenados (vestidos de cierta manera), ni realizaban sacrificios, ni tenían procesiones, ni imágenes en lugares de reunión, ni quemaban incienso; sino que eran simples ciudadanos que se congregaban en el nombre del Señor Jesucristo.

Muchos creen que la Iglesia en Jerusalén se reunió siempre en el templo a tener sus cultos cristianos; y, la verdad, esto no fue así.  Cuando surgió la Iglesia en Jerusalén, durante un tiempo se ocupó cierto lugar del templo para evangelizar y predicar a Cristo (v. p. ej.  Hch. 5); sin embargo, una vez que los judaizantes comenzaron a perseguir a los cristianos, esto cambió providencialmente (v. Hch. 6-ss). Los hebreos cristianos fueron empujados a reunirse por las casas, no en el templo judío. Y más cuando la Iglesia en Jerusalén llegó a estar compuesta por más de 10.000 personas regeneradas. Fue en ese entonces que tuvieron que organizarse para la edificación a través de la Palabra, para tener comunión unos con otros, para participar del partimiento del pan y para reunirse a orar, lo cual comenzaron a realizar por las casas o en lugares que pudieran congregarlos en grupos; pero no en templos construidos para un fin religioso.

Historiadores como Larry W. Hurtado, señalan que para los paganos del imperio, los cristianos se asemejaban más –en su forma de reunirse– a las escuelas de filosofía que a las religiones. La razón: No tenían templos ni cosas que se asemejaran a culto religioso alguno. Todas las formas, las liturgias, los rituales, los templos cristianos, la ordenación de una casta sacerdotal, surgieron en una época posterior a la Iglesia primitiva, probablemente en la época constantiniana. Desde el siglo IV d. C. en adelante, las cosas comenzaron a dar un vuelco que, con la “conversión” de Constantino y el llamado Edicto de Milán, constituyó al cristianismo como religión oficial del imperio, iniciando así, la institucionalización de lo que se vino a llamar “Iglesia”. Anterior a este periodo, la Iglesia local se correspondía a las personas regeneradas que habitaban una polis en particular, después de esto, se le comenzó a llamar “Iglesia” a la institución religiosa romana.  En conclusión, fue cuando se constituyó al cristianismo la religión oficial del Imperio Romano, que las cosas que eran parte de la religión pagana comenzaron a ser parte de la Iglesia institucionalizada. Y todas las cosas que eran parte del paganismo, fueron mutando y diluyéndose en el culto de la nueva religión romana institucionalizada. Desde aquí en adelante, apareció un nuevo culto pseudo cristiano, con templos, ceremonias religiosas, rituales tediosos y una casta sacerdotal muchas veces inicua y perversa. Lo que quiero mostrar, finalmente, es que muchas de las formas y cultos que separan a los cristianos hoy en día, no son herencia de la Iglesia primitiva, sino el cristianismo diluido con la concepción religiosa del mundo.

Para finalizar, entonces, con la mención de “una ciudad asentada sobre un monte”, encontramos la realidad de lo que se conoce como la Iglesia local. Es decir, el total de los creyentes regenerados que habitan una comuna en particular, independientemente de si se reúnen juntos. No es la mención de alguna institución religiosa, sea protestante o no.


[1] Recomendamos a los hermanos estudiar la profecía de Malaquías.

[2] Calle de la comuna de Quilicura.

[3] V. t. Colosenses 1:20.

[4] La policía uniformada de Chile.