(Texto) I. LOS RESPONSABLES Y LAS ESCRITURAS.
El ministerio de la Palabra es un servicio en la casa del Señor de mucha responsabilidad. Aquellos con la carga de participar de esta labor no debemos conformarnos con tener un don o cierta gracia para predicar o enseñar, sino que debemos prepararnos y esforzarnos en tener el depósito suficiente para que el Espíritu Santo pueda usar en nosotros. Debemos, por lo tanto, tener claro que hay una responsabilidad compartida que cae sobre dos personas:
- El Espíritu Santo.
- El hombre.
EL ESPÍRITU SANTO Y EL SER HUMANO.
Es responsabilidad del Espíritu Santo dotar a hombres con los ministerios que el Señor Jesús da para la edificación de Su Iglesia (1Co. 12:11; Ef. 4:11-16), pero junto con esto, es responsabilidad de los hombres prepararse con las cosas que el Señor nos ha dado para que exista depósito disponible para usar (1Ti. 4:13; 2Ti. 2:15). Tanto el Espíritu Santo como el hombre tienen responsabilidad, la que el Espíritu cumple diligentemente y que muchas veces los hombres no (Mr. 12:24). Esta responsabilidad es compartida, no es exclusiva del Espíritu ni sólo del hombre, sin embargo, los hombres tienden a evadir esto utilizando como excusa, incluso, pasajes bíblicos. Tenemos como ejemplo un pasaje de las Escrituras que muchos hermanos no comprenden bien, se encuentra en Marcos 13:11, donde dice:
“Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (RV 1960).
Este versículo nos llama a no preocuparnos por lo que vamos a decir delante de aquellos que nos piden explicaciones legales por causa del Señor, sino que debemos confiar en que se nos dará qué hablar en aquel momento, pues “no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo”. Muchos han entendido con este pasaje que no es necesario leer las Escrituras para predicar o para dar testimonio del Señor, porque es el Espíritu Santo el que habla y no el hombre. Se han imaginado al Espíritu Santo como un ventrílocuo[1] y al ser humano como un muñeco inerte en Sus manos[2]; no obstante, debemos saber que no podemos leer este pasaje aislado del resto de versículos que nos hablan de la operación del Espíritu Santo y de la responsabilidad de los creyentes. Por ejemplo, Pedro nos dice algo que complementa lo que se dice en el evangelio de Marcos (por cierto, se cree que son las memorias de Pedro dictadas a Marcos[3]). Bueno, en 1 Pedro 3:15, desde la parte “b” del versículo, se nos dice:
“… estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (RV 1960).
La versión Dios Habla Hoy (DHH), lo traduce de la siguiente manera:
“Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (Dios Habla Hoy ®, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996).
Nótese bien el llamado de Pedro a estar preparados para responder, para presentar defensa o apología, a todos los que nos pidan razones de nuestra esperanza. La Biblia Interlineal del Nuevo Testamento Tischendorf[4], en vez de traducir “razón” tradujo “palabra”, debido a que el griego dice “lógon” (λόγον) que proviene del griego “lógos” (λόγος)[5]. Como pueden ver, el evangelio de Marcos nos dice que el Espíritu Santo hablará en nosotros y Pedro nos dice que debemos estar preparados para responder cuando nos pidan “palabra” o “razón” de nuestra esperanza. Todos sabemos que esto no es una contradicción, sino una enseñanza complementaria; no podemos hacer doctrina de un sólo versículo[6], sino considerar la suma de la Palabra de Dios (Sal. 119:160). Entonces, lo que nos dice Marcos no es todo, sino que debe leerse junto con lo que nos dice Pedro en su primera epístola. Es decir que junto con confiar en que tenemos el Espíritu Santo, debemos prepararnos, estar preparados para presentar razones, debemos estar equipados, ¿y equipados con qué? Con la Palabra de Dios, las Escrituras.
CON RELACIÓN A LAS ESCRITURAS.
El Espíritu Santo que inspiró Colosenses 3:16, en la parte “a”, nos dice:
“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros…” (RV 1960).
O sea, debe existir en nuestro interior abundancia de la Palabra, no debemos ser escasos. La razón, es que el Espíritu Santo la usará en nosotros para el ministerio y para perfeccionarnos. La usará para enseñarnos, iluminarnos y ayudarnos en la predicación y enseñanza; pero además, la usará para tratar con nosotros. Esto nos muestra que el Espíritu, mediante las Escrituras, no solo quiere capacitarnos para predicar, sino también forjar nuestro carácter como siervos del Señor. Ser usados y a la vez conformados a la imagen del Hijo de Dios. Usarnos y tratarnos, eso hará el Espíritu Santo junto a las Escrituras.
En cuanto a ser perfeccionados como siervos del Señor, las Escrituras son fundamentales, por eso se nos dice que:
“16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Ti. 3:16-17, RV 1960).
La Biblia de las Américas traduce el versículo 17 de la siguiente manera:
“… a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (La Biblia de las Américas (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation).
¿Se dan cuenta? Debemos tener claro que “el hombre de Dios” es perfeccionado, preparado y equipado con las Escrituras. Esto nos muestra que el Espíritu Santo actúa en nosotros con las Escrituras. Él usa las Escrituras que van siendo almacenadas en nosotros. El Espíritu Santo y las Escrituras son cruciales en el ministerio de la Palabra[7], debemos considerarlos como inseparables para el servicio y vida cristiana.
Mis hermanos, el Señor Jesús nos enseña que la Palabra de Dios “es verdad” (Jn. 17:17) y también nos enseña que el Espíritu Santo es “el Espíritu de verdad” (Jn. 14:17; 15:26; 16:13), si la verdad está relacionada a ambos, entendemos que sin el Espíritu y sin la Palabra no podemos servir con verdad, ni ser ministros de la verdad, ni dar testimonio de la verdad, ni conocer la verdad. No sólo el Espíritu, sino también la Palabra; y no sólo la Palabra, sino también el Espíritu. Ambos deben ser considerados necesarios en el ministerio de la Palabra de Dios. Debemos procurar, por lo tanto, estar llenándonos del Espíritu Santo (Ef. 5:18) y que la Palabra de Dios abunde en nosotros (Col. 3:10).
Es necesario tener muy presente que las Escrituras son el lenguaje del Espíritu Santo. Las palabras que el Espíritu Santo quiere usar son las que inspiró en las páginas de las Escrituras. Independiente que nosotros tengamos en nuestras manos traducciones y no los autógrafos, la esencia de la Palabra de Dios está resguardada en las muchas traducciones complementarias unas de otras que tenemos a nuestro alcance. El Señor ha preservado y conservado Su Palabra a través de los tiempos, y no sólo esto, sino que nos ha provisto también las Escrituras en nuestro propio idioma. ¿Saben por qué ha ocurrido esto? Porque la Palabra de Dios es lo que usará el Espíritu Santo para perfeccionarnos y equiparnos.
No está de más decir que las Escrituras no son una responsabilidad exclusiva de los ministerios de la Palabra, sino que son responsabilidad de todos los cristianos, de toda edad y sexo (Heb. 8:11); sin embargo, los ministerios de la Palabra son responsables de atenderla y dedicarse a ella con seriedad y oración[8] (Hch. 6:4), pues tienen que ocuparse de la predicación y enseñanza en la iglesia del Señor (2Ti. 2:14-16; Stg. 3:1; Heb. 13:17), la cual Él ganó con Su propia sangre (Hch. 20:28). Así es que todo aquel que quiera servir en el ministerio de la Palabra ha de tener presente que las Escrituras han de ser leídas, meditadas y guardadas en nuestro corazón, con absoluta diligencia, tal como se les ordenó a los israelitas, diciendo:
“Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8).
Amados hermanos, es necesario que no sólo conozcamos la doctrina sobre las Escrituras, sino que también tengamos una relación con ellas y una conducta personal para con su lectura; esto, debido a que provienen de Dios (2Ti. 3:16) y a que su redacción ha sido conducida desde la letra más pequeña y en cada trazo por el Espíritu Santo (Mt. 5:18; 2P. 1:19-21). Dios habló a los hombres en lenguaje humano, para que el hombre pudiese entender y no morir al oír Su voz directamente (Ex. 20:19).
Entonces, si la Palabra de Dios está en nosotros, es decir, hay un depósito en nuestro interior respecto a ella, el Espíritu Santo podrá ayudarnos a armar las oraciones adecuadas para que hablemos y demos razones de nuestra esperanza y fe. O sea que, no es que el Espíritu Santo vaya a usar palabras que nunca estudiamos, leímos u oímos, sino que Él usará aquello que esté almacenado en nuestra mente, en nuestra memoria. En Juan 14:26, hablando del Espíritu Santo, el Señor Jesús dijo lo siguiente:
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (RV 1960).
Noten, el Espíritu Santo nos “enseñará” y nos “recordará”, ¿se dan cuenta? En el ejercicio del ministerio de la Palabra, el Espíritu Santo no trae “de la nada” la enseñanza de la doctrina fundamental para que hablemos, ni nos ilumina con “nuevas revelaciones” fuera de las Escrituras para que las iglesias asuman como regla de fe; sino que nos recuerda y sobre lo que tenemos almacenado en nuestra memoria nos enseña, revela, ilumina, etcétera, con el fin de capacitar a los santos y relacionado directamente con las Escrituras. No se trata de inventar nuevas enseñanzas, sino de administrar lo que el Señor ya ha dado, por eso les dijo a los discípulos, respecto de los nuevos creyentes, que permanecieran “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20). ¿Se dan cuenta?
Entonces, el Espíritu Santo y el hombre son responsables en el ejercicio del ministerio de la Palabra. El Espíritu Santo ha provisto las Escrituras y además actúa en el hombre de Dios ocupando el depósito almacenado en este. Él es responsable de esto. Por otra parte, el hombre de Dios ha de ocuparse en la lectura de las Escrituras, llenarse de ella, de ser posible memorizarlas, meditar en ellas con un corazón humillado delante del Señor, sabiendo que “Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes” (1P. 5:5, RV 1960). Vemos así la responsabilidad de los hombres de Dios. Con todo esto, entendemos que es un trabajo en conjunto, en comunión entre Dios y los hombres.
Dios decidió revelarse de forma especial en lenguaje humano, considerando alfabetos, gramática, semántica, figuras de dicción, géneros literarios y cuánta cosa usada en el lenguaje del hombre exista; por lo tanto, todos aquellos que quieren servir en el ministerio de la Palabra han de tomarse con absoluta seriedad y responsabilidad la lectura de las Escrituras, pues son la obra literaria de Dios para revelarse de forma especial a los hombres. Junto con esto, Dios ha entregado la doctrina fundamental de la fe cristiana en las páginas de la Biblia, desde aquí ha de provenir la Bibliología[9], la Teología[10], la Cristología[11], la Pneumatología[12], la Angelología[13], la Antropología[14], la Jamartología[15], la Soteriología[16], la Eclesiología[17] y la Escatología[18]; y todo lo fundamental de la doctrina cristiana, ha de provenir de las Escrituras y de nuestra responsabilidad en leerla, confiando en la labor del Espíritu de Dios en nosotros y, también, considerando dicha labor en los otros siervos del Señor, ministros de la Palabra, a lo largo de la historia.
LA CONSIDERACIÓN DE LOS OTROS MINISTROS.
Respecto a considerar también la labor del Espíritu Santo en los otros ministros de la Palabra, debemos tener presente que el conocimiento de Dios se nos da a cada uno de nosotros directamente por las Escrituras y también indirectamente en la comunión con el cuerpo de Cristo. Nótese las palabras “directo” e “indirecto” que estoy usando. Con estas me refiero a que no debemos pensar en que las cosas que vamos aprendiendo sobre Dios y la fe fundamental, será sólo una operación directa en nosotros y que, por lo tanto, no necesitamos que otros nos enseñen. Debemos tener presente que estamos en el cuerpo de Cristo, en el cual hemos sido bautizados por el Espíritu Santo (1Co. 12:13), así es que somos parte del cuerpo, miembros del cuerpo de Cristo y, por ser parte de este “un cuerpo” (1Co. 10:17; 12:12-27), los dones, ministerios y operaciones (1Co. 12:4-7) no están en un solo cristiano (un miembro), sino en el cuerpo (muchos miembros). Es por esto que la revelación e iluminación que nos va dando el Espíritu respecto a Dios y la fe fundamental, son depositadas en los diversos ministros de la Palabra que, responsablemente (cada uno en particular), se toma en serio y con responsabilidad el ocuparse de las Escrituras. Es por esto que no solo atendemos lo que directamente se nos da a conocer y entender, sino también lo que indirectamente, a través de lo dado a otros siervos del Señor, se nos entrega para examinar y almacenar. Entonces no sólo debo estar atento a lo que puedo entender directamente leyendo las Escrituras, sino también a lo que mis hermanos han entendido de las Escrituras hoy y a través de la historia[19].
Hay algunos que creen que sólo a ellos Dios les enseña Su Palabra, que no necesitan escuchar a nadie más, entonces citan 1 Juan 2:27 donde se nos dice:
“Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (RV 1960).
Todos entendemos que con “unción” se refiere al Espíritu Santo. Juan nos dice que gracias a esta Unción que permanece en nosotros no tenemos necesidad de que nadie nos enseñe, pues el Espíritu Santo nos enseña todas las cosas (lo verdadero) y nos ayuda a discernir la mentira; por lo tanto, debemos estar conscientes de Su habitación en nosotros y contar con Él. Al leer este versículo, hay personas que piensan que no necesitan oír a nadie más, cerrando sus oídos a los ministerios de la Palabra y exponiéndose al individualismo; sin embargo, si ustedes se dan cuenta, Juan no habla en singular, él habla en plural, dando a entender que no sólo en él está “la unción”, sino que también “en vosotros”, refiriéndose a sus lectores, que son miembros de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Es decir que es un conocimiento corporativo y no individual, ni exclusivamente directo, sino también a través de otros hermanos. Porque la Unción está en el cuerpo y se mueve en la comunión del cuerpo de Cristo, Dios no ha pensado al hombre en la soledad, ni para vivir en la individualidad, sino que lo diseñó corporativo, por eso el Señor dijo:
“Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mt. 18:20, RV 1960).
Donde estamos congregados, es decir, reunidos en comunión, allí estará el Señor de una forma especial[20] y, también, allí estará la Unción de la misma forma (Hch. 13:1-2). El Salmo 133 nos muestra cómo la Unción se asocia a la comunión, mire:
“1 ¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es
Habitar los hermanos juntos en armonía!
2 Es como el buen óleo sobre la cabeza,
El cual desciende sobre la barba,
La barba de Aarón,
Y baja hasta el borde de sus vestiduras;
3 Como el rocío de Hermón,
Que desciende sobre los montes de Sion;
Porque allí envía Jehová bendición,
Y vida eterna.” (133:1-3, RV 1960).
¿Se dan cuenta? Todos entendemos que “óleo sobre la cabeza” se refiere a la unción. El versículo 1 nos señala a lo bueno de la comunión armoniosa de los hermanos, el versículo 2 lo relaciona a la unción. Donde hay comunión armoniosa, está esa unción sacerdotal, lo cual entendemos, es una referencia al Espíritu Santo. Debido a esto, el Señor puede iluminarnos con Su Palabra a través de nuestros hermanos y no solo directamente. ¿Por qué? Porque allí está el Señor de forma especial a través de Su Espíritu y Palabra, en medio de los hermanos.
Para reafirmar aún más lo que vengo diciendo, podemos considerar la actitud y parecer de Pedro, que tenía claro que Dios no solo le revelaría cosas directamente a él, sino que también veía la revelación corporativa, pues sabemos que no solo se llevó una reprimenda de Pablo (Ga. 2:11-21), sino que también consideraba seriamente la sabiduría que Dios le había dado al apóstol a los gentiles (Ro. 11:13). En 2 Pedro 3:15-17, nos dice:
“15 Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, 16 casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (RV 1960).
Pedro pudo haber pensado que tenía exclusividad en cuanto a la revelación, por ser uno de los doce apóstoles del Cordero a quién Dios el Padre le dio una revelación directa (Mt. 16:17); no obstante, vemos que reconoce las enseñanzas que el Señor había dado mediante Pablo a los creyentes y lo reconoce como parte de las Escrituras. Sabemos que Pablo estaba siendo conducido de forma extraordinaria por el Espíritu Santo para la redacción de los escritos canónicos, así que les aclaro que no estoy diciendo que los ministros de la Palabra somos infalibles, sino que estoy destacando el corazón humilde de Pedro, que está atento a que Dios puede iluminarlo a él directamente, pero también, lo puede hacer a través de otro hermano, en su caso, Pablo.
EL EXAMINAR TODO.
Ahora bien, esto no quiere decir que diremos a todo “amén” sin examen alguno, ni que por muchas experiencias espirituales que tenga una persona tiene la categoría de infalible, ni tampoco significa que alguien con muchos estudios y títulos académicos siempre va a tener la razón; sino que todo y todos han de ser examinados. En 1 Tesalonicenses 5:20-22 se nos dice:
“20 No menospreciéis las profecías.
21 Examinadlo todo; retened lo bueno.
22 Absteneos de toda especie de mal.” (RV 1960).
Si se dan cuenta, todo ha de ser examinado, es decir, todo lo que se dice, lo que se enseña, lo que se predica, lo que se profetiza. Esto, en relación a lo que se habla.
Luego, en Apocalipsis 2:2 se nos dice:
“Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (RV 1960).
Noten, “los has hallado mentirosos”, es decir que probaron lo que hablaban, la doctrina que traían y lo que predicaban (1Jn. 4:2-3). Pero para probar y examinar, necesitamos conocer las Escrituras, conocer la fe fundamental. Debemos, por lo tanto, examinar y probar, para luego decir “amén” o rechazar lo que se nos enseña; para esto, ha de morar en abundancia la Palabra de Dios en nosotros, y estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos ayudará a reconocer, pues Él es “el Espíritu de verdad” (Jn. 14:17; 15:26; 16:13) y «la unción misma os enseña todas las cosas» (1Jn. 2:27).
Por lo tanto, mis hermanos, la responsabilidad en el ministerio de la Palabra es compartida entre el Espíritu Santo y el hombre. Debemos los hombres ser responsables en la lectura de la Palabra y estar conscientes de que es un conocimiento corporativo y no exclusivamente individual. El Espíritu ha cumplido Su parte dando dones a los hombres (1Co. 12:4) y delegando los ministerios que el Señor Jesús, al subir a lo alto, ha dado para la Iglesia (Ef. 4:8).
El Señor hable a nuestros corazones.
[1] [persona] Que tiene la habilidad de hablar cambiando su voz natural sin apenas mover los labios ni los músculos de la cara, de manera que da la impresión de que es otra persona la que habla.
[2] Es obvio el antropomorfismo.
[3] Strobel, L. (2000). El Caso de Cristo. 1ra ed. Miami, Florida: Editorial Vida, p.27.
[4] LogosKLogos. (2020). Recuperado 5 de enero 2020, desde https://www.logosklogos.com/interlinear/NT/1P/3/15
[5] El Diccionario Strong lo define como algo dicho (inclusivamente el pensamiento); por implicación tema (sujeto del discurso), también razonamiento (facultad mental) o motivo; por extens. cálculo; específicamente (con el artículo en Juan) la Expresión Divina (es decir Cristo).
Esta palabra aparece en la Reina-Valera 1960 en muchos lugares traducida como: noticia, palabra, plática, pleito, predicar, pregunta, propuesta, razón, sentencia, tratado, verbo, arreglar, asunto, cosa, cuenta, decir, derecho, dicho, discurso, doctrina, evangelio, exhortar, fama, frase, hablar, hecho, mensaje. (Strong, J. Nueva concordancia Strong (exhaustiva). Griego-Español. #3056 λόγος lógos.)
[6] López, R.A. y Orellana, J.C. (2009). Sobre las Santas Escrituras y su lectura (panorámica de Bibliología). Hermenéutica y Exégesis (1ra ed., p.139). Santiago, Quilicura.
[7] Y no sólo en el ministerio de la Palabra, sino en la vida de cada creyente.
[8] La oración es la forma en la que se manifiesta nuestra dependencia al Señor, no sólo de los ministros de la Palabra, sino de toda la Iglesia de Dios. Es la forma que en nos apartamos para estar con Él y meditar en Su Palabra. Es la forma práctica en que nos ponernos frecuentemente a Sus pies. La oración no es un trámite, es parte fundamental de la vida cristiana y de la relación del creyente con Dios. Esta práctica ha de convivir y coexistir con la lectura de la Palabra en la vida de los creyentes, no deben ser prácticas separadas.
[9] Doctrina de las Escrituras.
[10] Doctrina de Dios.
[11] Doctrina de Cristo.
[12] Doctrina del Espíritu.
[13] Doctrina de los ángeles.
[14] Doctrina del hombre.
[15] Doctrina del pecado.
[16] Doctrina de la salvación.
[17] Doctrina de la Iglesia.
[18] Doctrina del fin de los tiempos.
[19] Se entiende con esto la referencia a la predicación oral y también a escritos, tales como libros. Esto lo afirmo debido a la negatividad de algunos hermanos a leer libros que no sean la Biblia.
[20] Sabemos que Dios por el Espíritu Santo mora en nosotros, es decir, habita permanentemente (Ef. 2:21-22); esto fue lo que el Señor Jesús señaló y prometió para los que le aman, indicando que la Trina Deidad haría morada en nosotros (Jn. 14:23). Ahora bien, cuando digo “allí estará el Señor de una forma especial” me refiero a que aparte de Su habitación en nosotros, podemos percibir allí Su presencia, Su gloria, y no solo nosotros, sino cualquiera que llegue a una comunión nuestra (1Cor. 14:24-25)