(Texto) 8. Estudio a la epístola de Jacobo – Conocimiento, revelación-iluminación, realidad y amor (1:12).

 

Queridos hermanos, la gracia y la paz de nuestro Dios y Padre, y del Señor Jesús el Cristo, sean con todos ustedes. Antes de comenzar recuerde orar.

[…][1]

Hoy por la gracia de Dios, continuaremos leyendo y estudiando la epístola de Jacobo. La sesión pasada finalizamos hablando acerca de la vida como galardón de Dios para aquellos que resisten, que soportan la prueba; vimos y dijimos que la vida es Cristo (Jn. 11:25; 1Jn. 1:2; 5:20) y relacionamos este pasaje con Filipenses 3:8, dónde Pablo nos dice que nada se compara con Cristo y con el excelentísimo conocimiento acerca de Él[2], siendo su principal objetivo Cristo mismo, no una joya en la cabeza, no un adorno, ni un status social, ni tampoco los bienes terrenos; sino que Pablo está interesado en un conocimiento altísimo del Señor Jesús, de Su Persona, en Espíritu y Realidad.

Es a Cristo mismo a quién Pablo quiere ganar; ojo, no ganarle a Cristo, sino ganar a Cristo. Cristo como Recompensa, Cristo como Corona, Cristo como Vida; porque Cristo es todo lo valioso que podríamos obtener. El Señor Jesús es el valor de la vida eterna, es el valor de vivir para siempre; por Él, por conocerlo a Él y en Él conocer a Dios, tiene sentido y valor, vivir eternamente (Jn. 17:3). Debo aclarar que no nos referimos a la vida eterna que recibimos gratuitamente al creer en el Hijo de Dios, pues la vida  se nos dio al creer verdaderamente en el Hijo (Jn. 3:36); más bien, nos referimos al aprovechamiento de la vida eterna, al disfrute de la vida eterna que tenemos, a cumplir el propósito para el que se nos dio la vida eterna: conocer a Dios y a Su Hijo. Porque si no estamos conociendo a nuestro Dios y Padre, y a nuestro Señor Jesús, Su Hijo, entonces estamos desperdiciando la vida eterna que se nos regaló en el Hijo.

Entonces, mis hermanos, Cristo se nos da como Vida, como Corona, al soportar la prueba; el conocimiento pleno de Dios en Cristo, profundo, en Espíritu y Realidad, es el galardón mayor que podríamos obtener, y esta era una de las oraciones de Pablo por los creyentes (Ef. 1:15-20). Al salir del desierto, Dios quiere iluminarnos y revelarnos cada vez un poco más de Cristo. Dios quiere darnos a conocer al Hijo, y en el Hijo, al Padre. Porque la recompensa del soportar la prueba no es recuperar lo perdido; muchos ven el galardón de Job en el capítulo 42, desde el versículo 10 en adelante, cuando se le restituye todo y más. Pero saben, esa no fue la recompensa, ese no fue el galardón de haber soportado la prueba, esa fue la añadidura al verdadero galardón obtenido desde el capítulo 38 al 42:9. Estos son los más grandiosos pasajes del libro de Job, pues allí el Señor se reveló a Job; Dios le habló directamente, le mostró Su majestad y grandeza, le mostró Su omnisciencia y omnipotencia; el Señor iluminó a Job con el conocimiento más alto que puede obtener un hombre: el excelentísimo conocimiento de Dios, del Dios vivo (Sal. 42:1-2; Jer. 10:10; Mt. 22:32; Hch. 14:15). Cristo es lo mejor que nos puede y podrá suceder siempre. Debido a esto, es que hoy  vamos a partir con una digresión. Porque puede ocurrir que algunos hermanos, al escuchar estas cosas no entiendan a qué nos referimos con “ganar a Cristo”, con “conocerle”, o con “iluminarnos y revelarnos más de Cristo”.

TRES CONCEPTOS IMPORTANTES.

Queridos hermanos, en las Escrituras se nos habla de tres conceptos que debemos tener presente en el caminar cristiano, los iré enumerando y vamos a ir explicando cada uno de estos, brevemente:

  1. Conocimiento: Que proviene del griego γνώσεως (gnosis), y que en Filipenses 3:8 aparece asociado a Cristo, identificando al conocimiento acerca de Él como excelente[3], cómo supremo[4], como superior[5], como de incomparable valor[6] y como sublime[7]. Esto nos muestra que el conocimiento acerca de Cristo, del Hijo de Dios, es sublime y que debemos conocerlo más allá de lo mental, en Espíritu y Verdad. En Efesios 4:13, se nos habla de la ἐπιγνώσεως (epignosis), que es un conocimiento pleno[8], un conocimiento superior, es en Espíritu y Realidad. A tal conocimiento podemos llegar todos, pero está condicionado a la oración, a la Palabra de Dios y al Espíritu Santo. Pablo en Efesios 1:17, ruega a Dios en oración el que les otorgue “espíritu de sabiduría y de revelación” a los santos para que tengan “un conocimiento pleno de Él” (BTX III). Esto con el fin que puedan tener una epignosis del amor de Dios (Ef. 3:14-21) y del Hijo (Ef. 4:11-16). De aquí sacaremos las otras dos palabras claves de esta digresión.
  1. Revelación-Iluminación: Estos conceptos los encontramos en Efesios y en otros lugares, y están íntimamente relacionados. En Efesios aparecen en el capítulo 1, los vamos a leer en la Biblia Textual, que nos dice:

    15 Por esto yo también, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y del° amor para con todos los santos, 16 no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo mención en mis oraciones, 17 para que el Dios de nuestro Señor Jesús el Mesías, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento pleno de Él; 18 iluminados° los ojos del corazón° para saber cuál es la esperanza de su llamamiento y cuál la riqueza de la gloria de su herencia con los santos…” (vv. 15-18, 3ª Edición).

    Hermanos, la palabra “revelación” en el griego es ἀποκαλύψεως (apocalipsis), y sin entrar en muchos detalles, significa “quitar el velo”, “quitar cubierta”, “quitar la tapa”. Y la palabra que se traduce “iluminados” es πεφωτισμένους (pefotisménos), y quiere decir “habiendo sido iluminados”.

    En cuanto a la revelación, hay hermanos que dicen que ésta concluyó con el cierre del canon bíblico. Acerca de esto, quiero decir que en cuanto al canon bíblico y la fe cristiana dada una vez a los santos (Jud. 1:3), esto es por completo verdad. Nadie puede decir que trae una nueva revelación para la Iglesia, algo que esté fuera de la Biblia; porque lo que Dios nos ha dicho, lo ha hecho en ella. Todo lo fundamental que Dios ha querido decirnos está registrado en las Escrituras, incluso aquellas cosas que nos habló en Su Hijo en estos postreros días (Heb. 1:1-4). La fe fundamental del cristianismo está completa. No obstante, cuando hablamos de revelación, considerando Efesios, no nos referimos al canon bíblico, sino que nos estamos refiriendo al proceso que el Espíritu y la Palabra de Dios hacen en el corazón del cristiano, abriendo nuestros ojos; es decir, quitando de ellos el velo que impide que veamos y, luego de esto, nos ilumina para que podamos conocer, entender y comprender (Jer. 9:24; Jn. 1:18; 17:3). Les voy a poner un ejemplo: un hermano estuvo trabajando en la Mina el Teniente[9], en una oportunidad mientras caminaba al interior de esta mina, se le ocurrió apagar el foco de su casco. Nos contó que al momento de hacerlo, no vio absolutamente nada; no veía ni siquiera su mano pegada a la cara. Considerando esto les pregunto, estando en esa condición, si se le descubriera delante de él un baúl con riquezas, ¿lo podría ver? Claro que no. ¿Por qué razón no lo vería? Por la ausencia de luz. Entonces nos damos cuenta que podemos tener los ojos buenos, sanos, pero si carecemos de luz entonces no veremos nada. Podemos estar buscando al Señor, leyendo, orando; pero si Dios no nos descubre Sus tesoros y nos ilumina el corazón, o los ojos del entendimiento, entonces no nos sirve de nada. Por lo tanto, necesitamos revelación e iluminación del Espíritu de Dios.

    Ya sabemos que el Señor se revela como “la vida”, pero aparte de esto, en Juan 8:12, el Señor se revela de la siguiente manera:

    “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (RV 1960).

    El Señor es la Luz, hay muchos otros lugares dónde lo dice, como en Juan 12:46, donde dice de Sí mismo: “Yo, la luz”. Entonces, Dios nos ha dado la Palabra, nos ha descubierto Su corazón; pero la iluminación nos la da el Señor Jesús mediante el Espíritu Santo que nos habita (Lc. 24:45). Es por esto que no podemos leer sin suplicar al Señor que nos ilumine. Cómo el hermano Bakht Singh, que cuando el hermano Martyn Lloyd-Jones le preguntó cuál era su secreto para obtener semejante profundidad en el conocimiento de las Escrituras, él respondió que la leía de rodillas. La semana pasada vimos cómo Dios nos humilla para bendecirnos; Dios no da razones a la soberbia, pero sí responde a un corazón humillado. Entonces, como somos soberbios, primero nos humilla para luego bendecirnos. Hermano, ¿usted quiere que el Señor se le revele? Yo sí. ¿Ha podido tocarlo al buscarle y leer las Escrituras? Si la respuesta es no, entonces tengo que preguntar, ¿se ha humillado en Su presencia? ¿Lo ha buscado con un corazón humillado? ¿Lo ha buscado con angustia? ¿Lo invocó con hambre de Él?

    Es muy común que ante la angustia de la prueba los cristianos escojamos el camino de la rebelión, de la murmuración, entonces, en vez de humillarnos, estamos ensoberbecidos y el Señor no se nos revela, sino que nos resiste. El corazón debe estar humillado, debemos aprender de la mujer sirofenicia (Mr. 7:24-30), humillarnos en Su presencia.

    Amados hermanos, cuando el Señor nos ilumina en el corazón lo revelado, entonces usted tendrá una experiencia profunda con Él, que podría catalogarse como íntima. Es una experiencia espiritual con el Señor que nos permite, por decirlo de algún modo, “verle”, “tocarle”, “palparle”. Esto es lo que llamamos, un conocimiento experimental, en Espíritu y Realidad.

  1. Realidad Espiritual: El tercer concepto es Realidad Espiritual. Porque así como percibimos las realidades biológicas mediante los sentidos del cuerpo, por ejemplo, los colores y su realidad los podemos apreciar mediante el sentido de la visión. O los olores y su realidad mediante el olfato. O también mediante el alma podemos apreciar otras realidades, como por ejemplo, las emociones. O las ideas, las que podemos conocer y apreciar mediante la mente. Todos nosotros podemos compartir experiencias biológicas y anímicas, pero aparte de estas, también podemos compartir realidades espirituales.

    Si Dios es Espíritu, ¿cómo podemos apreciar y conocer Su realidad? Como Juan 4:24 nos dice:

    “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (RV 1960).

    Si Dios es Espíritu, entonces para adorarlo, para conocerlo, para tocarlo, para palparlo, necesitamos tener Su Espíritu y además que nuestro espíritu tenga contacto con Él; así podemos captar esta realidad. Gracias al Señor, conforme a lo señalado en Ezequiel 36:26-27, hemos recibido un espíritu nuevo y el Espíritu de Dios ha sido puesto en nosotros; y como señala 1ª Corintios 6:17, somos un Espíritu con Él, al unirnos a Cristo. Por ende, podemos percibir en Espíritu y Realidad a nuestro Señor. Y para esto, se nos dieron herramientas espirituales, como las Escrituras, la comunión con los santos, el reunirnos y las oraciones (Hch. 2:42). En cada una de ellas debemos perseverar, no como religiosos que van por obligación, o por apariencia, sino con el corazón expectante y humillado a que en cualquier momento, en alguna de estas cosas en las que perseveramos, el Señor, dejará caer “una migaja de Su mesa” y nos saciará. Que el Señor nos ayude a conocer nuestro corazón, porque a veces venimos con soberbia, la intentamos ocultar, pero Él la ve, entonces necesitamos que nos muestre aquello por lo cual nos resiste.

    Como ya pueden ver, este proceso de revelación-iluminación, está íntimamente relacionado a la epignosis.

    Cabe recordar, que esto no es para algunos, para una clase especial de personas como piensan los gnósticos a los cuales los apóstoles, en sus cartas enfrentaron. Por ejemplo, Juan, en su primera epístola nos dice:

    20 Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. 21 No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad. 22 ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. 23 Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. 24 Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. 25 Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna. 26 Os he escrito esto sobre los que os engañan. 27 Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.” (1Jn. 2:20-27, RV 1960).

    La Unción mencionada por Juan, es el Espíritu Santo que nos habita, dado por Dios a nosotros. Y esto no quiere decir que ahora no tenemos necesidad de las Escrituras, ni de los ministerios de la Palabra; sino que es el Espíritu Santo la Unción que nos capacita para poder comprender los misterios de Dios y Su realidad comunicadas por la Palabra. Tenemos al Espíritu como la capacidad de conocer mental y experimentalmente, junto con todos nuestros hermanos, a Dios, plenamente en Cristo. Así que nadie puede decir que sólo algunos son escogidos para alcanzar semejante iluminación, lo que sí podemos decir, es que somos muchas veces perezosos y no buscamos ni queremos buscar al Señor. También podemos decir que muchas veces venimos con soberbia a Su presencia, nos sentamos a escuchar como que ya lo sabemos todo, haciendo que el Señor nos resista. Y muchas veces venimos por religiosidad, para que los hermanos no digan nada, o por cualquier otra razón, que no es: querer conocerle profundamente a Él. No venimos creyendo que Él está y que se nos puede dar a conocer aquí, de forma especial, sino que oímos pesadamente. ¡Que el Señor nos ayude!

A LOS QUE AMAN A DIOS.

Estos tres conceptos nos permiten poder avanzar y volver a leer el versículo de la sesión pasada, pues hay que decir algo más, algo que nos faltó tocar. Por favor, leamos Jacobo 1:12, dice:

“Bienaventurado el varón que soporta la prueba,° porque cuando salga aprobado, recibirá la corona de la vida, que prometió° a los que lo aman.” (BTX III).

Este pasaje finaliza con la siguiente frase:

“…que [Dios] prometió a los que le aman.” (Corchetes añadidos).

Hermanos, hemos dicho que la prueba es para probar nuestra fe, para purificarla delante de Dios; también para formar en nosotros constancia, paciencia, que es fruto de la vida de Cristo en nosotros que va siendo formada; además de esto, el Señor nos humilla para bendecirnos y, en esa humillación, nos permite conocerle y conocernos a nosotros mismos, porque al igual que Simón Pedro hablamos sin saber quiénes somos y cuánto aguantamos. Pero en el desierto, mediante la prueba, el Señor no solo purifica nuestra fe, sino que de la mano con esto, comienza a purificar nuestro amor por Él. Porque hermanos, somos seres caídos y ésta vida caída ha calado tan profundamente nuestro ser, que necesitamos aprender a amar al Señor, como también a amar nuestras familias y hermanos en Cristo.

Al principio nuestra fe es muy emocional, lo mismo que nuestro amor. Amamos a Dios y le servimos por ese “amor” emocional, que aguanta sólo hasta dónde llega la emoción. Hasta dónde deja de emocionarnos, hasta allí llegamos, porque sólo son emociones. ¿Saben por qué es esto? Porque somos seres caídos y el amor con la caída se tergiversó, perdió su original sentido. El Señor le preguntó a Pedro después de resucitar, si éste lo amaba más que el resto de discípulos, y Pedro pudo responder tres veces que no. ¿Por qué? Porque comprendió que solamente él se amaba a sí mismo, y por el Señor, sólo tenía un afecto[10] (Jn. 21:15-19). Hermanos, con la caída todos estamos en la condición descubierta por Pedro. El mayor amor que tenemos, es el amor por nosotros mismos. Esto se llama egoísmo, que en muchos casos, se vuelve egolatría. Amor por uno mismo. Un amor que nos ciega al resto, que nos lleva a pensar con locura y ponernos por encima de Dios, este amor tiene por nombre “Soberbia”. Este “amor”  fue la desgracia de Lucifer. Se vio hermoso, se vio sabio y en su soberbia, se pensó semejante a Dios. Y esto se juzgó como soberbia (Is. 14:11) y se le dio como lugar el Seol (Is. 14:1-27; Ez. 28:1-19). Ese amor, esa soberbia lo cegó. Se amó a sí mismo con locura, sin razón, se encontró más valioso que el resto y más valioso que Dios. Entonces, Dios mostró quién era este Lucifer, y lo dejó seguir con su amor ególatra y se volvió “Satanás”. Y lo dejó en su locura, hasta que llegue el día de su condenación y tormento (Ap. 20:10). Hermanos, Dios quiere desintoxicarnos de este amor caído. Así como a Pedro, mostrarnos que no podemos amar al Señor a menos que sea Él quien nos ayude. Y esto es posible gracias al Espíritu Santo, quien es el amor de Dios derramado en nuestros corazones (Ro. 5:5). Y es el amor de Dios que va sustituyendo el nuestro, nos va enseñando el verdadero amor y enseñando a amar. Nos muestra el amor del Señor, nos revela al Señor y cuando le vemos, nos olvidamos incluso de nosotros mismos; entonces allí vemos el valor del verdadero amor.

Mientras no vemos lo caído de nuestro amor, lo valoramos demasiado y hasta nos jactamos de que nosotros amamos al Señor más que otros, de que daríamos la vida por Él (Mt. 26:30-35). Pero cuando por el Espíritu y la Palabra, en el desierto, nuestro amor es denunciado, entonces el Señor nos mostrará cuál es el amor que permanece y es mayor, mire lo que 1ª Juan 4:10 nos dice:

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (RV 1960).

Esto vio Pedro. ¡Oh Señor! Sólo tengo un cariño por ti comparado por el amor que has mostrado por mí. Y este amor nos constriñe, nos empuja a movernos. Y este movernos no es por lo que sentimos, sino por lo que creemos. ¿Se dan cuenta la relación fe y amor? El amor purificado y revelado en nosotros (Ef. 3:17-19), se vuelve la fuerza de la decisión que tomamos en virtud de la fe. El amor, como decisión se vuelve el combustible de la fe para que llegue a las obras, como en Gálatas 5:6 se nos dice:

“…la fe que obra por amor” (RV 1960).

Así que cuando podemos juzgar nuestro amor propio y caído, cuando podemos darnos cuenta que no amamos al Señor más que a nosotros mismos, es entonces que Él puede revelarnos Su amor. Es el amor que Él nos ha demostrado en Su Hijo, lo que nos mueve; no por sentimientos, sino por convicciones. Convicciones que nacen de lo que sabemos, de lo que entendemos, de lo que hemos creído y en lo cual confiamos, es decir, de la fe. Y la revelación del amor de Dios en Su Hijo, nos mueve por el Espíritu. ¿Ven ustedes cuánto necesitamos de revelación e iluminación? Amados hermanos, esto debemos tomarlo en serio, es más que una doctrina que debemos aprender, es una realidad que por el Espíritu debemos vivir. Si usted comprende esto, sabrá que debe buscar al Señor, para poder caminar con Él en Espíritu y Realidad.

Que el Señor nos ayude. Que nos permita tomar esto en serio, buscarle con seriedad, con hambre. Que nos ayude a amarle; que nuestro amor lo purifique, de a poquito, según nuestra capacidad de soportar, como va, igualmente, purificando nuestra fe. Estamos tan deformados, necesitamos tanto su corrección. Es duro decirlo, pero es la verdad. En el desierto, en la luz del Señor, llegaremos a comprender que todo esto es necesario. Que el Señor nos ayude y siga hablando a nuestro corazón.

Vamos a parar aquí, mis hermanos. Amén.

 


 

[1] No te olvides de orar al Señor, de pedirle que te edifique y guarde tu corazón para Él.

[2] Es decir conocer a la Persona, esto por el Espíritu y la Palabra, no sólo mentalmente, sino experimentalmente, con realidad.

[3] Reina-Valera 1960.

[4] Dios Habla Hoy.

[5] Biblia Textual, III Edición.

[6] La Biblia de las Américas.

[7] Nueva Biblia Jerusalén.

[8] Lacueva, F. (1990). Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español. Terrassa: CLIE. Biblia Textual,  3ª Edición. Versión Recobro. La Biblia de las Américas.

[9] Mina El Teniente. (2020). Revisado el 27 julio del 2020, desde https://es.wikipedia.org/wiki/Mina_El_Teniente

[10] Lacueva, F. (1990). Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español. Terrassa: CLIE.