LECTURA PRIMERA: HECHOS 2:42.
«Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.»
La vida cristiana del primer siglo, entre los santos de Jerusalén, tenía como característica principal el que constantemente y con absoluto compromiso, se participaba de cuatro cosas fundamentales para la vida de todo creyente en el Señor Jesucristo. Estas cosas son fácilmente identificables en el versículo que encabeza esta lectura y que podemos identificar en las siguientes palabras:
- Doctrina de los apóstoles.
- Comunión unos con otros.
- Partimiento del pan.
- Oraciones
La palabra «doctrina» que aparece en Hechos 2:42 es una expresión griega que comúnmente se translitera como didajé o didaké (gr. διδαχή) y que se debe entender en el contexto bíblico como instrucción y enseñanza. Quiere decir que los primeros cristianos constantemente estaban recibiendo instrucción y enseñanza de parte de los apóstoles; quienes habían visto, oído y palpado al Señor Jesucristo (1Jn. 1:13). El libro de Hechos nos señala, además, que la doctrina de los apóstoles tenía como tema principal al Señor Jesucristo, señalando lo siguiente:
«… todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.» (Hch. 5:42)
Con esto entendemos que la enseñanza y predicación cristiana de los apóstoles tenía por tema principal al Señor Jesús. Comprendemos con esto el cristocentrismo del mensaje de los apóstoles y que se impartía frecuentemente a los primeros cristianos, en las afueras del templo judío y por las casas de los que abrían sus hogares. Los cristianos cada día y con suma responsabilidad, eran instruidos, enseñados y adoctrinados en la fe que era dada a los santos (Jud. 1:3). Había hambre por saber, por conocer, por oír a los que vieron, oyeron y palparon al Señor. Esto es importante tenerlo claro, pues los apóstoles no eran fundadores de una nueva religión judía o de algún movimiento filosófico, ellos eran testigos de las enseñanzas, muerte y resurrección de aquel varón judío que se les manifestó como el Mesías, y que separa la historia en un antes y después. Varón que no solo predicó, sino que mediante prodigios y señales demostró que era el Hijo de Dios, el Verbo manifestado en carne y cuya resurrección fue el testimonio público de que esto era verdad (Mt. 16:16; Jn. 1:1-14; Ro. 1:1-4; 1Tim. 3:16)[1]. El propio apóstol Juan señaló:
«1 Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida 2 (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); 3 lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.» (1Jn. 1:1-3).
Como verán, ellos eran testigos de la historia de las cosas que eran ciertísimas respecto al Señor Jesús (Lc. 1:1-3). Enseñaban y predicaban lo que recibieron de gracia, lo que aprendieron, lo que vieron, lo que palparon; dispuestos incluso a morir por la verdad que testificaban. Ellos nunca llamaron a las personas a creer ciegamente, pues el cristianismo bíblico no es una fe ciega. Es por esto que leemos a Pablo señalar:
«3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5 y que apareció a Cefas, y después a los doce. 6 Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. 7 Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; 8 y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí.» (1Cor. 15:3-8).
Pablo enfatizó el hecho histórico y profetizado respecto a la muerte del Mesías (p. ej. Is. 53; Dn. 9:26); pero además, hizo énfasis en la resurrección histórica y profetizada de Cristo (p. ej. Sal. 16:10; Jon. 2), junto con señalar Sus apariciones tanto públicas como privadas después de levantarse de los muertos. Y no sólo esto, sino que además enfatizó que la resurrección del Mesías es base fundamental de la doctrina cristiana, pues “si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.” (1Cor. 15:17). Por lo tanto, la fe cristiana llama a todo oyente honesto a evaluar la evidencia histórica respecto a la resurrección de Cristo, para que la fe no sea catalogada de ciega, sino de histórica y, por tanto, verdadera; pues si Cristo resucitó de los muertos, no podemos ser neutrales ni indiferentes, ya que Él llamó a todos los hombres y mujeres al arrepentimiento, a creer en Él para salvación y así ser justificados en el día del juicio (Jn. 3:16-18). Es más, Juan registró las siguientes palabras dichas por el Señor Jesús:
«El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.» (Jn. 3:36).
Así que los apóstoles no se presentaron como guías de una nueva religión judía, ni de una nueva filosofía; sino como testigos de los dichos, hechos, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, el Cristo, Dios-Hombre; el cual, subiendo a lo alto ha sido glorificado, enviando al Espíritu Santo como Testigo y Garante para morar en el espíritu de todos los que han creído de todo corazón en este anuncio (Jn. 15:26; 16:7; Hch. 2:33; 3:13-20; 1Cor. 6:17; Ef. 1:13-14). Establecido todo esto, queda preguntarnos lo siguiente: ¿Dónde tenemos nosotros hoy las cosas que enseñaron y predicaron los apóstoles a la iglesia del primer siglo? Gracias al Señor esto tiene una respuesta muy simple, pues la doctrina de los apóstoles la tenemos registrada en las páginas del Nuevo Testamento. Esta sección –junto al Antiguo Testamento– son la suma de la palabra de Dios (Sal. 119:160; 2Tim. 3:16-17; 2P. 1:19-21; Heb. 1:1-2), cuya revelación es especial, textual y oficial, para todo aquel que quiera conocerle y entenderle (Jn. 17:3). Por lo tanto, al igual que los primeros cristianos, debemos tomar las Escrituras y leerlas u oírlas con perseverancia. Queriendo saber con diligencia las cosas que acontecieron en la vida de Jesús de Nazaret, desde Sus enseñanzas, pasando por Su muerte y resurrección; para luego continuar viendo los misterios que los escritores neotestamentarios pudieron conocer y dejar registrados para nosotros. No debemos ser cristianos sin Biblia, sino de los que se toman en serio la palabra de Dios, que perseveran en su lectura y meditación; que valoran la enseñanza de esta y la predicación cristocéntrica. Dios se toma en serio a los que en serio se toman Su palabra, pues es el mensaje textual e inspirado por el Espíritu Santo de Dios, para que conozcamos a nuestro Dios y a Jesucristo, Su Hijo. Como Jeremías 9:24 dice:
«Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.»
Dios quiere que lo conozcamos y entendamos, para esto habló a los hombres por los profetas, concluyendo Su testimonio en el Hijo, nuestro Señor Jesucristo (Heb. 1:1-3). Esta es la revelación especial, oficial y textual de Dios, dispuesta para todos los que con corazón sincero lo buscan. Si el cristiano no toma las Escrituras y las considera como lo que son (la palabra revelada de Dios), entonces no conocerá ni entenderá a su Dios y Salvador, y no sabrá cómo conducirse con Él. Estará condenado a tener opiniones sobre la verdad y no conocerla con precisión; caminará a tientas como palpando en la oscuridad, sin poder discernir correctamente la voz del Señor; privado de la correcta madurez espiritual, entre otras cosas. La perseverancia cristiana del primer siglo respecto a la doctrina de los apóstoles, podemos vivirla hoy en día cuando voluntaria y responsablemente, tomamos las Escrituras. Cuando nos hacemos el hábito espiritual de leer por lo menos un capítulo diario de la palabra de Dios y de por vida. No pensando en esto como algo extraordinario, sino como lo normal de una vida cristiana. El cristiano que lee la palabra de Dios, no es un cristiano extraordinario, sino uno normal. En las Escrituras vemos ejemplos notables de reyes que se tomaron en serio la palabra de Dios, los animo a buscar lo que 2ª Crónicas 17 dice sobre el rey Josafat y la lectura pública de las Escrituras; y lo que 2ª Reyes 22 nos dice sobre el rey Josías y el hallazgo de la palabra de Dios. El sólo hecho de leer la Biblia trajo bendición y discernimiento para el bienestar del pueblo; y les fue de respaldo, ayudándolos para alcanzar misericordia del Señor en medio del juicio. Lo que estos reyes hicieron, fue lo normal que debían hacer, nada extraordinario, pues así se los ordenó el Señor (Dt. 17:18). No podemos excusarnos de no leer, esa es una práctica carnal de la que todo cristiano debe arrepentirse. No podemos excusarnos de no tener tiempo, si restáramos tiempo a las redes sociales o a la televisión, podríamos leer correctamente un capítulo diario de las Escrituras.
Para ya cerrar esta lección, permítanme finalizar con una historia. Me encontraba hablando de la importancia de las Escrituras y su lectura en una localidad de hermanos muy humildes. Cuando finalizamos, los hermanos prepararon rápidamente las mesas para sentarnos a almorzar. Estaba en esto, cuando una hermana cercana a la tercera edad, se me acercó. Me dijo que ella valoraba la palabra de Dios, pero que no sabía leer. Me quedé congelado, en silencio, hasta que ella me señaló algo muy lindo. Le solicitó a una jovencita cristiana que le enseñara a poner en el celular la Biblia en audio y, junto con esto, le rogó a la misma jovencita que fuera una vez por semana a leerle la Biblia textualmente (no predicar) a las hermanas que como ella, no sabían leer. Esta hermana, es una de las cristianas respetadas de aquella iglesia local del sur de Chile.
No nos olvidemos de esto, si quieres crecer espiritualmente y madurar en la vida cristiana, precisas de la palabra de Dios, la Biblia. No sólo necesitas oír predicaciones y enseñanzas de los ministerios de la palabra de Dios, sino también tener tu propia lectura de la Biblia. Dios mediante, la próxima lección, hablaremos más de esto.
[1] Ya hablaremos más de esto en nuestra tercera lección.
