(Texto) 13. Estudio a la epístola de Jacobo – La religión viva y la religión vacía (1:26-27).

 

Mis hermanos, la gracia y la paz de nuestro Dios y Padre, y del Señor Jesús el Cristo, sea con todos ustedes. Antes de comenzar recuerden orar, estemos orando y rogando al Señor que nos enseñe, edifique y guarde nuestro corazón de cualquier postura o error humano. Queremos con honestidad y humildad abrir las Escrituras en Su Presencia.

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Bueno, gracias al Señor, hoy terminaremos con el capítulo 1 de la epístola de Jacobo. Y para no demorarnos, vamos a ir de lleno a las Escrituras y leeremos del capítulo 1, los versículos 26 y 27. En la versión Reina Valera de 1960, dice así:

26 Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. 27 La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.”

La sesión anterior leímos desde el versículo 21 al 25 y entre los temas tratados, vimos: El corazón apropiado para la Palabra, la Palabra de Dios como espejo, la importancia de la Palabra de Dios y nosotros como oidores de esta. Una de las cosas que dijimos fue que al recibir la Palabra en nuestro corazón, con humildad y mansedumbre, se producirá fruto. El fruto -les recuerdo- es de la Palabra recibida, no es algo que nosotros fabricamos, sino que según la fe y el corazón con el que oímos, la Palabra dará su fruto según la tierra en la que cae. En la parábola del sembrador registrada en Lucas 8, Marcos 4 y Mateo 13, vemos que la Palabra es la semilla que, dependiendo del lugar dónde caiga, dará su fruto. Específicamente en Lucas 8:11 se nos dice que “la semilla es la palabra de Dios” (RV 1960).  Por lo tanto, el fruto es de la Palabra en nosotros que, dependiendo de la tierra, del corazón con el que la recibimos, dará su fruto. Si el corazón es incrédulo y perverso, vendrá el diablo y quitará la Palabra del corazón evitando así que la persona crea y se salve (Lc. 8:12), quedando la Palabra sin fruto en esa tierra; si somos superficiales y humanistas, la Palabra estará hasta que venga la prueba, entonces nos rebelaremos y nos apartaremos del Señor (Lc. 8:13), quedando sin fruto la Palabra; si tenemos el corazón en el mundo, los afanes de este, las riquezas y lo que nos tienta, será un estorbo para que la Palabra dé su fruto en nosotros (Lc. 8:14); pero si recibimos con un corazón correcto, humillados, meditando profundamente en lo que se nos muestra, sabiendo que no se nos calumnia, entonces, atesorando la Palabra, ésta podrá dar su fruto en abundancia (Lc. 8:15).

Mis hermanos, el fruto es evidencia exterior de una fe genuina interior. El fruto no es algo que te esfuerces por dar, es un producto natural de la vida que provoca la Palabra en nosotros. No es algo que debemos fabricar, sino que es el resultado de la Palabra recibida abiertamente en el corazón. Siempre, mis hermanos, la Palabra podrá dar su fruto al ser recibida con humildad y honestidad. Cuando aceptamos lo que oímos, lo creemos y rogamos al Señor ayuda,  siempre, en tales circunstancias, la Palabra dará fruto a su tiempo. Y cuando la Palabra da su fruto, vemos la vida de la Palabra en nosotros. Todo lo que no proviene de la vida de la Palabra, es una simple religiosidad vacía.

RELIGIOSIDAD VACÍA O VANA.

Respecto a esto último, en el tiempo de Jacobo no todos eran religiosos, pues existían tres tipos de personas: las religiosas, las políticas y las comunes. Por lo tanto, cuando Jacobo usa estas palabras lo hace especialmente por ese tipo de personas que se mostraba como tal; pues el auge del cristianismo había impactado de tal manera la sociedad que muchos judaizantes de la época, religiosos, se habían acercado a él. Además de esto, vemos en el libro de los Hechos que la transición entre judaísmo y cristianismo fue paulatinamente dándose, pues al principio no se veían tan distantes, por lo que el desintoxicarse de prácticas religiosas que se veían como piadosas, fue dándose de a poco. En el judaísmo la religiosidad se vive en cuanto al culto; pero en Cristo,  la religiosidad se vive en cuanto a una relación íntima con el Dios vivo. Así es que la palabra “religión” no es usada de forma despectiva en el pasaje que leímos, como algo malo, sino que es usada para hablar de culto, de servicio o de vida piadosa. No obstante -cómo les decía- la religión puede tornarse viva o vacía.

Lo primero que Jacobo dice, lo hace relacionado a la religión vana practicada por ciertas personas, la que es sin contenido, la vacía:

“Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Stg. 1:26, RV 1960).

Mis hermanos, teniendo presente lo que se entiende por religión, es que nos damos cuenta que cuando se habla de “religioso” se refiere a una persona relacionada al culto a Dios o de alguna otra pseudo-divinidad. En griego la palabra es θρησκὸς (threskos) y, de la traducción de esta palabra al latín (religiosum), es que tenemos en nuestra lengua, en español, la palabra “religión”. La palabra “religión” (lat. religio) significa y consiste en la “acción y efecto de ligar fuertemente”, en este caso, a Dios. Entonces podemos ver que se trata de alguien que dice estar fuertemente ligado y relacionado con Dios o con el culto a Él.

SI ALGUNO SE CREE RELIGIOSO.

Ahora, miren bien, Jacobo dice “si alguno se cree religioso entre vosotros”, no dice “si ustedes creen que una persona es religiosa”; esto quiere decir que hay personas que de sí mismos tienen un parecer, o sea, tienen una opinión de sí, como personas religiosas. Personas que creen estar más cerca de Dios que el resto, por causa del culto, las ceremonias, etcétera. Personas que opinan de sí mismos de esa manera y no lo que otros piensan de ellos. Estas personas se creen muy religiosas delante de los demás, digamos que más consagradas. Recuerden, dice “si alguno se cree”, o sea que no es lo que otros creen de él, es lo que él piensa de sí mismo, es la opinión personal acerca de sí mismo, se cree a sí mismo religioso. Podríamos decir incluso, que es alguien que practica su religión delante de los demás o alguien que demuestra a los demás estar muy ligado a Dios. Entonces, es una persona que tiene un parecer acerca sí mismo, se cree religioso entre los demás, quizás hasta se cree mejor y juzga como otros practican el culto.

Trayendo esto a nuestra realidad, Jacobo nos está hablando de una persona que en la reunión de los santos se muestra como religioso, como alguien ligado fuertemente a Dios, que quizá sabe qué hacer en el culto, cómo se hacen las cosas, lo hace, e incluso, lo hace bien en comparación de otros. Alguien que entre los demás hermanos, piensa que destaca. Esta es una persona con actitud auto-motivacional, que se mira en un espejo y se da un suave golpe en el mentón y diciéndose a sí mismo: “¡Vamos que eres el mejor!”. Esta persona va a la reunión, al culto y juzga cómo el resto sirve, observa todo y piensa que él lo hace mejor, creyendo que está más cerca de Dios que otros; pero la realidad es que sólo en momentos públicos es que vive así. Entonces Jacobo, conociendo esta realidad, sabiendo que existen personas que pensaban y vivían de esa manera, dice:

“Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Stg. 1:26, RV 1960).

La persona juzga lo que otros hacen en el culto, cómo sirven, se compara y cree que él lo hace mejor. Sabe comportarse cuando está con los hermanos, lo miran y se presenta como ejemplo; pero esta persona, al momento de abrir su boca, no refrena su lengua. Esto quiere decir que su lengua es como un caballo chúcaro[2], y no se sabe con qué cosa saldrá. Llega del culto, de la reunión de los santos y llega a comentar todo lo que se hizo, a juzgar cómo cantó fulano, qué dijo mengano, que zutano lo hizo mal, etcétera. No lo hace con un corazón puro, sino con malicia. Murmura con otros hermanos, saca el comentario para cahuinear[3], es chismoso. Esta persona no refrena su lengua. Habla de otros, se cree mejor que otros y haciendo esto “engaña su corazón” y su religión es vana, es decir, es sin sentido, es una cosa vacía. Esta es una vida de apariencia, sin profundidad, sólo de reuniones, una religiosidad vana. Es una persona que no se mira a través de la Palabra, sino que tiene un parecer personal de sí y una religión a su manera.

Mis hermanos, la religiosidad vacía, es decir, de ir a las reuniones, de mostrarse ante otros como piadosos, como devotos de la fe, pero sin realidad espiritual, es algo vano. Jacobo está mostrándonos esto, pues alguien que sólo está teniendo una vida de apariencia religiosa, está viviendo una mala religiosidad. En el culto es una persona, pero fuera del culto es otra.  Es alguien que al oír la Palabra mira hacia fuera, quiere que otros escuchen, pero él no quiere escuchar. Recuerden, cada uno de nosotros cuando nos enfrentamos a la Palabra, nos enfrentamos a un espejo, somos aquellos que con atención miran el reflejo, o lo ignoramos mirando a otros a ver si les “queda el sombrero”.

LA DUREZA DEL SEÑOR CON LA RELIGIOSIDAD VACÍA.

Dios quiere darnos realidad espiritual, no una simple religiosidad vacía, de sólo reuniones. Esto para el Señor es algo molesto. Mis hermanos, si hubo personas con las que el Señor fue duro al hablar, fue con los religiosos vacíos. Les voy a leer unos versículos para que se dé cuenta, vamos a Mateo 23, desde el versículo 1 al 28, voy a leer por partes lo que nos dice:

1 Entonces habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo:” (RV 1960).

 Noten que no es un discurso privado, es público, se lo dijo delante de todos.

 2 En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. 3 Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. 4 Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. 5 Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; 6 y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, 7 y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí. 8 Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 10 Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.” (RV 1960).

Imagínese, esto lo dijo en público, delante de todos el Señor comenzó a reprender a estos hombres. Hombres de religión, que delante de los otros se presentaban como ejemplo y que al prójimo trataban con pesadas cargas religiosas, que ni ellos podían llevar. Hombres de apariencia, pues todo lo que hacían era para ser vistos por el resto. Hombres que amaban el reconocimiento público, pero aquí, tuvieron un azote público de Dios.

Debemos cuidarnos de ser gravosos[4] para nuestros hermanos, de ponerles cargas que no podrán llevar. Sólo para que sean como nosotros creemos que deben ser. El Señor nos libre de imponernos así a nuestros hermanos, pidiéndoles cosas que nosotros pensamos son de cristianos, condicionando su salvación a esas cosas. Conozco casos como este, “pastores” que condenan a las hermanas porque se tiñen el pelo, he oído de casos donde se les ha dicho que se irán al infierno por esto. ¡Son gravosos y vanos!

También debemos cuidarnos de querer llamar la atención de los otros y de servir para que nos vean. De buscar reconocimientos humanos, como el que te llamen “pastor” o que te atiendan y traten diferente al resto. Hace algún tiempo tuve una conversación con una hermana joven de una congregación evangélica. Ella me preguntaba qué era yo, quería saber si era pastor, evangelista o algo. La quedé mirando y le dije que en cuanto a los hermanos con los me reúno frecuentemente, soy un simple hermano, “el hermano Juan Carlos”; y luego le dije que en cuanto al Señor, quiero servirle como esclavo. No sé qué le parecerá a usted esa respuesta que ofrecí, pero saben, quiero confesarles que esa respuesta me la estaba dando a mí mismo, porque la tentación “me invitaba a bailar”, a presentarme como si fuera algo;  gracias al Señor pude darme cuenta de mis pretensiones, del orgullo vano esperando entrar a mi corazón. Debemos tener cuidado con enaltecernos delante de los hermanos, somos simples hermanos unos de otros. No hay entre nosotros uno al cual debamos rendir culto fuera del Señor. Esto no quiere decir que no representamos cierta autoridad, pues la tenemos en Cristo, según nos delega Él y la fidelidad nuestra a Su Palabra y servicio. Pero una cosa es respeto y sujeción, otra cosa es adoración. Y con esto me refiero, por ejemplo, a que debemos cuidarnos de atenciones especiales, tratos especiales. Permítame ilustrar esto con la experiencia de un hermano. Llamaré a los protagonistas de la historia, “Pepe” y “Tito”, para guardar las identidades.

El hermano Pepe me contaba, que en cierta oportunidad acompañó al hermano Tito, ministro de la Palabra, a compartir en una localidad. En aquel lugar tendrían que quedarse a dormir, por lo retirado que se encontraba. Al llegar, le pasaron a cada uno de ellos una habitación para dormir y dejar sus cosas. Cuando Pepe llegó a su habitación, sólo había una cama con colchón, sin sábanas, ni frazadas, ni cobertor, sólo colchón. El hermano como no tenía sueño, fue a conversar un rato con el hermano Tito, así que fue a su habitación. Toco la puerta y Tito le dijo que pasara. Cuando Pepe entró, vio a Tito preparándose para dormir, en una cama con colchón, sábanas limpias, frazadas y cobertor. ¡Qué tristeza para el hermano Pepe! ¡Este tipo de cosas es muy triste! ¡Por qué esa diferencia! Que el Señor nos libre y ayude.

Luego Mateo continúa diciendo:

 11 El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. 12 Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (RV 1960).

Eran hombres soberbios y engreídos a los que se refiere el Señor. Se enaltecían ante el resto, se creían más que otros. Pero nótese, en público estaban siendo humillados. Porque recuerden, Dios, al que se enaltece lo humillará, y al que se humilla, enaltecerá.

Después sigue diciendo:

13 Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando.” (RV 1960).

Esto hace la religiosidad vana y falsa, la cual te priva de reinar con el Señor. Y si esto aprenden de ti las personas, entonces los privas a ellos también de reinar con Cristo. La palabra “hipócritas” que aparece aquí, en el texto griego es ὑποκριταί (hypokritaí) y se refiere a un actor bajo un personaje, es decir que es alguien simulando (Strong, 2003, G5273), lo que nos permite entender que el Señor Jesús les estaba diciendo “falsos” a esos hombres, pues delante de las gentes no mostraban el verdadero rostro, sólo actuaban. Que el Señor alumbre nuestros ojos en la forma que debemos caminar y en la honestidad de nuestra vida cristiana para con Su Persona y, luego, delante de los hermanos. Para que no andemos religiosamente vacíos, sino con realidad de vida.

Pero esto todavía sigue:

 14 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación.” (RV 1960).

 Un religioso vacío se preocupa sólo por sí mismo. Las necesidades de otros no le interesan. En las Escrituras se nos habla mucho acerca de la viuda y de sus necesidades. El Señor tiene cuidado de aquellas viudas humildes. Pero los religiosos a los cuales expone el Señor, sólo pensaban en sí mismos, y lo poco y nada que tenían las viudas, se lo quedaban, haciendo largas oraciones como excusa de lo que hacían, supuestamente, espirituales. Esto es egoísmo, es egocentrismo. Pensar en mí antes que en mis hermanos, eso es ambición. El Espíritu Santo ha enseñado que mejor es dar que recibir (Hch. 20:35), pero la religiosidad vana, la religiosidad vacía, sólo busca el beneficio propio. Que el Señor nos libre de caer en este tipo de religiosidad. Que el Señor nos permita ver si estamos en esto o nos estamos deslizando hacia allá. Que nos permita discernir cualquier tipo de ganancia deshonesta que queramos obtener de nuestros hermanos o de quien sea.

Continúa el texto diciendo:

15 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros.” (RV 1960).

 Amados, debemos también cuidarnos del proselitismo religioso. Proselitismo, es el celo por ganar adeptos para una causa. El proselitismo religioso del que debemos cuidarnos, es ese que sólo quiere llenar el lugar de reunión pensando en un número y no preocuparse que las personas nazcan de nuevo.  Algunos lo pueden hacer por ambición, otros por ver más gente, etcétera; pero no se preocupan de lo fundamental, de la fe salvífica, de que crezcan, de que progresen. Les interesa tener reuniones llenas, pero no relaciones interpersonales entre los hermanos, comunión en Cristo. Quieren mega-iglesias y contar de conservar el número de feligreses, sacrificarán el evangelio por mensajes que mantengan contentas a las personas. Por eso es que puede haber personas en la reunión de la iglesia que nunca han sido salvas, nunca han nacido de nuevo. Mis hermanos, si se cae en este tipo de religiosidad todo se hará por un número que se debe mantener, no se predicará con el fin de que las almas sean reconciliadas con Dios, recibiendo salvación y vida eterna; sino que será buscando miembros de un “club social” y de mantener un número de asistentes. Se busca llevar a las personas a lugares dónde se sientan cómodos, pero no a la presencia del Señor. Se busca el número, se buscan cifras, pero no realidad espiritual.

Después dice: 

16 ¡Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor. 17 ¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro? 18 También decís: Si alguno jura por el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor. 19 ¡Necios y ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? 20 Pues el que jura por el altar, jura por él, y por todo lo que está sobre él; 21 y el que jura por el templo, jura por él, y por el que lo habita; 22 y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios, y por aquel que está sentado en él.” (RV 1960).

Mis hermanos, que el Señor nos libre de caer en la religiosidad que pone su atención en el oro del templo, en las ofrendas, en el culto, pero se olvida de la presencia de Dios en medio nuestro; que se olvida de la habitación de Dios en nuestros espíritus. El que santifica el oro, el que santifica el templo, el valor del cielo, proviene de Dios, proviene de la presencia de Dios. Dios es el valor del templo y la santificación del oro. Es Dios el Señor. Si Dios está en medio nuestro y todos lo sabemos, espontáneamente habrá reverencia en nuestras reuniones y todo lo que hagamos será santo. Debemos procurar pedirle al Señor que grabe en nuestro corazón el hecho de que Él nos habita. Esto quiere decir que la razón por la que nos comportamos con reverencia y con respeto ante la gente y los hermanos, es debido a que el Señor nos habita y sabemos confiados que Él está presente.  Pero si usted se comporta “piadosamente” ante los hermanos, cuidando sus hechos y palabras, y fuera de las reuniones vive como quién no le importa nada, haciendo y diciendo lo que quiere, entonces anda en esa mala religiosidad. Esto deja en evidencia que la razón por la que con los hermanos se comporta de una manera es por mera religiosidad, vacía y vana religiosidad, la religión de los hipócritas, de los que actúan como algo que no son. Si andamos así, deberíamos preguntarnos si es que hemos nacido de nuevo y, si estamos seguros que nacimos de nuevo, pidamos a Dios que permita comprender que Él nos habita.

¡Lo que hacemos y decimos es en Su Presencia! Dios está allí y no dejará de estarlo. Podemos decir y ofender a muchos, y no nos importa; pero hermanos, Dios está allí, la importancia viene de que Dios está allí, habitándonos. Entonces podemos comprender que todo el respeto que debemos tener en las reuniones con los hermanos, es el mismo respeto que debemos tener fuera de las reuniones, en nuestros trabajos, en nuestras casas, en todo lugar, ¿por qué? Porque Dios está allí. La ofrenda es santa, porque Dios está allí santificándola; el lugar de reunión es santo, porque Dios está allí santificándolo; nuestros hermanos son santos, porque Dios habita en ellos. Este punto es crucial, la diferencia entre la religión vacía y la viva es la conciencia de que Dios nos habita, y que está en todo lugar y momento. Tristemente, muchas veces, se ven hermanos que piensan que el Señor sólo está en la reunión y olvidan que Dios les habita. Esto es una religión vacía, pues una religión viva es la que te ha ligado fuertemente a Dios y esto, es lo que en Cristo tenemos. No es sólo un culto, no es apariencia, es una relación.

Luego dijo el Señor:

23 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. 24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!” (RV 1960).

Los hipócritas a los que se refiere el Señor, eran superficiales, no profundos. Les preocupaba lo exterior, lo que el hombre veía, no lo que Dios veía. Porque era una religión vacía, Dios no era el centro. Se preocupaban de pequeñeces, pero no de lo profundo y permanente. Mis hermanos, en esto es fácil caer. En volverse una religión vacía que enseña cómo se deben vestir, que fiestas celebrar, qué comidas comer, pero que no se enseña a relacionarse con el Dios Santo, Justo, Misericordioso y Amoroso que está en medio nuestro. Antes de preocuparse del exterior, primero intentemos ver el interior, si el interior va bien, progresivamente habrá una muestra exterior. Pidamos ayuda al Señor para ser profundos, para preocuparnos del interior antes que juzgar por lo externo.

 Después leemos:

 25 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. 26 ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. 27 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. 28 Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.” (RV 1960).

¡Qué fuertes declaraciones! La religiosidad vacía se preocupa de lo que ve el resto, pero no del corazón. Se preocupa de fabricar cosas, no de la vida que emerge producto de la Palabra. El Señor conocía a estos hombres, les reprendió por ser falsos. Y, mis hermanos,  nosotros no estamos libres de ser reprendidos de esta manera. O de volvernos sepulcros blanqueados, o vasos y platos sucios, preocupados del exterior antes que de lo interior, donde el único testigo es Dios. Este pasaje es realmente duro. El Señor en reiteradas oportunidades los llama “hipócritas”, es decir, personas que actuaban ante los demás, fingían ser piadosos pero no lo eran. O sea, alguien que no es lo que dice ser. Vive una vida de apariencia ante los hombres y no una vida real ante Dios. Mis hermanos, quizás nosotros no seamos falsos en lo que creemos y pensemos que esto es para otros. Pero quisiera advertirle que no baje la guardia, porque es fácil caer en esta religiosidad de apariencias ante los hombres y de poca realidad ante Dios. Nos podemos volver actores y deshonestos. Preocupados de lo superficial, de lo que los hombres pueden ver, pero no de Dios que nos habita. Ejemplo de caer en esto lo tenemos en Gálatas, capítulo 2, donde se registra lo ocurrido con Pedro y Pablo en relación a la hipocresía de Pedro al ver a los judíos que Jacobo había enviado.

Hermanos, la religiosidad vacía se vive delante de los hombres y de uno mismo; pero la verdadera religiosidad, la viva, se vive delante de Dios primeramente, con frutos visibles de una realidad invisible y de una conciencia tranquila. Jacobo nos dice que:

“La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.” (Stg. 1:27, RV 1960).

¿Se da cuenta? Ya vimos que la religiosidad vana se vive para sí mismo y delante de los hombres; no obstante y por el contrario, la religión pura y sin mancha ha de tenerse delante de Dios el Padre. Si esto lo entendemos bien nos daremos cuenta que somos cristianos no sólo en las reuniones, sino las 24 horas del día y los siete días de la semana. Que el Señor nos permita considerar esto en profundidad y tener los ojos abiertos. Poder mirarnos en el espejo de la Palabra y poder discernir cómo hemos de andar en Su Presencia y con los hermanos.  Jacobo muestra el fruto de la Palabra en el que realmente la ha recibido: Una vida fuertemente ligada al Señor, dónde su principal objetivo es caminar con Dios y relacionarse con Él íntimamente. Esto llevará a vidas profundas, carentes de egoísmo y santas; vidas que se ocupan de las tribulaciones de los hermanos, que tienen misericordia de los huérfanos y las viudas, y que no quieren marchar su caminar delante de Dios por este mundo. Esto no es algo que fabricamos, es el resultado de una relación verdadera con Dios, de alguien que está fuertemente ligado a Él, por amor. Por ahora, pararemos aquí para reflexionar sobre lo leído. Gracias y paz del Señor sean con todos ustedes. Amén.

 


 

[1] Ten un tiempo de oración.

[2] Que es salvaje, arisco o bravío.

[3] Crear o propagar un chisme o situación confusa (cahuín).

[4] Que ocasiona un gran gasto o resulta molesto o pesado.