9. Lectura de estudio profecía de Malaquías – Algunos atributos de Dios y el dar (Texto).

 

Amados hermanos, la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesús sea con todos ustedes. Antes de comenzar con la lectura de hoy, recuerden que debemos estar orando al Señor.

Por favor, abra conmigo las Escrituras en Malaquías 3:6-12 que dice:

6  Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.  7  Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos? 8  ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. 9  Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. 10  Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. 11  Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. 12  Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos.” (RV 1960).

RECAPITULANDO.

Esta lectura que estamos haciendo, nos ha permitido tocar muchos asuntos importantes y delicados. Una de las cosas que dijimos al principio, es que esta profecía es reprensiva; es decir que, a través de esta,  Dios estaba reprendiendo y corrigiendo al sacerdocio levítico y al pueblo que estaba muy extraviado y corrompido.

Otra cosa que aprendimos es que las Escrituras, en 1 Corintios 10:6 y 10:11, nos señalan que las cosas que vivieron y se escribieron respecto al pueblo de Israel son para ejemplo y amonestación nuestra. Y si bien no estamos bajo las ordenanzas del sacerdocio veterotestamentario, sí estamos bajo las ordenanzas y jurisdicción de un sacerdocio superior, al que fuimos consagrados no por sangre de animales, sino por la sangre de Cristo, Hijo de Dios que vino en carne. Por lo tanto, cuando leemos esta profecía, no estamos solo mirando lo que ellos vivieron, sino que abrimos el corazón para que el Espíritu Santo nos hable a nosotros, sacerdotes de este Nuevo Pacto, y nos enseñe, nos advierta, nos corrija, nos hable al corazón como Él quiera; así es que, como dice 1 Corintios 10, de estos escritos procuramos ver aquello que es para nuestro ejemplo y amonestación.

Entonces, dicho lo anterior, partiremos considerando el versículo 6, que acabamos de leer, en el capítulo 3 de Malaquías, y que nos dice algo de Dios:

“Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.”(RV 1960).

DIOS INMUTABLE.

Este solo versículo nos permite aprender una lección relacionada a Dios. Acerca de Sí mismo, Dios dice que Él no cambia. Respecto a esto, el hermano del Señor, Jacobo[1], en el capítulo 1:17 de su epístola, nos dice:

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.” (RV 1960).

Estos pasajes nos muestran que Dios no cambia, que no hay mudanza ni sombra de variación en Él. Sus paradigmas están completos, Su estándares también, no tiene nada que cambiar y, al ser Perfecto y Suficiente, no necesita cambiar cosa alguna, no hay necesidad de esto. Dentro del estudio de los atributos de Dios, esto se llama “Inmutabilidad”.

Mis hermanos, es importante comprender que Dios es Inmutable, y que no podemos cambiar Su forma de pensar, de actuar y de ver las cosas. A veces a nosotros nos gustaría que Dios fuese de cierta manera o que no fuera de cierta forma. Incluso, algunos dicen abiertamente cosas como esta: “Yo prefiero pensar en Dios de otra manera”; lo cual, en casi todas las veces que lo he oído, se intenta presentar a un dios menos justo y más permisivo, adaptado a la pecaminosidad humana. Lo triste, es que algunas veces he oído esto de personas que se dicen ser cristianos. Pero mis hermanos, debemos saber que Dios no es como nosotros queremos que Él sea, sino como Él se ha revelado en Sus Escrituras; pues Dios mismo ha dicho en ellas y ha quedado registrado:

“Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.” (Ex. 3:14, RV 1960).

¿Se dan cuenta? ¿Cómo es Dios? Como Él es y siempre será. ¿Quién es Dios? El “YO SOY”. Tú debes cambiar, yo debo cambiar, pero Dios no tiene necesidad de cambiar. ¿Por qué? Porque es Perfecto, porque es Suficiente. Yo debo cambiar porque soy imperfecto y tengo necesidades, pero cualquier cambio debe ser según los estándares de Dios. Es por eso que también se nos dio el Espíritu Santo, pues para ser como Él quiere que seamos no podemos con nuestras fuerzas, ni naturaleza humana, sino con las fuerzas (Ga. 2:20; Flp. 4:13) y naturaleza (2P. 1:2-4) que Dios nos ha dado en Cristo, mediante el Espíritu Santo. Él se ha querido revelar al hombre para que éste sepa cómo debe andar y tratar con Dios; pero, lamentablemente, vemos al hombre intentando adaptar a Dios o acomodándolo a pecaminosas “necesidades”.

Pero Dios ha sido claro,  y ha dicho:

“…Yo, YHVH, no cambió” (BTX III).

Esto nos muestra la perfección y la suficiencia de Dios, que no necesita cambiar; pero además de esto, nos muestra la fidelidad de Dios, pues siendo Perfecto y Suficiente, no es fiel en base a la “perfección” del hombre, sino a Su Palabra. Si Su fidelidad dependiera de la “perfección” del hombre, entonces ellos hubieran sido consumidos hace mucho; pero Dios les muestra que Él permanece fiel a Su Palabra, no a ellos (como si no pudiera vivir sin ellos), sino fiel a Su Palabra. Y por cuanto Dios es fiel a Su Palabra ellos no habían sido consumidos, aun cuando estaban haciendo todas aquellas cosas delante del Señor; y no sólo eso, sino que además, aun cuando ellos le habían robado.

DIOS FIEL A SU PALABRA, SU HIJO.

Dios podría haber consumido al pueblo, es decir, haberlo exterminado; pero Dios habló y había prometido que de ellos vendría el Cristo (Gn. 49:10; Nm. 24:17; Dt. 18:15; Is. 7:14; 9:1-2, 7; 11:2; 53; Sal. 110:4;  Dn. 9:25;  Mi. 5:2; Zac. 9:9; 11:13). Piense usted en esto, si no había Templo, entonces cómo se hubiera cumplido Su Palabra que decía: “y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis” (Mal. 3:1). O ¿dónde Cristo habría hecho el azote de cuerdas que cumplía la Palabra que decía: “el celo de Tu casa me consume” (Sal. 69:9; Jn. 2:16-17)? Y si los exterminaba y no había Belén, ¿cómo se hubiera cumplido Su Palabra respecto al lugar dónde nacería (Mi. 5:2)? Y si hubiera sido exterminado el sacerdocio en aquel entonces, ¿cómo se hubiera cumplido la Palabra de Dios que anunciaba que “él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:5)? Pues recuerden, los pecados, rebeliones e iniquidades eran cargados sobre la víctima sustituta  mediante la imposición de las manos del sumo sacerdote (Lv. 16:21). Si ustedes se dan cuenta, Dios estaba siendo fiel a Su Palabra y por esto, ellos no habían sido consumidos. En esto vemos la fidelidad de Dios a Su Palabra, aun cuando ellos estaban siendo infieles y merecían ser exterminados, Dios estaba siendo fiel a Su Palabra.

¿Se dan cuenta, mis hermanos?  Es importante comprender lo fiel que es Dios a Su Palabra, no a nosotros, sino a Su Palabra, a Su Hijo. Entendiendo esto podemos descansar y confiar, por ejemplo, en la obra que está realizando el Señor en cada uno de nosotros; porque a veces uno mismo se mira sin esperanza, debido a que nos medimos con otros hermanos que consideramos más avanzados; o porque vemos en nosotros el conflicto entre el Espíritu y la carne (Ga. 5:17) por causa de las sensaciones que se manifiestan desde nuestros miembros (Stg. 4:1). Cuando estamos recién entendiendo lo que significa que el justo vivirá por fe, estas cosas nos atormentan; pero debemos descansar, no en lo que vemos en nosotros mismos, sino en Su Palabra y en la fidelidad de Dios a Su Hijo, pues está escrito:

“… estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Flp. 1:6, RV 1960).

Si estamos seguros de que volvimos a nacer, debemos estar seguros también que Dios ya comenzó en nosotros la buena obra; y, teniendo esto presente, descansamos en que Dios progresará y nos completará (o perfeccionará) hasta que aparezca Su Hijo, para así, presentarle a Él una Iglesia sin mancha y sin arruga (Ef. 5:27). ¿Qué tenemos para creer esto? Su Palabra, Dios lo ha dicho. ¿Se dan cuenta?

Así Dios les muestra a los sacerdotes de la profecía que estamos leyendo, Su fidelidad. Dios es fiel, y no a ellos ni por ellos, sino a Su Palabra, a Su Hijo. ¿Se dan cuenta? Los pecados de ellos, sus iniquidades, sus rebeliones, su incredulidad no anularon la fidelidad de Dios, la cual, es para con Su Hijo, Su Palabra.  De esta manera, Dios les mostraba la razón por la que no eran consumidos, no por ellos, sino por Su Palabra, por el Hijo.

Después de mostrarles Su inmutabilidad y fidelidad, Dios les hace un contraste para que sepan lo que ellos merecían, y les dice el verso 7:

“Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos.”(RV 1960).

Dios les muestra que siempre se estaban apartando de Sus leyes, las cuales, son el reflejo de Su carácter Santo y Justo. Ellos se apartaron de Su ley, y no sólo esto, sino que no las guardaron, es decir, que hicieron lo contrario a ellas. La falta y rebelión fue tal, que Dios les mostraba que estaban de espaldas a Él, por lo que les llama a volverse, a dejar de estar de espaldas, a que le mostraran sus rostros y no los escondieran en sus maldades. Si ellos le daban la cara, si ellos cambiaban de dirección respecto a su camino, entonces Él también les daría la cara, y esto se los decía como Aquel Dios que es Rey y Señor de los ejércitos, como Aquel que está listo para la batalla.

LA MISERICORDIA Y LA BONDAD DE DIOS.

La nación de Israel no era exterminada y desaparecida por una sola razón: Dios es fiel a Su Palabra, a Su Hijo; sin embargo, cada una de las generaciones que se rebeló contra Su Dios y la ley que Él les dio, sufrió las consecuencias de sus malas decisiones. Dios podría haber exterminado al pueblo y la memoria de ellos para siempre, pero no, sino que los juzgaba, y moría una generación y venía otra; y les daba Palabra, profetas y visiones, para que anduvieran en Sus caminos. Sin embargo, antes de aplicar los castigos correspondientes, Dios los llamaba al arrepentimiento. Sí, mis hermanos, antes de juzgar y hacer pasar la espada sobre ellos, bondadosamente, Dios, daba la posibilidad de volverse a Él y de arrepentimiento. Y les decía que si ellos se volvían, entonces Él se volvería a ellos también. Les ofrecía reconciliación. Dios les muestra que está muy consciente del camino que Israel ha tenido delante de Él, camino torcido, de apartarse de Su Palabra y rebelarse contra Él. Pero, a pesar de esto, cuando es absolutamente justo que les aplique juicio directo e inmediato, les da la posibilidad de volverse; he aquí vemos Su bondad y misericordia. Mis hermanos, el Señor siempre da la posibilidad de volverse. Aprendamos esto de aquello que estamos leyendo: Antes de que venga juicio, Dios da la posibilidad de arrepentimiento. Estemos atentos a las llamadas de atención que Dios, mediante Su Palabra y Su Espíritu, nos hace. Dios siempre dará la posibilidad de reconciliación, antes que venga juicio, antes de que pase la espada de YHVH Sebaot, Él nos dará la posibilidad de volvernos, de arrepentirnos.  ¡Oh, gracias Señor!

PECARON GRANDEMENTE Y AUN ASÍ DIOS OFRECIÓ SU GRACIA.

Hasta el momento el Señor les ha mostrado todas las cosas en las que ellos han pecado, tales como: Lo han deshonrado, lo han menospreciado, lo han ofendido y, ahora, aparte de todo esto, le han robado. Entonces el verso 8 les dice:

“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.” (Mal. 3:8, RV 1960).

Al principio de la profecía, en el capítulo 1, versículo 8, Dios les muestra cómo lo habían menospreciado y ofendido con las ofrendas, y les hizo ver si acaso ellos llevarían esas ofrendas a sus príncipes. De alguna manera, Dios les estaba mostrando el temor que ellos tenían a los hombres antes que a Dios, esta fue una de las cosas que el Señor Jesús enseñó, diciendo:

“Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” (Mt. 10:28, RV 1960).

Pero los sacerdotes, aparte de ofender, menospreciar y despreciar a Dios, se atrevían a robarle, y esto, es algo que ellos no harían a sus príncipes; sin embargo, se lo hacían a Dios. Sin duda alguna,  ¡no sabían con Quién estaban tratando!

Aquí, los culpables y responsables no eran solo los sacerdotes, sino la nación entera. Todos habían robado a Dios, desde los sacerdotes que debían saber, hasta el pueblo que debía ser enseñado por los sacerdotes, todos. ¿Pero en qué le habían robado? El robo señalado por Dios era en los diezmos y las ofrendas; y este robo era tal, que no solo era pecar contra Dios, sino maldecirlo en Su cara. La Reina-Valera 1960, registra lo siguiente:

“Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado.” (Mal 3:9, RV 1960).

Esta es una de las enmiendas de los Soferim[2], los cuales hicieron algunas modificaciones voluntarias intentando cambiar textos o pasajes que parecían ser ofensivos a Dios. El pasaje original dice así:

“¡Me habéis maldecido con maldición, porque vosotros, la nación toda, me estáis robando!” (BTX III).

Se ve distinto, ¿cierto? Cualquiera podría tomar el pasaje modificado y usarlo para obligar a las personas a diezmar y ofrendar bajo la amenaza de maldición. Pero de ninguna manera es lo que intenta expresar el texto, sino que Dios está diciendo que no solo han pecado contra Él, sino que también lo habían maldecido fuertemente. Decir “maldecido con maldición” expresa la seriedad del asunto, la fuerza de algo, por eso dije que lo habían maldecido fuertemente.

Hasta el momento se había desobedecido, ofendido, deshonrado, menospreciado, despreciado y robado a Dios. Y lo serio del asunto es que Dios mismo testificaba contra ellos. Viendo todas estas cosas, y entendiendo la seriedad y solemnidad con la que Dios debe ser tratado, ¿cómo creen que Dios debía actuar? Como YHVH Sebaot. Era justo que fueran “pasados a espada”. Sin embargo, vemos a Dios que permanecía fiel a Su Hijo, a Su Palabra; y en esa misericordia y bondad divina que los hombres no nos merecemos, una vez más les da la posibilidad de arrepentimiento y reconciliación, sumándole a éstas la gracia de darles aquello que no se merecían. Porque hermanos, si te conduces impía y rebeldemente, y sabes que te mereces que la espada caiga sobre tu cabeza, pero antes de esto ves que se te da la posibilidad de volverte, de arrepentirte para reconciliación, te das cuenta que se te está mostrando misericordia y bondad; pero cuando además de esto, se te ofrece bienestar, bendición y prosperidad, te das cuenta que se te ofrece algo que no mereces. Lo que mereces es castigo, pero de ti se tiene misericordia; y lo que no te mereces es bendición, pero se te ofrece generosamente, esto es la gracia de Dios. ¿Se dan cuenta?

Mis hermanos, pregunto, ¿se merecían hasta aquí ser bendecidos? De ninguna manera. ¡He aquí la gracia de Dios! Entonces vemos desde el verso 10 la siguiente propuesta:

10 Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. 11  Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. 12  Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos.” (Mal. 3:10-12, RV 1960).

¡Qué propuesta la del Señor! Ellos se merecían la espada, pero se les da la posibilidad de arrepentimiento para reconciliación. Aparte de esto, se les muestran las bendiciones que hay en la obediencia si es que ellos se volvían. De alguna manera, Dios les estaba mostrando los dos caminos que ellos tenían por delante, camino que ellos debían escoger, como en otras oportunidades ya había ocurrido (Dt. 11:26; Jr. 21:8). Recuerden, ellos se merecían el castigo, pero antes, se les daba la posibilidad de perdón y reconciliación; tenemos aquí la misericordia y bondad de Dios. Ellos de ninguna manera merecían bendición alguna, sin embargo Dios se las ofrece, esto es, la gracia de Dios.

Seguramente al leer estos pasajes usted espera que enfatice el asunto de los diezmos y las ofrendas, pero la verdad es que no es lo que haremos, sino que, mis hermanos, quisiera que aprendiéramos de este pasaje un principio importante sobre la gracia de Dios. Algo de los diezmos y las ofrendas consideraremos, pero no desde el punto de vista que comúnmente se trata.

¿GRACIA IRRESISTIBLE?

Bueno, respecto a la gracia, sepa usted que hay algunos respetados hermanos que dicen que la gracia de Dios es irresistible. Se dice que Dios ofrece el mensaje de la salvación para todas las personas, lo cual se conoce como “el llamado externo”; pero hay personas que han sido elegidas desde antes, y a estas, Dios extiende un llamado interno el cual no puede ser resistido. Se dice que este llamado lo hace el Espíritu Santo que actúa en el corazón y la mente de la persona para traerlo al arrepentimiento y a la regeneración por lo que viene sin poder resistirse. Obviamente, para argumentar esto se toman de varios versículos que, a mi parecer personal, son mal entendidos[3].

Una de las cosas en las que hago énfasis al momento de tratar con alguna doctrina polémica, es decirles a los hermanos que antes de procurar comprender cualquier doctrina, debemos estudiar y poner sobre la mesa los atributos de Dios. Una vez que tenemos un panorama general de estos, y entendemos en parte cómo es Dios y cómo se conduce en el equilibrio absoluto de todos Sus atributos, entonces allí podemos someter a examen cualquier doctrina. Pues cualquier cosa que sostenemos o pensamos, jamás debería contradecir lo que Dios ha revelado en Su Palabra acerca de Sí mismo.

Entonces, dicho lo anterior, debemos entender que la gracia que Dios ofreció a la nación entera dependía de que ellos quisieran. Dios la ofreció, Dios les dio la oportunidad de arrepentirse, de ser perdonados y reconciliados con Él; además de mostrarles los grandiosos resultados que obtendrían de pura gracia, ya que no se los merecían; sin embargo, esto estaba condicionado a que ellos quisieran (Mt. 23:37; Lc. 13:34). Dios, como muchas veces, puso delante de ellos dos caminos: el de la vida y de la muerte, el del bien y del mal. A ellos les correspondía elegir. Ahora, esto de ninguna manera le quita a Dios Su omnipotencia y Su soberanía, sino que nos resalta Su soberana voluntad de otorgar al hombre la libertad de escoger el camino. Porque soberanía no sólo es hacer que otros hagan lo que yo quiero por encima de su voluntad, sino también entregar voluntariamente a otros la responsabilidad de escoger. Esto es una decisión soberana. Y, sabiendo que Dios aparte de ser Soberano es Digno, entendemos que en Su dignidad, Él no quiere obligar a nadie a tomar una decisión ni a amarle, sino que esto debe hacerse voluntariamente, pues Él es todo un caballero. Por lo tanto, sí se puede resistir al Espíritu en las decisiones que se nos encargan para tomar. Incluso, el libro de los Hechos, en el capítulo 7, versículo 51, dice:

“¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.” (RV 1960).

Esto nos muestra que el hombre puede resistirse ante el ofrecimiento de Dios el Espíritu Santo, el cual, contiende con los hombres (Gn. 6:3). Porque Dios contiende con los argumentos de los seres humanos, en las conciencias que estos tienen. Y no contiende como quién busca imponerse, sino de la misma manera que vemos aquí en Malaquías, mostrando el mal camino, dando la oportunidad de arrepentimiento y mostrándoles los beneficios ofrecidos gratuitamente, Su gracia. Decir que Dios hace un llamado externo a unos y a los que eligió un llamado interno que parece más especial, nos muestra cierta acepción de personas, y, según la Palabra de Dios (2Cr. 19:7; Pr. 24:23; 28:21; Mal. 2:9; Ro. 2:11; Ga. 2:6; Ef. 6:9; 1P. 1:17):

“… Dios no hace acepción de personas”. (Hch. 10:34, RV 1960).

Si Dios no hace acepción, entonces el llamado es el mismo a todas las personas, pero las personas responden voluntariamente como les parece; y cuando Dios escoge, lo hace en base a la elección de estas personas respecto a Cristo, es decir, si lo recibieron o no (Jn. 1:11-12; 17:8). Así nos damos cuenta que Dios les ofreció lo que no se merecían, y lo ofreció a la nación entera. Dios no se lo ofreció sólo a algunos, sino a todos; pero la elección la hicieron ellos. Tal como nos ofreció a Su Hijo a todos, a quien de ninguna manera nos merecemos, pero esta es la gracia de Dios. ¿Se dan cuenta, mis hermanos?

También vemos este principio en el galardón ofrecido a Sus santos, a los cuales en Apocalipsis 2 y 3 les muestra en reiteradas oportunidades el posible resultado de aquellos que vencieran (Ap. 2:7, 11, 17, 26; 3:5,12, 21). Y, al decir: “El que tiene oído para oír que oiga” (Ap. 2:7, 11, 17, 29; 3:6,13, 22), nos señala que el Señor habla a todos, pero no todos oyen, o mejor dicho, quieren oír.

Dicho todo esto, ¿se dan cuenta de la gracia de Dios y la responsabilidad humana? La mayoría centra su atención en la mención de los diezmos y ofrendas, pero no se dan cuenta la bondad, misericordia y gracia de Dios, para con aquellos que no se lo merecían.

SOBRE EL DAR.

Ahora bien, en cuanto a los diezmos y ofrendas, tema que ha sido muy maltratado por aquellos predicadores de la “teología” de la prosperidad. Bueno, en cuanto al diezmo, les diré que en el Nuevo Testamento no hay ordenanza ni mandamiento a la Iglesia para que diezme; es más, las nueve veces (Mt. 23:23; Lc. 11:42, 18:12; Heb. 7:2, 7:4, 7:5, 7:6, 7:8, 7:9) que se menciona la palabra “diezmo” o la acción de “diezmar”, es mostrándolo o recordándolo como una práctica del judaísmo,  algo del Pacto Antiguo. Sin embargo, esto no quiere decir que en el Nuevo Pacto no existan ofrendas, es más, las que aparecen, van más allá de la ley levítica, y son ofrendas libres, llamadas “liberalidad” (2Co. 9:11, 13). Estas ofrendas nacen del amor a Dios y a los hermanos, y se han de dar de corazón, de acuerdo a lo que en el corazón se propone. Esta fue una de las primeras cosas que trajo como operaciones de Dios el Espíritu Santo, después de Pentecostés; pues, si lees con atención te darás cuenta que después que vino el Espíritu Santo, dando origen a la Iglesia del Señor, en el capítulo 2, versículo 44 de Hechos, se nos dice:

44 Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.” (RV 1960).

Si se dan cuenta, no vemos a Dios ordenándoles dar, sino que Dios el Espíritu Santo condujo a la Iglesia (al darles nueva vida en Cristo) a que tuvieran las cosas en común, estuvieran juntos y vendieran sus bienes y propiedades, con el fin de que no hubiera necesidad entre los santos. ¿Lo ven? Fue por el Espíritu Santo que se cumplió la realidad de lo que Dios dijo en Malaquías. Mire, el Señor les dijo que trajeran los diezmos y que no faltara alimento en Su casa (Mal. 3:10), y he aquí en el libro de los Hechos cómo aquellos que recibieron el Espíritu Santo, trajeron, no el diezmo, sino todo lo que tenían para que en la verdadera casa de Dios, que es la Iglesia (1Ti. 3:15), no hubiera necesidad. Mis hermanos, aquí aprendemos un principio de la ofrenda en la Iglesia. Dios está interesado en Su casa, en Su Iglesia, en Sus hijos. Pablo, en Gálatas 2:10 nos señala cómo los apóstoles le encargaron tener cuidado de los pobres, mostrando en ellos la carga del Señor en cuanto a Su casa. Hay tantos testimonios hermosos de hermanas que mientras pasaban necesidad clamaron al Señor y Él les respondió a través de un hermano o hermana. A través de corazones dispuestos a participar de Su naturaleza (2P. 1:3-4), pues en la Iglesia, el ofrendar, el dar, es participar de la generosidad de Dios, a la cual unimos nuestra voluntad; lo que es uno de los atributos comunicables de Dios.

Ahora bien, creo que hay que dejar algunas cosas muy claras respecto al dar y las ofrendas. Quisiera plantear cinco puntos para que usted tenga presente:

  1. Dios no es un mendigo, Dios no necesita nada de nosotros, porque Dios es Suficiente en Sí mismo.
  1. La primera vez que se habla del oro es en el libro de Génesis 2:11. Uno de los brazos del río que salía de Edén, Pisón, rodeaba una tierra llamada “Havila” donde había oro bueno. ¿Para qué Dios creó el oro que es el símbolo monetario a nivel mundial?
  1. En Éxodo 12 vemos cómo los israelitas despojaron a los egipcios del oro y plata que tenían, debido al favor que Dios tuvo para con ellos (v. 36).
  1. En Éxodo 25 vemos las directrices de Dios para la construcción del Tabernáculo de reunión. Los instrumentos más santos estaban hechos de oro puro y plata finísima. Esto nos muestra que la razón por la cual existió el oro y la plata, era Su casa. ¿Se dan cuenta mis hermanos?
  1. Por lo tanto, tú y yo tenemos trabajo por causa de que Dios no quiere que haya necesidades en Su casa. Si tú entiendes esto, que eres un instrumento de Dios y no un sostenedor de Dios, entonces serás un administrador fiel de los bienes de Dios, de los cuales tú, eres mayordomo.

Les voy a contar una anécdota de una hermana, para que se entienda bien el corazón que debemos tener ante este tema del dar, y con esto finalizamos.

Una hermana que se encontraba apartada de la comunión de su iglesia local, despertó muy inquieta por una hermana en Cristo. Quería verla, pero para ir ella pensó que no podía llegar con las manos vacías, entonces fue al supermercado y compró muchas cosas para la hermana y su familia. Tenía ganas de sorprenderla y le llevó de todo cuanto pudo: carne, arroz, fideos, salsas, etcétera. Quizá las provisiones para una semana. Cuando llegó a la casa de la hermana, llamó y salió a abrir el matrimonio. La hermana les entregó las bolsas, diciéndoles que era un regalo, que ella necesitaba dárselos; ellos se miraron y muy emocionados se dijeron algo al oído. La hermana que venía de visita, con mucha confianza les preguntó si acaso estaban hablando de ella, pero ellos con lágrimas en los ojos le dijeron que no, sino que se recordaron que en la mañana estuvieron orando porque no tenían nada para comer, pues el marido estaba pasando por un mal periodo laboral y no tenían para darle de comer a sus hijitos, por lo que oraron con angustia al Señor, ¡y he aquí, la respuesta! Mis hermanos, qué glorioso, ¿no? Sin embargo, aquí no termina la historia, no es esto en lo que quiero que pongan atención. La hermana que les llevó las cosas, se puso a llorar, y orando a Dios delante de los hermanos, dijo: “Señor, aun estando en la condición que estoy, me otorgas el honor de poder ser tu instrumento”. Si no entiendes esto, entonces no te molestes en ofrendar a Dios, el cual, no tiene necesidades, sino adoradores que consideran que cualquier cosa en la que se vean usados por Él, es un verdadero honor.  Que el Señor siga hablando a nuestros corazones. Amén.

 


 

[1] De la llamada “Epístola de Santiago”.

[2] Las enmiendas de los Soferim. La Masorah (letra pequeña en los márgenes de los mss. hebreos), consiste en la concordancia de vocablos y frases destinadas a salvaguardar el texto sagrado. En determinadas partes de dichos manuscritos, se halla al margen una advertencia que dice: “Esta es una de las dieciocho enmiendas de los Soferim”. En realidad las enmiendas hechas al Texto Original son más de dieciocho, pero se habla de este número como aquellas contenidas en la lista oficial. Estas enmiendas se llevaron a cabo en una época anterior a la era cristiana, y no pueden ser consideradas como variantes textuales, puesto que las respectivas notas marginales advierten que se trata de enmiendas. La mayor parte de ellas fueron hechas mediante el cambio de una sola letra, con lo que la alteración no luce tan grande. Un cuidadoso examen en estos pasajes muestra que el propósito de tales enmiendas se hizo por un equivocado sentimiento de reverencia, eliminando del texto ciertos antropomorfismos que se suponían ofensivos a Dios y, por tanto, no debían ponerse en labios de los lectores, mientras que el texto primitivo era conservado en el margen. Sin embargo, desde la invención de la imprenta, los ejemplares impresos de la Biblia Hebrea presentan el texto sin las notas masoréticas destinadas a salvaguardarlo, con lo que el conocimiento de dichas enmiendas se ha perdido para el lector común. (BTX III, § 6).

[3] Por ejemplo: Romanos 9:16; Filipenses 2:12-13; Juan 1:12-13; 6:28-29; Hechos 16:14.