LA PAGANIZACIÓN DE LA SOCIEDAD Y EL CRISTIANO

Que junio fuera consagrado el mes del orgullo gay, no es sinónimo de progresismo, ni de secularismo, ni de la visibilización de una minoría, sino de la paganización de la sociedad. Es que los cristianos no entendimos que separar la Iglesia del Estado no significaba escondernos en los templos o lugares de reunión. Tampoco significaba abstenernos de los asuntos de opinión pública y política que podrían afectar gravemente el destino de la nación en que residimos. Ni significaba desaparecernos del debate sobre cuestiones  antropológicas y filosóficas que afectan a la sociedad en que vivimos. Los cristianos olvidamos algo muy básico, y es que aún siendo creyentes, mientras estamos en este cuerpo, somos ciudadanos; y no solo de la patria celestial que esperamos, sino del país y de las localidades que habitamos, donde pagamos impuestos, cuentas y tributos; escogemos políticos para que nos gobiernen, aparte de tener derechos y deberes ciudadanos. Simplemente nos escondimos, y así como se separó la Iglesia del Estado, los creyentes separamos la vida secular de la espiritual. Con esto no estoy acusando a nadie de tener una doble vida y de ser hipócritas religiosos, no me refiero a eso; más bien, quiero señalar que olvidamos que el Evangelio no sólo es para la vida espiritual de los hombres, sino también para la intelectual, para la convivencia social, para la vida familiar, para la filosofía,  para todo; llegando a ser la mejor influencia para una sociedad que quiere crecer y permanecer. El Evangelio es la propuesta de Dios para los hombres, que mediante las Escrituras nos instruye a vivir Cristocéntricamente, pasando a través del prisma del conocimiento de Dios, todo lo que se quiera proponer sobre y para el ser humano y la sociedad en que se conduce y desarrolla. Porque, ¿quién conoce mejor al hombre, sino su Creador?

El Cristianismo bíblico tiene mucho que decirle a los presidentes, a los políticos, a los economistas, a la sociedad, a la cultura, a la filosofía, a la vida en comunidad, y más. Entre las cosas más importantes que se pueden destacar, encontramos que el ser humano es una criatura caída, que lo ha corrompido el pecado que se unió a su naturaleza, y por tanto, va de continuo al mal. No es una especie en evolución que manifiesta vestigios del animal que tiene dentro por un proceso evolutivo incompleto. Tampoco es que unos han evolucionado más en su humanidad que otros por causa de la educación. Se trata de que el ser humano es una criatura caída y que el pecado mora en sus miembros, incapacitándole para permanecer en el bien que quiere hacer. Por tanto, requiere salvación y regeneración, las cuales su Creador posee y le ofrece en Cristo. En Él está la vida y la capacidad de permanecer en el bien, pues la regeneración que ofrece afecta ontológicamente al hombre que la recibe, es un nuevo nacimiento que va permeando la vida integralmente. Transformando nuestros pensamientos a través de Su Palabra, dándole sentido a nuestra existencia y otorgando una comprensión paulatina de nuestro Dios y de nosotros mismos. Llegando a entender lo que se evade: Que el hombre está corrupto, la sociedad no lo ha corrompido, sino que el pecado mora él y busca de continuo satisfacer sus bajos deseos enemigos del Creador.

Lamentablemente, los cristianos hemos restringido todo a lo espiritual. La hermenéutica alegórica y tipológica, nos hicieron perder de vista el ejemplo histórico-literal de una nación que abandonó reiteradas veces al Dios vivo y terminó viviendo las consecuencias del paganismo. Porque nunca se es neutral, el hombre es religioso por naturaleza, así fue creado; y si no es al verdadero Dios, adorará otra cosa. Se adorará a sí mismo, o adorará al conocimiento, o adorará sus ideologías, o adorará su rebeldía, o adorará algún equipo deportivo, o algún partido político, o algún placer, o a la naturaleza, o a los demonios. Lo que le otorgue sentido a su vivir diario, eso adorará. Pero los cristianos callamos y nos encerramos, escondiendo la propuesta de Dios para el mundo. El congregacionalismo –que fue un logro de la Reforma– se ha convertido en una excusa: «Mientras no se nos moleste en nuestras congregaciones, ni se nos impida seguir con la parafernalia de las ceremonias, no tenemos nada que decir en asuntos políticos y sociales, que cada cristiano piense como quiera. Mientras se nos mantenga el 31 de octubre como el día de la Iglesia Evangélica en Chile, no hay problema». Curioso es que el mismo día 31 que se le atribuye a las iglesias evangélicas se celebra Halloween, lo que está permeando fuertemente la sociedad. ¿Progresismo? ¿Secularismo? ¿La liberación del ser humano respecto a la religión? De nuevo NO, sino paganismo. Recuerden, que junio fuera apartado para el orgullo gay no es progresismo, sino paganismo, es el retorno de los antiguos dioses paganos, es el regreso de Baal, Astarot y Moloc, vestidos con otras ropas, escondidos detrás de otros nombres. Por cierto, junio estuvo siempre relacionado a Astarot y su amante Tammuz, y desde antaño enarbolaron los colores del arcoiris en aras de sus amores.

Hoy en día se expulsó al Cristianismo y sus valores de la sociedad, y el resultado no fue la liberación del hombre colectivo, ni la liberación de las minorías; sino la paganización cultural, que se caracteriza por el regreso de estos dioses de antaño que denigran la humanidad, la pervierten, la idiotizan, la pudren.  Cambian la santidad de la vida por la veneración de la muerte. Celebran el mal, premian lo grotesco, redefinen la belleza, subjetivizan la verdad, cambian el paradigma. Los tiempos son semejantes a los de Elías,  a los tiempos de Noé, y ya es hora de que vayamos mirando más allá del culto, comportándonos como ciudadanos que iluminan, que piensan, que opinan, que enseñan, que instruyen, que debaten, que defienden, que objetivan la verdad, que presentan razones de la fe y de la vida piadosa. Ciudadanos que estorban a los que, enarbolando banderas de un pseudo-progresismo, paganizan la sociedad y la cultura. Que no sólo examinan a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, sino también a los políticos que quieren gobernarnos.

Lecturas recomendadas:

Un mundo que cambia, César Vidal.

El regreso de los dioses, Jonathan Cahn.

La deplorable condición del hombre y el poder de Dios, Martyn Lloyd-Jones.

La batalla cultural, Agustín Laje.

El legado de la Reforma, César Vidal.

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