¿QUÉ ES LA IGLESIA SEGÚN LA BIBLIA? ¿SE PUEDE VIVIR LA REALIDAD DE LA IGLESIA BÍBLICA DEL PRIMER SIGLO?

 

El encabezado de este artículo tiene por objetivo hacer reflexionar a los creyentes en Cristo de hoy. Nos resulta llamativo que los que se dicen ser cristianos, son muchas veces pasivos e ignorantes respecto al sacerdocio delegado a todos los santos (Ap. 1:4-6), entienden la iglesia como una reunión de creyentes en un “local” determinado, bajo el mando de un guía que preside, al que llaman “mi pastor” y que tiene la autoridad para interpretar la versión de la Biblia que leen; siendo ellos mismos, meros espectadores. Otros piensan en la iglesia como una institución u organización sin fines de lucro y con personalidad jurídica, que congrega a un determinado número de personas para realizar actividades que consideran de cristianos; actividades predeterminadas y memorizadas que ejecutan –muchas veces– en modo piloto automático y sin realidad espiritual. Aún otros lo ven como una institución piramidal en la que un pastor se beneficia del diezmo de los miembros de la congregación, que asisten a cantar, orar y escuchar una predicación, todo a modo de concierto y espectadores. Existen actualmente varias opiniones, positivas y negativas, de lo que se piensa sobre lo que es la iglesia. Opiniones que dependen del trasfondo familiar, político y religioso inculcado, relacionado a si tus padres son evangélicos, católicos, mormones, de izquierda, libertarios, entre otras cosas.

Es claro que todo lo señalado se corresponde con la realidad, y también es claro que si le preguntáramos a la mayoría de los creyentes si alguna vez han estudiado lo que la Biblia dice respecto a la iglesia, dirá que no. Y de asombro será para muchos saber que ni aún los pastores estudian el tema en la Biblia; pues el parecer que muchos de ellos tienen, proviene de las confesiones o del manifiesto proporcionado por su corporación evangélica. Es decir que su doctrina sobre la iglesia, es lo que la denominación a la cual pertenecen señala; lo que no es sinónimo de lo que la Biblia dice. Para los que estén familiarizados con el concepto, diríamos que abrazan una eclesiología no bíblica, pero sí evangélica. ¿Pero qué nos dice la Biblia respecto a la iglesia? En este pequeño artículo, intentaremos responder a vuelo de pájaro las dos preguntas del encabezado.

Debemos señalar que el término «iglesia» corresponde a la traducción de la palabra griega ekklesía (ἐκκλησία). El Nuevo Testamento fue escrito originalmente y en su mayoría en griego koiné, por eso hacemos mención del idioma; y lo que nosotros leemos de la Biblia hoy en día, es técnicamente una traducción al español de la original escrita en griego y preservada hasta hoy en miles de manuscritos. Cabe señalar que esta palabra no es de invención cristiana, pues era de uso popular entre las personas del siglo I a lo largo de todo el imperio romano, incluso entre judíos y gentiles (no judíos). Se entendía como una asamblea, una reunión popular, una concurrencia de personas a un lugar; por lo tanto, la palabra “iglesia” era una palabra común entre las gentes de aquel entonces. Si quisiéramos hacer un paralelo con nuestra cultura e idioma, hablaríamos de «asamblea». Tenemos asambleas políticas (p. ej.  La Asamblea Constituyente), asambleas internacionales (p. ej. La Asamblea General de las Naciones Unidas) y asambleas religiosas (p. ej. Las Asambleas de Dios). Con esto nos damos cuenta que el término no es “santo” por sí mismo, sino que es de uso común. Entonces, ¿qué es lo que hace santo al término «iglesia» en las Escrituras? La respuesta se encuentra en Mateo 16:18, donde el Señor Jesús dijo:

«y sobre esta roca edificaré mi iglesia» (RV 1960).

Notarán ustedes que el Señor Jesús dijo “mi iglesia”, lo que apunta a una asamblea, a una congregación, a un pueblo que le pertenece a Él. El adjetivo posesivo de primera persona “mi”, nos indica que hay un tipo de asamblea, una congregación, un pueblo, que es del Señor. Asamblea que es considerada de Su propiedad. El apóstol Pedro llama a los santificados por el Espíritu Santo, a los que han creído y obedecido a la fe en Cristo, y que han sido lavados en Su sangre (1P. 1:2), “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1P. 2:9). Y el pueblo que Dios ha adquirido, corresponde a aquellos que han oído el evangelio de Dios y que lo han creído de todo corazón (como la verdad misma revelada desde el cielo); y abrazados a la fe de Jesucristo como Salvador, han sido sellados con el Espíritu Santo prometido para los que de todo corazón creen en el Hijo de Dios. Y es el Espíritu Santo, el Garante de que somos posesión adquirida por Dios (Ef. 1:13-14). Entonces, ¿qué es la iglesia según la Biblia? Consiste en todas las personas que han creído en Jesucristo y que por causa de la fe han recibido el Espíritu Santo como sello de propiedad de Dios. No importa la época, el lugar, la cultura, toda persona que creyó de todo corazón en el Señor Jesucristo y fue sellada por el Espíritu Santo, forma parte de «la iglesia» que el Señor está edificando a través de la historia. Este es el aspecto «universal» de la iglesia del Señor. No obedece a institución alguna, sino a personas cuyo espíritu se ha unido al Espíritu de Dios, por la fe en el Hijo (1Cor. 6:17); personas que viven hoy o que ya se encuentran en presencia de Dios.

Por otro lado, tenemos en el libro de los Hechos y en el resto del Nuevo Testamento, unos relatos prácticos respecto a la realidad de la iglesia del primer siglo; pues una cosa es lo que es la iglesia desde el plano celestial, desde la perspectiva divina, lo que se corresponde con lo que hemos señalado como «la iglesia universal» (no la católica romana ni la ortodoxa), y otra cosa corresponde a los cristianos en el día a día, viviendo como pueblo del Señor en una geografía y tiempo determinado, lo que se ha llamado «iglesia local». Esta diferencia es claramente visible en las Escrituras, se habla de “iglesia” en singular (Mt. 18:17; Hch. 2:47; 5:11; 8:11); y también de “iglesias” en plural (Hch. 9:31; 15:41; 16:5; Ro. 16:16). Cuando se habla en singular, desde la perspectiva divina, y específicamente en Mateo 16:18, se refiere a la iglesia universal, los adquiridos por Dios a través de toda la historia; pero cuando se habla en singular, por ejemplo en Hechos 2:47, se refiere a la iglesia local que se encuentra en una zona determinada (gr. polis). Y cuando se habla en plural, como en Hechos 9:31, se refiere a las iglesias locales que se encuentran ubicadas en alguna región o provincia. Como verán, la vida práctica y gloriosa que se manifestó en la vida cristiana del primer siglo, corresponde a una realidad específicamente local. Es decir, los hermanos en Cristo –adquiridos por Dios y sellados por el Espíritu Santo– que vivían en una polis o localidad determinada, comenzaron a perseverar juntos en la fe que se les enseñaba, relacionándose más allá de una reunión dominical, teniendo comunión constante, compartiendo el pan y orando juntos (Hch. 2:42). Los hermanos del primer siglo, en sus realidades geográficas locales, se preocupaban los unos por los otros en el amor de Cristo; participando de la verdadera solidaridad para con el prójimo, es decir, la que viene del Espíritu (Jn. 13:35; Hch. 4:32-35), y no de las imposiciones de la carne.

Considerando todo esto, ¿se puede vivir la realidad de la iglesia bíblica del primer siglo? La respuesta es sí; pero para hacerlo, los cristianos regenerados y maduros deben juzgar las divisiones establecidas por el hombre, para volver juntos a las Escrituras, confiando que el Señor ha dado dones a la iglesia, para que en la localidad (o comuna, o municipio si se prefiere), todos los cristianos sigan y adoren al Hijo, manifestando así también el amor los unos por los otros. Lamentablemente, la mayoría de los cristianos de este tiempo ha entrado en un sin número de divisiones sobre personalidades (jurídicas), al parecer ignoran que estas divisiones son una carnalidad, tal cual las que ocurrían en Corinto (1Cor. 1:10-13; 11:18-34). ¡El cristiano es de Cristo! Y los ministros del evangelio deben hacerse pequeños para que Él crezca en el corazón de los hermanos (Jn. 3:30); aprendiendo del hermano Apolos, que no volvió a ir a Corinto al saber que algunos lo seguían a él y no al Señor (1Cor. 16:12). Amén.