(Texto) 7. Estudio a la epístola de Jacobo – Bienaventuranza, prueba y corona de vida (1:12).

 

Hermanos, la gracia y la paz de nuestro Dios y Padre, y de Jesús el Cristo, nuestro Señor, Dios con el Padre, sean con todos ustedes. Antes de comenzar, les recuerdo estar orando.

[…][1]

Con esta, ya es nuestra séptima lectura de estudio de la epístola de Jacobo. Damos gracias al Señor por permitirnos estudiar esta carta, hemos podido considerar temas edificantes y correctivos. Hoy, vamos a continuar la lectura y vamos a leer sólo el versículo 12 del capítulo 1, qué nos dice:

“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.” (Stg. 1:12, RV 1960).

PRUEBA, NO TENTACIÓN.

Lo primero que vamos a considerar aquí es correspondiente a la traducción que tenemos, vamos a corregir algo. La palabra que se tradujo en la Reina Valera 1960 como “tentación”, es la misma palabra que antes, en el versículo 2, se tradujo como “prueba”, a saber, πειρασμόν (peirasmón)[2]. Debemos considerar por causa del contexto y lo que se viene tratando, que no hay ninguna razón exegética para traducirla aquí como “tentación” (Carballosa, 2004, p. 98); es más, el contexto hasta el momento es la prueba, no la tentación, es la prueba de nuestra fe y el resultado que Dios quiere. Incluso, la segunda parte del versículo se tradujo “porque cuando haya resistido la prueba”. Si se dan cuenta, esta parte del verso es la continuación de la anterior y aquí nos está hablando de la  prueba. El varón que soporta la prueba es bienaventurado, porque una vez resistida la prueba, o mejor dicho, una vez sea aprobado, recibirá la corona de vida. ¿Se dan cuenta? Es por esto, que en este pasaje consideraremos la traducción que hace la Biblia Textual, que tradujo así:

“Bienaventurado el varón que soporta la prueba, porque cuando salga aprobado, recibirá la corona de la vida, que prometió a los que lo aman.” (BTX III).

Cabe señalar, además, dado que no es mi intención manipular el texto a mi favor, que aparte de la Biblia Textual hay muchas otras traducciones que traducen aquí  “prueba”. Voy a mencionar por lo menos cinco:

  1. La Biblia de las Américas.
  2. Versión Recobro.
  3. Dios Habla Hoy.
  4. La Biblia Jerusalén.
  5. Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español (Lacueva, F.).

Aclarado esto, vamos a considerar algunas cosas de este versículo.

DIOS ES EL QUE NOS LLEVA AL DESIERTO.

La traducción parte diciéndonos “Bienaventurado el varón”, y literalmente el griego dice “Varón feliz”, pues no hay un artículo en la frase. O sea, dice “Varón feliz es el que soporta la prueba”. La palabra “soporta” es en el griego ὑπομένει (hypoménei)que al igual que la palabra “paciencia” que vimos en una de nuestras lecturas anteriores, proviene del griego hypo, que significa debajo,  y la palabra méno que significa permanecer; es decir, permanecer debajo, que para nosotros se traduce “soportar” y también puede traducirse como “aguantar”; esto, es en el sentido de alguien que lleva una carga encima y que la soporta, la aguanta, hasta que el Señor lo quiera. Esto es importante de entender, pues nuestras pruebas no provienen del diablo, ni de demonios, nuestras pruebas provienen de Dios, es Dios quién prueba nuestra fe con el propósito de que esta sea purificada, pero también, que Cristo, Su Hijo amado, sea formado en nosotros.

Por favor, lea conmigo Deuteronomio 8, versículo 1 al 5 y veamos lo que nos dice:

1 Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres. 2 Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. 3 Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre. 4 Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años. 5 Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga.” (RV 1960).

Este es un pasaje notable, nos habla de Dios llevando a Su pueblo al desierto, para probarlos, para corregirlos, pero nunca sin Su cuidado. El Señor le dice al pueblo de Israel[3],   que debe acordarse, no olvidar, sino recordar, que Él los sacó al desierto y los llevó por ese camino cuarenta años; y los afligió, y los probó, y así fueron evaluados. ¿Para qué afligirlos, hermanos? ¿Es acaso Dios un opresor que se complace en la aflicción de los seres humanos? De ninguna manera, pero para comprender el para qué, debemos conocer y entender al Señor. Mire, leamos un versículo que se encuentra en Números 14:18, vamos a leer solamente la parte “a”, que dice:

“Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable…” (RV 1960).

Mire lo que nos dice, “tardo para la ira y grande en misericordia”, es decir que Dios sí se aíra, pero no es como nosotros, Su ira es santa y justa; no es injustificada ni sin razón. Nosotros nos airamos y muchas veces pecamos; pero Dios no peca, Su ira es justificada, razonable y merecida. Pero también nos dice que es grande en misericordia y, en esta misericordia, Dios perdona la maldad y la rebelión; pero ojo, esto no quiere decir que Dios se haga el ciego con el culpable, sino que aún en Su misericordia, cuando perdona nuestras iniquidades y rebeliones, Dios usa medios justos.

Entonces se nos dice que el Señor es misericordioso, esto quiere decir que Dios se compadece de la miseria de Sus criaturas, le pesa en Su corazón, se conmueve infinitamente y cuando Dios se compadece, entonces otorga ayuda. Si Su misericordia es infinita, lo es también la forma en que nos ayuda; esto, hermanos, es lo que llamamos “la gracia de Dios”. En Su gracia, Dios, al hombre pecador y humillado, le da lo que no se merece (salvación) y, lo que el hombre merece por sus actos contrarios a Dios, no se lo da directamente (juicio). Se los explico de la siguiente manera:

Nosotros estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, en esa condición nos merecíamos el castigo por nuestros pecados, pues no sólo pecamos, sino que también nos gozamos en el pecado y hasta nos rebelamos en contra de Dios. Entonces, era justo que se nos condenara, en conclusión, nos merecíamos el infierno. Pero gracias al Señor Jesús, la condenación que nos merecíamos, no se nos dio; y lo que no merecíamos, es decir, ser salvos y justificados delante de Dios, se nos dio en Cristo. Ninguno de nosotros merecía la vida eterna, ni que el Hijo se diera por nosotros, pero Dios tuvo compasión, misericordia, y nos concedió Su gracia. Nos dio infinita gracia, infinita ayuda, y esto, gracias a Su infinita misericordia. Nos merecíamos condenación, pero no nos condenó; porque la condena la llevó el Mesías. Yo no merezco que el Cristo, el Hijo de Dios, muriera por mí; yo merecía ser condenado, pero Dios no me dio lo que merecía en mí mismo, sino que me dio a quien no merecía, a Su Hijo, el Salvador, mi Salvación. Esa es la gracia de Dios que ha venido gracias a Jesucristo (Jn. 1:17).

Dios tuvo compasión, en Su misericordia se compadeció de nosotros, miserables pecadores; porque eso es lo que somos, pecadores. Y esta condición de pecadores la heredamos de Adán. Y ser pecadores no significa sólo que tenemos una tendencia hacia el pecado, sino que también nuestra personalidad ha sido tocada por el pecado, nuestra propia alma. Entonces, el pecado se volvió nuestra forma de vivir y la manera que tenemos para comportarnos. Y con esto, al ser hombres[4] con el alma deformada y con  la imagen impresa en ella de una vida pecaminosa, no sólo nos volvimos pecadores, sino malos y rebeldes. Entonces Dios nos salva de la condenación, perdonando nuestras transgresiones; pero además, quiere conformarnos a la imagen de Su Hijo, desintoxicarnos de la rebeldía y maldad. Es decir, salvarnos de nuestra culpa, legalmente; pero también, salvarnos de lo que somos, en nuestra personalidad, orgánicamente. Así como el pueblo de Israel fue librado de Egipto, así nosotros hemos sido salvados de condenación; pero luego, el pueblo de Israel fue llevado al desierto para ser desintoxicado de Egipto, para ser corregido, para ser purificado, para esto fue al desierto; y de la misma manera, Dios nos lleva al desierto, a la prueba, para salvarnos de lo que somos. Y esto, también es la gracia de Dios.

En el desierto Dios afligió al pueblo, y nosotros, de la misma manera, en la prueba, en el “desierto” somos afligidos. ¿Y para qué nos aflige Dios? Hermanos, Dios no aflige al que ya está humillado, sino que Dios aflige al soberbio. Es como la pelea de Jacob con el Varón en Peniel (Gn. 32:22-32). Jacob se atrevió a forcejear con Dios, se paró de igual a igual y le exigía que lo bendijera. Mientras Jacob estaba de pie en sus fuerzas humanas, estaba de pie en la soberbia. Dios así no lo bendijo. Entonces, para bendecirlo, antes lo descoyuntó, antes lo afligió, lo humilló y allí lo bendijo. ¿Por qué esto ocurrió así? Mire lo que nos dice Jacobo en el capítulo 4, versículo 6:

“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (RV 1960).

¿Se dan cuenta el por qué? Dios resiste al soberbio, no tolera la soberbia; pero a los humildes, a los humillados, les otorga gracia. Entonces hermanos, la prueba a la que nos lleva el Señor, el desierto al cual somos llevados, no sólo purifica nuestra fe y da a luz la constancia; sino que además nos aflige, y si hay alguien dispuesto a humillarse, es alguien afligido. Llevó al pueblo al desierto para afligirlos, en la aflicción el pueblo se humillaba y en la humillación Dios les otorgaba gracia, moviéndose maravillosa y portentosamente. Eso es paciencia, el aprender a esperar humillados bajo la poderosa mano de Dios. Y esto, es algo que Dios logra en nosotros, mediante las aflicciones.

LA PRUEBA Y EL CONOCIMIENTO PERSONAL.

Pero además de esto, aparte de ser humillados y afligidos, Dios probó al pueblo y logro otras cosas. Ya hemos visto que la prueba es para nuestra fe, para mostrar lo que es verdadero de lo que no es. Para mostrar lo que es carne y lo que es espíritu; para mostrar lo santo y lo profano. Para mostrar la honestidad y lo que es apariencia. Y aparte de todo esto, dice “para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos”. ¿Acaso Dios que es Omnisciente necesita saber lo que había en el corazón del pueblo? Juan 2:25 nos dice del Señor Jesús:

“y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre.” (RV 1960).

Por lo tanto, entendemos que no es Dios el que necesita saber qué hay en el corazón del hombre; sino que es el hombre el que necesita conocer su propio corazón. Dios conoce al hombre, sus pensamientos, sus intenciones, todo. Dios sabía lo que había en el corazón; pero ellos no se conocían. En Éxodo capítulo 19, Dios habla al pueblo y da órdenes, y el pueblo responde:

“Todo lo que Jehová ha dicho, haremos.” (Ex. 19:8, RV 1960).

Luego, desde Éxodo capítulo 21 al capítulo 24, Dios da Sus santas leyes, y el pueblo, dos veces dijo:

“Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho.” (Ex. 24:3, RV 1960).

“Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos.” (Ex. 24:7, RV 1960).

Como ven, el pueblo dijo que obedecería a Dios, que así como Él dijo, ellos harían. Después de esto, desde el capítulo 25 al 31:17, el tema es el Tabernáculo de Reunión y la presencia de Dios en medio del pueblo. Pero desde el 31:18, tenemos un acontecimiento ante la ausencia de Moisés, el pueblo peca grandemente y el primer mandamiento dado, quebrantan:

“No tendrás dioses ajenos delante de mí.” (Ex. 20:3, RV 1960).

El pueblo dijo que obedecería, pero lo vemos irse en contra de su Dios inmediatamente. ¿Se dan cuenta? Dios lo sabía, pero ellos no sabían quiénes eran, cómo eran. Quizás ellos pensaban que eran  un pueblo distinto al pueblo de Egipto, pero se encontraron con la cruda realidad de que eran iguales y quizás, peores. Dios lo sabía, pero ellos no. Entonces, comprendemos que la prueba, aparte de ser un instrumento de purificación de nuestra fe, también es para que nos conozcamos. Dios quiere que nos conozcamos, le dio la ley al pueblo para que conocieran su incapacidad, para que vieran que eran pecadores, como dice Romanos 7:7 acerca de la ley:

“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.” (RV 1960).

Qué importante es comprender que el Señor no sólo quiere purificar nuestra fe y formar a Su Hijo en nosotros, sino que también quiere que conozcamos que la vida del Señor es mejor que la nuestra. Que mejor es que Él crezca y nosotros mengüemos (Jn. 3:30). Juan, el que bautizaba, sabía esto. Él estuvo literalmente en el desierto, allí, en las meditaciones con Dios, iluminado por Su Espíritu, conoció que era mejor que el Señor creciera y el menguara. Así también, en el desierto, tenemos tiempo para conocernos. Por ejemplo, decimos ser fieles al Señor, como Simón Pedro pensamos que le seguiremos hasta el fin y no como otros (Mt. 26:30-35); somos tercos y aunque el Señor nos dice que lo negaremos, seguimos diciendo que iremos hasta la muerte si fuese necesario. Entonces viene la prueba y en la hora que la padecemos, pecamos. Simón Pedro se dio cuenta que no se conocía. Él habló desde las emociones del momento, pero cuando se vio acorralado, lo negó. Simón sufrió la vergüenza de descubrir su cobardía y, como nosotros no somos mejor que Simón, debemos saber que cuando nos paramos testarudamente, vendrá la prueba, Dios nos humillará, nos purificará y nos mostrará quiénes somos. Entonces, después, al igual que Pedro, cuando nos encontremos nuevamente con una situación y con el Señor hablándonos, ya no diremos lo que no sabemos, ni pondremos la confianza en las emociones del momento, sino que seremos honestos. En Juan 21 vemos la conversación del Señor con este mismo Simón Pedro. Tres veces le preguntó si lo amaba, pero Simón le respondió honestamente, “te tengo afecto[5]. Ya no le dijo “te amo”, no le dijo “iré hasta la muerte”, fue honesto; el Señor le preguntaba si lo amaba, pero Pedro le dijo ahora que sólo le tenía cariño. Porque Pedro comprendió que entre el amor del Señor y el amor de él, había una gran diferencia. El desierto, la prueba, lo ayudó a conocerse.

Al igual que Pedro, Job desde el capítulo 38 en adelante decidió poner su mano sobre su boca. Es decir, obligarse  a callar, porque se dio cuenta que hablaba lo que no entendía. Cosas que sonaban maravillosas, pero él no las vivía ni comprendía. Entonces, mejor es callar. Mejor es verme y conocerme a la luz de Dios. Y la prueba, también es un instrumento para esto. Por medio de la prueba, no sólo veo lo malo de las mentiras, sino que veo que soy mentiroso. No sólo veo la necesidad de amar al Señor, sino la necesidad de que Él me ayude a vencerme a mí mismo. Entiendo allí lo engañoso que es el corazón y lo perverso que puede llegar a ser (Jer. 17:9). Gracias al Señor por Su Espíritu, gracias al Señor por no abandonarnos.

PROBADOS PERO NO ABANDONADOS. DIOS NOS PRESERVA.

Dios nos lleva al desierto, pasamos hambre, pero Él mismo nos sustenta. Padecemos, pero en medio de los padecimientos, cuando nos ve débiles, nos fortalece, aunque continuemos en la prueba. No nos abandona. No sabemos por qué no le negamos, y es porque nos ayuda. Y luego de esto, comenzamos a ver que necesitamos de Él. Necesitamos que Él nos hable. Comenzamos a ver que más que cualquier cosa, lo necesitamos a Él mismo. Como  en Deuteronomio 8:3, nos dice:

“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.” (RV 1960).

Nos aflige, para bendecirnos; nos hace tener hambre, para sustentarnos con el Pan del cielo. Y comprendemos que Cristo es el Pan que nos sacia (Jn. 6:51), que no lo conocíamos, y comenzamos a encontrar sólo en Él satisfacción y saciedad. Y en Su Palabra le conocemos y encontramos consuelo. Sólo queremos oír Su voz y cuando la oímos, trayendo a nuestros espíritus fortaleza, somos consolados.

Luego Deuteronomio 8:4-5, nos dice:

4 Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años. 5 Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga.” (RV 1960).

El Señor nunca ha dejado que nos desgastemos. En Su presencia seguimos siendo hijos, a pesar de todas las cosas que pasan por nuestra mente, para Él seguimos de pie. Nuestro vestido nunca envejece, es decir que el Señor nos preserva, nos guarda, nuestras ropas delante de Él están nuevas, aunque nosotros nos vemos desgastados, y aunque por nuestra mente pasaron muchas cosas, o aunque con nuestra boca le dijimos muchas cosas a Él, cosas de las cuales inmediatamente nos arrepentimos, a pesar de todo esto, seguimos con las vestiduras nuevas en Su Presencia. Y a pesar de lo duro del camino, Él nos ha cuidado y el pie no se ha hinchado; es decir, que podemos seguir caminando, gracias a la fuerza de Su Espíritu. Junto con todo esto, llegamos a comprender que todo lo que vivimos, es porque somos Sus hijos y lo merecíamos. Muchas cosas fueron corregidas, muchas de ellas vinieron a nuestra mente mientras éramos probados y nos arrepentimos. Realmente con esto vemos la Omnisciencia de Dios, quién mediante la prueba, logra tantas cosas en nosotros. El Señor tiene todas las estrategias para lograr llevarnos dónde quiere: a Cristo.

SOLO SANTOS O, ¿SANTOS Y FIELES?

 Entonces, hermanos:

“Bienaventurado el varón que soporta la prueba,° porque cuando salga aprobado, recibirá la corona de la vida, que prometió° a los que lo aman.” (BTX III).

Cuando dice “aprobado” en el griego clásico era usado para indicar algo genuino y digno de confianza. También, dice el hermano Evis L. Carballosa, que en la Septuaginta esta palabra era usada para referirse a la validación de una moneda, reconocida como válida y lista para circular (Carballosa, 2004, p. 98). O sea que aquello de valor en nosotros, es decir, Cristo en nosotros, va mostrándose. Se va viendo lo genuino y real de Cristo en nuestras vidas. Esto hace de los cristianos hombres fieles y dignos de confianza.

Hay una diferencia entre un creyente y un fiel. En Efesios y Colosenses, en la salutación dice “a los santos y fieles” (Ef. 1:1; Col. 1:2), mientras que en 1ª Corintios dice “a los santificados en Cristo Jesús” (1Co. 1:2). A los corintios se les dice “santificados en Cristo” lo cual corresponde a la posición dada por gracia en la salvación jurídica que tenemos en el Señor Jesús, pero no se les dice “fieles”. No obstante, en Efesios y Colosenses tenemos a “santos y fieles”. De un estudio en audio sobre la epístola a los Efesios, del hermano Francisco Lacueva aprendí lo siguiente, lo diré con mis palabras, tal como lo entendí. Un santo, es un creyente, es todo aquel que ha nacido de nuevo en Cristo, todos los salvados por el Señor, regenerados, somos santos. Un creyente que ha confiado en el Señor es un santo porque le habita el Santo. Pero un fiel, también es un creyente que confía en el Señor, pero además, es un santo en el cual Dios puede confiar. Esto quiere decir que un santo es aquel que ha confiado en el Señor; pero un santo y fiel, es aquel en el que Dios ha llegado a fiarse para encomendarle el participar de Su obra, alguien que se ha vuelto amigo de Dios. Al soportar la prueba, vamos siendo formados como fieles para Dios.

LA VIDA COMO CORONA PROMETIDA POR DIOS.

Y una última cosa importantísima. Jacobo nos anima y pone por delante el galardón.  Y nos dice que al salir aprobados, validados por el Señor, recibiremos el consuelo de la corona de la vida prometida por Dios. Déjenme decirles algo aquí. La frase “de la vida” es un genitivo apositivo en el griego (Carballosa, 2004, p. 99) y quiere decir que la corona es en sí la vida. Miren cómo tradujo la Biblia Dios Habla Hoy:

“Dichoso el hombre que soporta la prueba con fortaleza, porque al salir aprobado recibirá como premio la vida, que es la corona que Dios ha prometido a los que lo aman” (DHH).

Esta es la idea del griego: “porque al salir aprobado recibirá como premio la vida, que es la corona que Dios ha prometido a los que le aman”. Hermanos, muchos piensan en la corona como una joya puesta en la cabeza, que les dé posición y autoridad. Pero saben, en Juan 11:25 el Señor Jesús dijo de Sí mismo, que Él es “la vida” (1Jn. 5:20). Algunos piensan que lo que se promete son bienes; pero saben, yo quiero pensar como Pablo, miren en Filipenses 3:8 lo que escribió:

“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (RV 1960).

¿Se dan cuenta? Por favor permítanme leerles este mismo pasaje en la versión Dios Habla Hoy, que dice:

“Aún más, a nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él” (DHH).

Mis hermanos, todas las cosas que padecemos, todas las pruebas, el desierto, tiene como corona  a Cristo mismo, el conocerle a Él de una manera viva y real. Porque Él es una Persona que se puede conocer. Para esto nos dio espíritu y, en este, puso Su Espíritu. Para que le conozcamos en Espíritu y Verdad. No solo con la mente, sino con la realidad del Espíritu. Esto es lo que debemos pedir: “Revélate a mí, Señor. Permítame conocerle en realidad espiritual, ilumina mi mente con las Escrituras, para verte y comprenderte. No solo quiero saber de Usted, no sólo tener información, quiero que se revele a mi”. Cuando tenemos estas experiencias, nunca más somos los mismos. Dios ha querido que podamos conocer a Cristo por el Espíritu y Su Palabra (Mt. 11:27; 16:16-17; 2Co. 5:16; Ga. 1:15-16; Ef. 1:15-20), y la prueba es un instrumento para esto. El Señor quiere abrir el umbral de la realidad espiritual para nosotros, pero esto, no es sin prueba, no es sin desierto. El Señor es una Persona que mediante el Espíritu podemos conocer, pero no sin el quebrantamiento de nuestro hombre exterior. Es necesario que el frasco de alabastro se quiebre para que salga el aroma del interior.

Mis hermanos, vamos a parar aquí. Que el Señor hable a nuestro corazón. Amén.

 


 

[1] Toma un tiempo para orar.

[2] Lacueva, F. (1990). Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español. Terrassa: CLIE.

[3] Nunca olvidemos que los israelitas vivieron todas estas cosas para ejemplo nuestro (1Co. 10:6, 10), es decir, para que aprendiéramos en su experiencia cómo caminar con Dios y también cómo es Él.

[4] Varón y mujer.

[5] Lacueva, F. (1990). Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español. Terrassa: CLIE.