LA LUZ Y LA IMAGEN

Vamos a iniciar leyendo Mateo 5:14-16, que será nuestro pasaje epígrafe:

“14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

Este párrafo se encuentra en el contexto del llamado «Sermón del monte». Este sermón es un registro de Mateo, quien redactó una serie de enseñanzas que el Señor Jesús les dio a Sus discípulos, donde se nos muestra el carácter del Reino del Dios. Cuando hablamos de «carácter», estamos hablando de uno de los significados que encontramos de la palabra «imagen» en el Texto bíblico (p. ej. Heb. 1:3). El carácter, viene a ser la descripción de la forma de ser, que se explica a través de las cualidades que se distinguen. Respecto a esto, debemos señalar que el Hijo –el Señor Jesús– es la Imagen del Dios invisible (Col. 1:15). Esto quiere decir, que podemos conocer a Dios y comprenderlo de forma real y precisa, en la medida que el Espíritu nos alumbra a través de Su Palabra lo que tiene relación al Hijo. Dicho conocimiento –enfatizo– es a través del Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Y es que, de alguna manera, se nos abre el entendimiento para comprender las Escrituras (Lc. 24:45), y poder ver en el Hijo la explicación y revelación clara de cómo es Dios (Jn. 1:18).

Ahora bien, aquel conocimiento y revelación que vino en el Hijo –como la Imagen del Dios invisible– se nos entrega a través del Espíritu Santo, quien nos ilumina Su Palabra y, mediante la fe y la prueba de la misma, acuña en nosotros la imagen del Hijo (Ro. 8:28-29). ¿Qué significa acuñar? Significa imprimir, sellar y grabar una pieza de metal por medio de un cuño que tiene una imagen. Para esto, la siguiente ilustración servirá de ejemplo:

La fe y la prueba de nuestra fe, son cosas fundamentales en este proceso de acuñar la imagen del Hijo en nosotros, es decir, formar Su carácter. ¿Qué significa esto? Que vamos siendo transformados en todas las cosas que conforman nuestra personalidad. En otras palabras, la forma en que pensamos, lo que amamos o aborrecemos, nuestro comportamiento y la forma en que nos relacionamos con los demás, comienzan a ser la marca o impresión del carácter del Hijo en nosotros. La imagen del Nuevo Hombre comienza a proyectarse en cada uno de los que hemos sido regenerados.

LA RELACIÓN ENTRE LA LUZ Y EL CARÁCTER DEL HIJO.

Ahora bien, el Hijo es la Imagen visible de Dios, en Él vemos Su aspecto y Su carácter. Por ende, el Hijo, es el Revelador del Padre en el más amplio sentido. Una visualización de esto la encontramos en Apocalipsis 21:23, donde dice:

“23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.”

En este pasaje se nos dice que “la gloria de Dios ilumina”, pero, además, se nos dice que “el Cordero es su lumbrera”. ¿Qué vemos aquí? Vemos la Luz y vemos al Proyector de la Luz. En otras palabras, vemos en el Hijo la imagen del Dios invisible. La imagen es la del Padre (la Luz), y vemos al Proyector de la imagen del Padre, es decir, el Hijo (la Lumbrera). Es precisamente por esto que el Señor Jesús le dijo a Felipe “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9). Entonces, en este contexto tenemos la Luz por un lado (el Padre), y al Proyector de la Luz por el otro (el Hijo). La Luz y Su Lumbrera. Lo que es sinónimo de la Imagen y la Proyección de la Imagen. El carácter del Dios invisible y el Revelador del carácter de Dios. Dos Personas y dos cosas vinculadas a estas dos Personas: La Luz y la Lumbrera.

En definitiva, lo que pretendo mostrarles es que hay una relación entre lo que es la Imagen de Dios (Su carácter y Su aspecto), y lo que se nos menciona de la luz. Es cierto que, cuando hablamos de la luz, podemos hacerlo denotativa o connotativamente[1]; es decir, podemos referirnos a la luz de forma literal o figurativa. Si hablamos de la luz de forma literal, estamos hablando de aquella forma de energía, que se propaga en forma de ondas electromagnéticas y que es perceptible para el ojo humano. Si hablamos de la luz en forma figurativa, como en el caso Apocalipsis 21:23, estamos hablando del carácter de Dios. Dicho todo esto comprendemos, entonces, que el carácter de Dios se revela y se ha revelado en el Hijo de forma definitiva y plena. En este caso, tenemos que el Padre es la Luz, mientras que el Hijo es la Lumbrera, aquel que proyecta y revela la Luz a través de Su carácter.

Con todo esto que he señalado, quisiera que volviéramos a leer Mateo 5:14-16. Porque lo que el Señor les dice a los discípulos, en el siglo I, es algo que se fue manifestando de una forma especial y, paulatinamente, hasta el siglo III. Y es muy importante conocer esto, observar la historia de la Iglesia de los tres primeros siglos, junto al contexto histórico en el que esta historia se fue registrando; pues, cuando observamos estas cosas, comprendemos de mejor manera el sentido de los versículos que leímos, además de la relación entre la luz y el carácter del Hijo:

“14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

Entonces, en este pasaje, el Señor Jesús le está diciendo a los discípulos que, los creyentes en Él, somos “la luz del mundo”. No es que nosotros seamos la fuente de la luz, sino que una correcta interpretación de esto, podemos encontrarla parafraseada en palabras de Pablo, quien llama a los cristianos “luminares en el mundo” (Fil. 2:15). Es decir, proyectores de la luz. Lo que el Señor le está diciendo a los discípulos es que los creyentes en Él, somos proyectores de la luz, lumbreras, como la lumbrera menor (la luna, ref. Gn. 1:16). Esto quiere decir que estamos en el mundo para alumbrarlo en medio de las tinieblas. El mundo está a oscuras, en tinieblas, esto quiere decir que no sabe por dónde caminar, no sabe para dónde ir, no puede ver el camino correcto, aunque tal vez sí palparlo; pero no lo puede ver. ¿Por qué no lo puede ver? Porque el ojo es inservible si no tiene luz. Es decir que, no basta con tener ojos, sino que necesitamos la luz para ver.

Ahora bien, hemos dicho que en Apocalipsis 21:23, tenemos a Dios el Padre representado en la Luz, mientras que Dios el Hijo, es la Lumbrera que alumbra. Esto significa que el carácter del Padre, Su imagen, es fielmente proyectada en el Hijo que vino al mundo. Y es tan perfecta y plena la representación del Hijo, que por antonomasia, por excelencia, lo llamamos «la Imagen de Dios». Vemos al Hijo y vemos al Padre. Al entender al Hijo, vamos entendiendo el carácter del Padre. Por otro lado, el Hijo es la Imagen oficial de Dios, en relación a Su aspecto, por eso se ha prohibido hacerse alguna imagen de Dios y adorarla (Ex. 20:4-5), porque el Hijo es la única Imagen que puede representar a Dios y que podemos adorar (Col. 1:15). Y cuando Él vuelva en gloria y majestad, nosotros veremos el aspecto de Dios en el Hijo y le adoraremos.

Entonces, el Hijo es exclusivamente la Imagen del Padre (el Dios invisible), en el sentido de Su carácter y también de Su aspecto. Y cuando hablamos del carácter de Dios en Cristo, entonces hablamos de la proyección de Su luz, porque la imagen del Padre está en Él. Por tanto, el Hijo es por excelencia la Imagen del Padre y el carácter que vemos en Cristo es la imagen de Dios, lo que ha venido a ser la luz del mundo. Debido a esto Juan 8:12, nos dice lo siguiente:

“12 Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”

Así que, podrán notar, que tenemos por un lado al Padre, que es la luz que proyecta Cristo y se revela a nosotros; y, por otro lado, tenemos a Cristo que es la luz que se proyecta en nosotros y se revela al mundo. En resumen, “vosotros sois la luz del mundo”, nos está señalando que somos proyectores de la luz del Hijo. Esto significa que no somos fuentes de luz, sino proyectores de la luz; en otras palabras, en nosotros se ha de reflejar la luz del Hijo, es decir, la imagen del carácter del Señor Jesús. Para ilustrar esto, podemos usar de ejemplo al sol y la luna. El sol es una fuente de luz, pero no la luna. La luna no brilla por sí misma, ni es una fuente de luz, sino que la luz que vemos en la luna es secundaria, ya que corresponde al reflejo de la luz del sol en su superficie. La siguiente imagen nos servirá de ilustración:

Entonces, el Padre y el Hijo son una Fuente de luz, mientras que nosotros, somos proyectores de la luz de Dios. El Hijo, en Su encarnación, nos ha venido a dar a conocer aquella luz inaccesible e inalcanzable, interpretándola para nosotros a través de Su humanidad. Su luz no es por reflejo, sino que es una Fuente de luz. Su luz, en esencia, es la misma que la del Padre, aunque son dos Personas distintas. No obstante, nosotros no somos fuentes de luz, sino personas en las que la luz del Hijo se ha de proyectar. El Hijo nos trajo la luz de Dios, la explicación de Su carácter, a través de Su humanidad; y ahora, aquella imagen del Hijo encarnado, ha de ser manifestada, acuñada en nosotros, para reflejar Su imagen, que es la luz para el mundo. El Hijo vino a ser en Su humanidad la Luz de Dios para el mundo; nosotros, habiendo sido regenerados por la fe en el Hijo, hemos venido a ser objetos reflectantes de Su luz para el mundo. Dicho de otro modo, el carácter que se vio en Cristo respecto a Dios, comenzó a ser manifestado paulatinamente a través de las personas que Él salvó y regeneró.

LA IGLESIA UNIVERSAL, LA VERDADERA IGLESIA.

Ahora bien, quiero que noten que al hablar de “vosotros sois”, se está haciendo alusión a una pluralidad de personas, lo que necesariamente trae a colación el tema de «la Iglesia». Observen que no dice “cada uno de vosotros”, sino que “vosotros sois”, señalando directamente a la pluralidad personas. Es cierto que cada uno de nosotros tiene una vida personal conectada al Señor por el Espíritu que nos ha sellado. Sin embargo, debemos saber que, siendo individuos, hemos sido unidos al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Ahora, presten atención aquí, quisiera hacer una pregunta conflictiva: ¿Cuál es la verdadera Iglesia? Reflexionemos un poco en esto.

Bueno, de acuerdo a lo que deducimos de las Escrituras, podemos señalar que la verdadera Iglesia es, entre otras cosas, un organismo vivo, compuesto por un sin número de individuos que, teniendo en común la fe en Cristo, han sido bautizados por el Espíritu Santo en un mismo y único Cuerpo (1Cor. 12:13). Desde aquí se desprende lo que se ha dado por llamar «la Iglesia universal de Cristo».

La pregunta obvia que aparece aquí es: ¿Qué es la Iglesia universal de Cristo? En respuesta, podemos decir que es el colegiado de creyentes y discípulos de Cristo, nacidos de nuevo, de todas las épocas y en todo el mundo, que han sido bautizados por el Espíritu Santo en el único Cuerpo de Cristo y, del cual, el Señor hace referencia –en singular– como “mi iglesia” (Mt. 16:18). Respecto a la Iglesia universal, podríamos señalar sin incurrir en falacia, que el apóstol Juan tuvo una visión donde vio a la Iglesia universal del Señor. Sobre esto escribió lo siguiente:

“9 Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; 10 y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.” (Ap. 7:9-10).

Esta es la mejor descripción de la Iglesia universal del Cordero, una gran multitud, incontable, conformada por personas de todas las naciones, tribus, pueblos y de diferente lengua que han existido a lo largo de la historia; y que han creído en el Señor Jesús, como el Hijo de Dios que ha quitado nuestros pecados para estar en presencia de Dios. Salvándonos para siempre. En esa visión de Juan, estamos todos aquellos que, por la fe en Cristo, hemos vuelto nacer, recibiendo el Espíritu Santo como Sello de garantía de parte de Dios. Esta Iglesia universal de Cristo visualizada por Juan es, en estricto rigor, la verdadera Iglesia.

LA INCLUSIÓN EN LA IGLESIA UNIVERSAL.

Ahora bien, aquí tengo dos preguntas para los que se encuentran leyendo esto: ¿Volviste a nacer? ¿Recibiste el Espíritu el día en que creíste en el Hijo? Si no estás seguro, entonces, asegúrate, “procuremos, pues, entrar en aquel reposo” (Heb. 4:11). Lee la Palabra de Dios y ruega al Señor tener la seguridad en la fe de que le perteneces. Hermanos, con esto no pretendo sembrar la duda en los ya salvos, sino que es necesario que aquellos que dudan o ignoran lo relacionado a la salvación, se aseguren de que su fe ha sido aprobada por Dios, quien otorga el Espíritu Santo del nuevo nacimiento. No obstante, si alguien se ha angustiado pensando en que no está seguro de tener el Espíritu Santo, permítame decirle que esto es necesario para la búsqueda de certezas personales; y, juntamente con esto, le dejo un versículo relevante, que se encuentra en Lucas 11:13, donde dice:

“13 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”

Por tanto, si alguien tiene la duda de si el Espíritu Santo le habita y no tiene seguridad de su regeneración por la fe en Cristo, pida a Dios el Espíritu, busque seguridad. Dios está dispuesto a responder, usted debe buscar Su respuesta, ore y dígale a Dios que usted ha creído en el Hijo eterno, que necesita tener certeza y convicción de que ha sido hecho hijo de Dios y, por tanto, salvo. Si no lo hace, es que simplemente no le interesa y le da lo mismo. Pero si usted está seguro de su salvación, con certeza y convicción, entonces de gloria a Dios, porque la salvación pertenece al Señor; y, gócese, pues, es el hecho de la salvación y regeneración en Cristo, lo que nos incluye en la Iglesia universal de Dios.

Ahora bien, la Iglesia universal del Señor Jesús es una sola, es trascendental a la historia, inclusiva respecto a nacionalidad, idiomas, estatus social, sexo y color de piel; pero, exclusiva en cuanto a la fe que nos hace pertenecer a ella. ¿Qué quiero decir con esto último? Que la fe que nos hace pertenecer y ser bautizados por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, no es un simple “creer en Dios”. Porque si esto fuera así, los demonios, los deístas y cualquiera que diga “creer en Dios”, sería parte de la Iglesia universal. Pero la fe cristiana es excluyente, ya que si no es por y en Cristo, no somos incluidos en la Iglesia. Sin Cristo no hay salvación, ni regeneración, ni inclusión a la Iglesia universal. Por lo tanto, si una persona no cree que Dios ha revelado públicamente que tiene un Hijo eterno (Hch. 17:30-31; Ro. 1:1-4), al que envió al mundo como hombre, que murió en una cruz por nuestros pecados y resucitó al tercer día de entre los muertos (Hch. 26:22-23; 1Cor. 15:3), entonces no es salvo ni tampoco forma parte de la Iglesia universal. Como verán, si una persona no cree que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo de Dios (Mt. 16:13-20; Hch. 4:11-1; 1Tim. 2:5), no es incluido en la Iglesia universal de Dios. Y si Dios no valida que nuestra fe es genuina y la aprueba concediéndonos el Espíritu Santo (Jn. 7:39; 14:15-31; Hch. 1:4-5; 2:32-33; 2:38; 15:7-9; 19:1-6; Ga. 3:2; Ef. 1:13), entonces no somos miembros del Cuerpo de Cristo. En este sentido, el creer en el Hijo de Dios es excluyente.

Con todo esto, podemos entender que pertenecer o ser parte de la Iglesia universal, es sinónimo de ser miembro del Cuerpo de Cristo. Y ser miembro del Cuerpo de Cristo, es un tema –llamémosle– orgánico, vinculado a la vida de Dios, y no una “membresía” que se adquiere por pertenecer a un grupo cristiano o por haber nacido en un hogar cristiano. Esto es importante comprenderlo, pues el otro día escuché a una hermana hablar de su conversión, y entre las cosas que dijo, señaló que sus padres eran cristianos cuando ella nació y que, por tanto, ella siempre estuvo en la iglesia. Luego indicó que, a los 17 años de edad, tuvo una experiencia con el Señor que cambió su vida, obteniendo con esto una fe personal. Así como esta hermana, muchos piensan y relatan su conversión; sin embargo, aquello no se puede sostener bíblicamente. En estricto rigor, debemos señalar que el hecho de haber nacido en un hogar cristiano no te hace parte del Cuerpo de Cristo, ni te incluye en la Iglesia universal. Ella nació en un hogar cristiano, pero fue incorporada a la Iglesia universal el día en que volvió a nacer, lo que probablemente fue a los 17 años, cuando tuvo aquella experiencia personal que relató. La verdad es que ella era una hija de padres cristianos, que fue formada entre cristianos y que, hasta los 17 años, solo vivió conforme a la ética cristiana que aprendió en casa; es decir que, ella aprendió de sus padres a comportarse como una “cristiana”. Pero hasta que creyó de todo corazón en el Señor Jesús y se le concedió el Espíritu Santo, volviendo a nacer, hasta ese entonces, ella no era parte de la Iglesia universal del Señor (v. Jn. 3:1-15).

Permítanme contarles una anécdota, para poder reforzar aún más esto. Nuestro hijo –hoy adolescente– ha sido criado entre los hermanos; sin embargo, no puedo decir que él es miembro del Cuerpo de Cristo y parte de la Iglesia universal del Señor. Él es hijo de Nataly y Juan Carlos, que hemos sido regenerados y somos parte de la Iglesia universal de Cristo. Nuestro hijo debe tener su propia experiencia de inclusión en el Cuerpo de Cristo, algo que es entre él y Dios, quien examina su fe. Sin embargo, él ha sido formado entre cristianos, por lo que tiene una ética personal directamente relacionada a lo que le hemos enseñado como cristianos. Un día nuestro hijo nos pidió permiso para ir a la casa de un amigo. En aquella casa estaba la abuela y la mamá del amigo; y, la abuela, es una hermana en Cristo. Nuestro hijo estuvo todo el día allí y cuando mi esposa lo fue a buscar, la abuela le dijo: “Su hijo se comportó muy bien, como un joven cristiano, me gusta que sea amigo de mi nieto”. ¿Saben lo que verdaderamente valoró de mi hijo aquella hermana anciana? La ética cristiana. Porque nuestro hijo ha sido criado entre cristianos, sabe muy bien cómo comportarse en las casas de sus amigos, sobre todo, cuando en estas hay cristianos regenerados. Por tanto, yo no puedo bajar la guardia, ni engañarme pensando que mi hijo adolescente, por tener un comportamiento cristiano, es parte del Cuerpo de Cristo. Mi hijo sabe del Señor, tiene información al respecto, ha pasado, incluso, por nuestra Escuela de la obra, estudiando Bibliología, Teología y Cristología bíblicas, tres años seguidos y ha aprobado todos los cursos. ¿Significa esto que es parte de la Iglesia universal y miembro del Cuerpo de Cristo? La respuesta es “no”. ¿Qué necesita mi hijo? Creer de todo corazón en el Señor Jesús y que Dios le otorgue el Espíritu Santo, aprobando así su fe y siendo incluido por Dios en el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, yo –como papá– no puedo bajar la guardia, debo seguir orando por él, para que un día él, voluntariamente, se acerque a los pies del Señor, dejando de ser sólo un cristiano cultural y sea incluido en la Iglesia universal mediante el Espíritu Santo.

CONCLUSIÓN.

En conclusión, la frase “vosotros sois” podemos tomarla como una referencia a la Iglesia universal, al único Cuerpo de Cristo, que está conformado por todos los que han sido regenerados por la fe en el Señor Jesucristo, recibiendo el Espíritu Santo prometido por Dios, a lo largo de la historia y alrededor del mundo. Esto, repito, en cuanto a la Iglesia universal del Señor, el llamado Cuerpo de Cristo.

Por otro lado, “la luz del mundo” que se menciona aquí, es una referencia a la imagen de Cristo en nosotros; es decir, Su carácter formado y manifestado al mundo a través de la Iglesia. Para que esta luz se manifieste, es necesario, primeramente, que la luz nos habite, lo que es una referencia al Espíritu Santo que nos ha traído la vida de Cristo en la regeneración, en el momento de nuestro nuevo nacimiento. Y, por otro lado, implica a la Palabra de Dios, que es algo que debemos detenernos a explicar, pero por ahora, no entraremos en esto.

Entonces, “vosotros sois la luz del mundo”, no es una referencia exclusiva para los discípulos que se encontraban presentes cuando el Señor Jesús dio el discurso; sino que es una referencia inclusiva, es decir que, incluye a todos los creyentes que somos discípulos de Cristo a lo largo del tiempo y del espacio, en los cuales habita el Espíritu Santo y que hemos recibido Su Palabra.


[1] Denotativo y connotativo son dos formas de interpretar el significado de las palabras. Lo denotativo es el significado literal, mientras que lo connotativo es el significado figurado.